Capitulo 6: No es una leyenda
—Mi madre se merece lo mejor. Sin embargo, mi padre, aunque trabaja mucho, no puede darle todo lo que se merece. Por eso ayudaré a papá.
Estos eran los pensamientos de un niño llamado Caín, quien vivía en una casa humilde en el continente de Everius. Hijo de un pescador y de una madre que se dedicaba a cuidarlo debido a su discapacidad.
La discapacidad de Caín lo hacía sentirse inferior a los demás niños, y sentía que la única persona que lo amaba en el mundo era su madre, ya que su padre siempre estaba ausente.
Debido a su trabajo y al problema de su hijo, el padre de Caín pasaba días enteros pescando para llevar alimento a la casa y poder tener algo de dinero para comprar los calmantes que ayudaban a su hijo.
Caín sufría de una enfermedad que solo se encontraba en el Nuevo Mundo. La llamaban "la llama negra". Era una especie de enfermedad de la piel en la que una gran mancha de color negro cubría por completo el cuerpo humano hasta matarlo. Lo hacía cuando alcanzaba los ojos, dejando ciega a la víctima, y de ahí llegaba al cerebro, causando la muerte.
Todo esto ocurría en un lapso de cinco meses. No tenía cura hasta que se encontró un antídoto que frenaba la enfermedad, pero dicho antídoto debía tomarse todos los días. El agua de Frenom no podía curarla como lo hacía con otras enfermedades de la piel.
Caín sufría, y su padre, quien para él estaba ausente, realmente agotaba día tras día todas sus fuerzas para poder comprarle el antídoto.
Además de esta enfermedad, tenía una discapacidad en uno de sus ojos, el cual perdió cuando era pequeño.
Cuando Caín alcanzó la edad de dieciocho años, perdió a su madre, víctima del Iris. Un día, Caín y su padre salieron a pescar, y cuando regresaron encontraron a su madre muerta en el suelo, sangrando por los ojos.
Caín lloraba descontroladamente mientras su padre, también triste, intentaba ponerle una máscara anti-Iris.
A los dos días la enterraron en su jardín, como ella les había pedido unos años antes.
Tres años después, Caín perdió a su padre, a quien aprendió a amar en ausencia de su madre. El padre de Caín también murió por el Iris.
Caín estaba solo y enfermo. Un día no tenía dinero para comprar el antídoto contra su enfermedad, y esta comenzó a extenderse por todo su cuerpo hasta cubrir la mitad de su cara.
Solo, y sin nadie a quien amar, Caín quería morir. Hasta que encontró un propósito en su vida: ser un Explorador. Las enseñanzas de su padre cuando iban a pescar le ayudaron a lidiar con cualquier tipo de problema en el mar.
Su primera misión de exploración fue antes de que se prohibieran las expediciones. Reunió a un grupo de pescadores amigos de su padre y partió desde la playa Osnar, en Everius, en una pequeña embarcación rumbo al continente Jeshua.
Como sucedía con todas las embarcaciones, esta fue derribada por las grandes olas del Hades. Todos murieron, excepto Caín. Después de aquello siguió intentándolo, y vez tras vez, todos morían excepto él.
Cuando se prohibieron las expediciones, él continuó intentando llegar a Jeshua. Sabía dónde estaban los puntos débiles de los KAENU y, cada vez que había una oportunidad, enviaba una embarcación hacia el Hades.
Se convirtió en el jefe de todos los que deseaban ser los primeros en llegar a Jeshua, y siempre era el primero en abordar la embarcación.
Por el oscuro destino que aguardaba a quienes lo seguían, se ganó el sobrenombre del "Explorador Negro", ya que su rostro no era fácil de ver. Nadie sabía de su enfermedad, y no tenía ese apodo por ella.
Nadie sabía quién era. De hecho, siempre estaba oculto cuando reclutaba personas para sus expediciones. Se vestía con un saco que lo cubría por completo, y para ocultar su rostro usaba una máscara.
Muchos decían que este hombre era una leyenda, pero cuando lo veían montado en la proa del barco dando la orden de zarpar, comprendían que era real.
Cuando el barco se alejaba lo suficiente, él se quitaba la máscara, y muchos se asustaban de su apariencia.
Durante años mantuvo su identidad en secreto, hasta que su leyenda se volvió popular y los KAENU empezaron a descubrir sus expediciones. Sin embargo, él siempre lograba escapar ileso.
Caín decía que su propósito era encontrar el último continente y que estaba dispuesto a morir por ello. Pero en realidad buscaba una muerte digna de ser contada. Todo por las palabras que una vez su mamá le dijo:
—Nuestra vida es un soplo en esta tierra. Haz que tu vida sea digna de ser recordada. Siempre recordamos a los primeros que lograron algo. Sé tú el primero que logre llegar al último continente.
Estas palabras se las dijo su madre cuando él era pequeño, para animarlo y hacerle saber que una discapacidad no lo podía limitar a ser alguien en la vida.
Cuando Caín estuvo al borde de la muerte, recordó las palabras de su madre. Pero no solo eso lo impulsaba en sus aventuras. Sentía que el océano lo llamaba, y al ser siempre devuelto con vida, creía que había algo más que debía descubrir.
Un día dejó de tomar su antídoto, y la llama lo cubrió por completo, pero nunca llegó a sus ojos ni al cerebro. Esto reforzó aún más su convicción de que tenía una misión por cumplir en el último continente.
El Explorador Negro en quien se convirtió no era la peor persona del mundo, como lo pintaba el GNM, al menos al inicio de su propósito.
Era un ser humano en busca de un camino. Aunque, en esa búsqueda, llevó a la muerte a miles de personas.
Al principio, le dolía ver morir a todos mientras él sobrevivía. Después, se volvió tan común que perdió su empatía y empezó a ver a los demás como herramientas para lograr su meta.
En el presente...
—Despierta, son las cuatro de la madrugada —le dice Noah a su hermano.
—A las cuatro y media era que nos íbamos —responde Kevin, medio dormido.
—Kevin, vamos —le dice Noah con seriedad.
Este se levanta y comienza a prepararse. Noah sale y lo espera en el centro de mando. Cuando Kevin termina de arreglarse y sale, todos en la sala estaban ya listos, esperándolo.
—Pensamos que ya no querías ir —dice Jerles, sonriendo.
—Es hora de irnos —dice Noah. Él sale, y todos lo siguen.
Cuando se acercan al barco, desde lejos, detrás de una cabaña, los observan dos hermanos gemelos.
—Hermano, dime que ves lo que yo veo —dice el de piel oscura.
—Exacto, hermano. Tenemos a todos los que andábamos buscando en el mismo lugar: los dos hermanos, la rebelde y el pirata —dice el gemelo de piel blanca, sonriendo.
—¿Qué haremos, hermano?
—Sígueme —dijo el de piel blanca.
Entonces salieron ambos desde detrás de la cabaña para acercarse a Noah y sus compañeros, quienes ya estaban por subir al bote que los llevaría al barco.
Antes de que pudieran acercarse lo suficiente, Kevin los notó y, apuntándoles con su arma, les dijo:
—Quédense donde están. No queremos hacerles daño.
Todos giraron la cabeza hacia los dos extraños. Al reconocerlos, el pirata bajó el arma de Kevin:
—No puede ser... ¿Qué hacen ustedes aquí? Pensé que habían muerto.
Sonriendo, el gemelo de piel blanca respondió:
—Hierba mala nunca muere, capitán.
—¿Los conoces? —preguntó Noah, quien parecía estar apurado.
—Sí. Eran de mi tripulación. Pero una vez, en un enfrentamiento con los KAENU, cayeron al agua y desaparecieron —le dijo el pirata a Noah en voz baja.
—Queremos ir con usted, capitán —dijo el de piel blanca.
—Sí, capitán. Conocemos el barco, y usted solo no podrá guiar a estos novatos en el mar —añadió el de piel oscura.
—Tienen razón, necesitamos más tripulantes y ellos tienen experiencia. Los necesitamos, Noah —le dijo el pirata en voz baja.
Noah, con dudas, preguntó:
—¿Confías en ellos?
—No confío en nadie —dijo el pirata, guiñando su ojo derecho—. Los tendré vigilados —añadió.
Noah asintió con la cabeza.
—Sí, vengan, gemelos. Nos espera la mayor aventura de sus vidas —dijo el pirata sonriendo.
Todos suben al bote y luego al barco.
Minutos antes de esto...
—"Ven, tu camino está aquí" —escuchó una voz susurrante en su mente, y decidió seguirla.
La voz lo llevó hasta el barco de Jerles Cortés, al cual observó, y sin que nadie lo notara, caminó hacia el mar y nadó hasta el barco.
Una vez a bordo, se sentó en la proa y allí volvió a escuchar la voz:
—"Tu destino está allí. Sigue el rumbo de este barco y encontrarás la paz que buscas. Encontrarás tu propósito."
Presente...
Una vez todos en el barco, Kevin decidió ir a la proa para contemplar el alba. Al llegar, notó la figura de una persona vestida completamente de negro, sentada en la punta de la proa.
Al verlo, salió corriendo lleno de pánico hasta donde estaban su hermano y los demás.
—¿Qué te pasa, Kevin? Pareces haber visto un fantasma —le preguntó Noah, preocupado.
Todos, expectantes ante su respuesta, lo vieron señalar la proa. Corrieron hacia allí, pero no vieron a nadie. Kevin, al ver que no había nada, recuperó el aliento.
—Creí haber visto a alguien con ropas muy negras —dijo, aún desesperado.
—¿Tenía un sombrero? —preguntó Jerles.
—Sí... sí —respondió ansioso Kevin.
—¿Lo viste de frente? —volvió a preguntar Jerles.
—No, solo de espaldas, y salí corriendo —contestó Kevin, aún algo asustado.
—¿No creerás que la leyenda es cierta, capitán? —le preguntó el gemelo de piel blanca a Jerles.
—No es una leyenda. El Explorador Negro es real y está en este barco —dijo seriamente el pirata.
—¿Cómo sabe que es real, si quien lo ve muere? —preguntó el gemelo de piel oscura.
—Porque una vez intenté volver a Home. Conseguí una tripulación, y en este mismo barco intentamos cruzar el océano. Cuando llevábamos una distancia considerable, apareció él en la proa. Todos se asustaron, pero yo mantuve la calma. Intenté hablar con él, pero al acercarme me mostró su rostro, que estaba casi cubierto por la llama negra. Mis hombres, al ver que estaba maldito con esa enfermedad, lo atacaron, y en ese instante ocurrió el desastre. Una ola volcó el barco y todos murieron, excepto él y yo. Estuve a punto de ahogarme, enredado en una soga bajo el agua. Pero él nadó hacia mí y, con un cuchillo, la cortó. Cuando salí a la superficie, ya no estaba por ningún lado.
—Entonces, ¿sí es real? —dijo Anyela, que escuchaba con atención la historia.
—Si aparece frente a ustedes, no le teman. Su objetivo ahora mismo es el mismo que el nuestro: llegar al último continente —dijo Jerles con seriedad.
Desde las sombras, bien escondido, el Explorador Negro escuchó todo y sonrió.
Los dos gemelos, al oír esto y al saber hacia dónde se dirigían, se miraron y se dijeron uno al otro, en silencio:
—La recompensa aumenta aún más...