El Contrato de las Almas

Capítulo Uno

–¡Maldición! –

–¡Maldición! –

–¡Maldición! – grito Sara golpeando con su puño el volante de la vieja camioneta.

Las lágrimas se desbordaban por sus mejillas, sentía tanta rabia que apretaba los dientes de la impotencia y apenas podía ver la carretera con las lágrimas nublando su vista, sus emociones eran una mezcla de ira, tristeza, repugnancia y odio.

Eran cerca de las 12 de la noche, la luna iluminaba el camino de regreso a casa, el que siempre tomaba cada noche después del trabajo y cada mañana para el Instituto, pero aquel día fue el peor de su vida, las cosas habían salido mal desde tempranas horas siendo su jefe quien puso la cereza del pastel aquella noche. Ella trabajaba en la cafetería 24 HORAS, un nombre muy exagerado e impreciso para una cafetería que cerca de las 10 de la noche “cerraba” sus puertas.

Sara trabajaba de mesera, lo que le ayudaba a ganar lo suficiente para pagar sus estudios y solventar ciertos gastos. Sus padres se habían separado hace un par de años, nunca supo la razón, ni el motivo, cuando se atrevía a preguntar le respondían: “Que algún día lo entendería”, algo que la molestaba mucho, sentía como si aún la trataran igual que a una niña a pesar de estar cerca de cumplir los 18.

Después de la separación, ella y su madre regresaron a la ciudad donde vivió toda su infancia, había cambiado mucho desde la última vez, su casa a las afueras de la ciudad seguía intacta a excepción de la hierba que la rodeaba, la cual había crecido sin control alguno al igual que los árboles cuyos robustos cuerpos rodeaban sus límites, la casa estaba intacta tal y como la habían dejado, era como si en ella se hubiera congelado en el tiempo algo que se le hizo muy extraño a pesar de estar abandonada por más de 7 años.

La madre de Sara trabaja de enfermera en el Hospital Central Plainsboro ahí pasa la mayor parte del tiempo dedicada a su vocación, Sara vislumbro en los ojos de su madre un brillo que no había visto en mucho tiempo justo después de haber recibido la noticia de su aceptación en el puesto de enfermería, aquello era el sueño de su vida, al principio las horas de trabajo eran tan largas hasta convertirse en días enteros, Sara se acostumbró poco a poco a ello, debía demostrar su madurez y no mostrar algún ápice de tristeza por no poder pasar tiempo con su madre, aquel trabajo era su sueño y no la había visto feliz desde hace mucho tiempo. Sara siempre le decía que estaba bien, no quería que su madre dejase el trabajo por cosas menores que pudiesen pasar, tomando en cuenta que el viaje del Hospital a su Instituto o a la casa tomaba como menos 30 minutos solo de ida, una de las innumerables desventajas de vivir en las afueras de la ciudad casi a los límites.

Sara no se percataba que pisaba el acelerador lentamente, la velocidad paso de 60 a 75 km/h, limpio de su rostro las lágrimas que nublaban su vista, algo que no surtía mucho efecto, no paraba de llorar envuelta en el recuerdo que vivió con el “asqueroso” de su jefe.

Ser mesera no es nada fácil, pero a la final fue acostumbrándose; desde el primer día sintió un ambiente agradable y su jefa era una persona muy amable, sus compañeras de trabajo le habían contado que ella sola con sus propias manos había levantado esa cafetería siendo una mujer que podría llegar lejos, hasta el día que conoció a un hombre cuya única destreza y habilidad era la de vivir a costa de ella y sus ganancias, jamás supieron que veía en él. Tal vez sea cierto aquello de que el amor es ciego.

Los meses pasaron, Sara pidió el turno de la tarde, el cual se le hacía mucho más fácil y con el que llegaba con las justas, tenía la suerte envidiable para demorarse lo justo del Instituto a su casa y al trabajo, no siempre en ese orden.

Pero hace un par de meses para ser exactos, su jefa cayó enferma de una extraña condición que ni los doctores supieron identificar, pasaba los días enteros en el hospital recibiendo botes de medicina, pasando por varios exámenes y estudios, un día se extendió el rumor de que sufría de una extraña enfermedad altamente contagiosa, el revuelo creado por aquel rumor fue tanto que la cafetería paso vacía varios días ante el miedo a contagiarse.

Fue en esa situación que su marido tomo las riendas de la cafetería, no quería perder las ganancias que obtenía de la misma, se le había ocurrido la “grandísima idea” de redecorar tanto el lugar como al personal. Las meseras de edad mayor fueron despedidas sin motivo alguno a la par que la cafetería se empapelaba de pósteres burdos de mujeres semidesnudas, la decoración llena de matices y un ambiente agradable se desvanecía con las nuevas decoraciones burlescas, al poco tiempo los uniformes de las empleadas también fueron sustituidos por camisetas ceñidas al cuerpo y jeans ajustados.

La cafetería se llenó poco a poco de tipos asquerosos y morbosos atraídos por el ambiente, algunas empleadas renunciaron casi al instante y otras se quedaron. Sara renunció el día que supo del cambio de vestimenta, no permitiría aquel abuso.

Pasaron los días y la suerte no la ayudaba, no encontraba trabajo por ninguna parte, fue cuando pasado un mes decidió hablar para pedir su antiguo empleo, aunque jefe se hizo de rogar, Sara no tenía otra opción, los gastos del Instituto no se pagarían solos y su madre insistía en ayudarla, pero Sara evitaba a toda costa que lo hiciera.

Después de varios minutos de conversación llegaron a un par de acuerdos entre ellos que la vestimenta cambiaría “un poco”.



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En el texto hay: misterio, sobrenarutal, criaturas oscuras

Editado: 19.11.2022

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