Parte 1:"Introducción al Nuevo Mundo"
Josué era un joven judío que trabajaba como profesor de Química Orgánica en la universidad. Un día, recibió una convocatoria para participar en una expedición a la Antártica. Se encargó de reunir un equipo de siete personas, conformado por algunos de sus mejores estudiantes y amigos. En ese momento, ya tenía dos hijos: el mayor, Alex, y el menor, Lucas.
Tras el descubrimiento del Nuevo Mundo, Josué y sus cinco colegas sobrevivientes regresaron a casa. Después de dos años, lograron reunir los recursos necesarios para volver a explorar el Nuevo Mundo. Descubrieron y exploraron todos los continentes, excepto el número 13, que era tan misterioso como mi abuelo. En la primera expedición hacia este último continente, mi abuelo no pudo participar porque estaba enfermo. Sin embargo, cuando todos vieron cómo el mar devolvía los cuerpos de las personas muertas a la orilla, se decidió estudiar primero el lugar antes de lanzar otra expedición.
Se lanzó uno de los últimos drones existentes en ese momento (la mayoría habían sido destruidos durante el periodo en que llovía fuego del cielo), pero este llegó con dificultad hasta una playa y luego explotó. Un segundo dron fue enviado, pero apenas despegó, fue alcanzado por un rayo en medio del océano.
Después de varios estudios del océano, la expedición de mi abuelo zarpó de un puerto en el norte de Everius. Sin embargo, a los cuatro días, el mar devolvió los cuerpos de todas las personas muertas junto con el barco hecho pedazos; el cuerpo de mi abuelo nunca fue encontrado.
El miedo se apoderaba de todos los que habían visitado el Nuevo Mundo al hablar del continente número 13. Nadie había logrado llegar hasta allí, y quienes lo intentaban jamás volvían con vida. Flotas completas de barcos de exploradores y aventureros desaparecían por completo cuando tomaban rumbo hacia ese lugar, que era conocido como "el fin del mundo" debido a su difícil acceso y porque era lo único que quedaba por descubrir en el Nuevo Mundo. Más allá, había un gran océano llamado "Hades", que aunque no era tan extenso, tenía una peculiaridad: su clima cambiaba en cuestión de segundos. Había momentos en los que estaba congelado, y de repente se formaban grandes tormentas eléctricas que dificultaban la navegación. Al descongelarse el agua, se formaban enormes torbellinos que destruían barcos y arrastraban a los marineros.
El continente fue nombrado "Jeshua" en honor a mi abuelo, quien fue uno de los descubridores del Nuevo Mundo y exploró todos los continentes, excepto aquel que llevaba su nombre. O tal vez sí lo hizo; de todos los que murieron tratando de llegar allí, sus cuerpos fueron encontrados porque el océano siempre devolvía a la orilla las vidas que arrebataba. Sin embargo, el cuerpo de mi abuelo nunca apareció. Mi padre creía que mi abuelo había logrado llegar al continente, pero no sabía cómo regresar. Por eso, un día reunió una expedición para ir a buscarlo. Estudió todos los cambios del mar hasta descubrir el momento exacto para zarpar.
Recuerdo ese día con claridad: mi mamá estaba en medio, mi hermano Kevin a su izquierda y yo a su derecha. Estábamos en el puerto del continente de Everius, esperando la partida del barco de papá. Lo vimos en la cubierta ultimando algunos detalles; cuando nos vio, sonrió y bajó para acercarse a nosotros. Recuerdo perfectamente cada instante: papá medía un metro ochenta, tenía la piel clara y una sonrisa radiante que mostraba sus dientes perfectamente alineados. La brisa marina movía su cabello y su bigote estaba cortado con precisión.
Se inclinó y nos abrazó a Kevin y a mí, diciéndonos:
—Traeré de vuelta a su abuelo —nos aseguró con una sonrisa llena de felicidad.
Luego se levantó y besó a mi madre. Ella, entre lágrimas, le suplicó:
—No vayas, no me dejes sola con tus hijos...
—Sabes que debo ir; se lo debo a mi padre —respondió mi papá, apartando la mirada para no llorar.
—Te amo, Alex —dijo mi madre, llorando y abrazándolo con fuerza.
—Te amo aún en una noche sin estrellas —respondió mi padre. En ese instante, besó a mi mamá y se marchó sin mirar atrás.
El trayecto hacia el barco fue triste. Mi madre lloraba, suplicándole a mi papá que no se fuera, mientras él se negaba a mirar hacia atrás, consciente de que si lo hacía, no se embarcaría. Ese fue el último día que vi a mi padre. Recuerdo que, tras esa despedida, subió al barco y, cuando ya estaba en la proa, nos miró, sonrió y nos dijo adiós con la mano.
El barco zarpó y, curiosamente, el clima del océano se tranquilizó. Sin embargo, cuando llevaban aproximadamente cinco millas, comenzó a llover y el mar se agitó. El barco de papá se tambaleaba, y todos los que aún estábamos en el puerto observábamos expectantes lo que sucedía. Pero pronto una densa niebla apareció de la nada, haciendo imposible ver algo más.
Los siguientes cinco minutos fueron los peores de mi vida. Solo se veían relámpagos y se escuchaban truenos, pero del otro lado de la niebla no había nada. En un instante, todo se calmó y la niebla se disipó, pero no quedó rastro del barco de mi papá. Mi madre cayó de rodillas al suelo y comenzó a llorar. Mi hermano Kevin la abrazó mientras yo me quedaba en shock, mirando el mar que se había llevado a mi abuelo y que ese día, tres años después, se llevaba a mi papá.
Esto sucedió en el año 2160, cuando aún eran permitidas las expediciones a Jeshua. Después de la tragedia de mi padre, el GNM prohibió por completo tales viajes.
Tenía 15 años cuando perdí a mi abuelo, 18 cuando perdí a mi papá y 20 cuando murió mi madre. Guardé mucho rencor hacia aquellos que intentaban llegar al continente. Por eso, cuando cumplí 21 años, me convertí en un "KAENU".