El contrato Kov ' a

Capítulo 5

Llegar a la Universidad de Caelus nunca había sido un acto de valentía, hasta hoy.

​Apenas puse un pie en el campus, sentí el cambio en la atmósfera. No eran solo miradas; era un peso físico. El rumor había corrido más rápido que la pólvora.

—¿Esa es ella?

—¿Halloway? ¿En serio?

—Dicen que el anillo cuesta más que todo el edificio de Ciencias.

​Apreté las correas de mi mochila, ignorando los susurros, y caminé hacia la cafetería donde solía reunirme con mis amigos. Me sentía como un animal de zoológico.

​—¡Aris! —El grito de Emelly rompió el murmullo.

​Mi amiga corrió hacia mí, con sus rizos rebotando, y me abrazó como si hubiera regresado de la guerra.

​—¡Dime que es mentira! ¡Dime que no es cierto lo que dicen los foros de chismes! —Emelly me soltó y me miró con los ojos muy abiertos—. ¿Tú y Damián Kova? ¿El "Príncipe de Hielo"? ¿Desde cuándo?

​—Es... complicado —murmuré, deseando que la tierra me tragara.

​—Complicado es mi relación con mi profesor de cálculo. Esto es... ¡Wow! —Emelly parecía dividida entre el horror y la admiración.

​—Déjala respirar, Ems.

​Una voz suave y familiar vino desde atrás. Me giré y vi a Zian.

​Zian era todo lo que Damián no era. Tenía el cabello castaño claro, una sonrisa cálida que siempre llegaba a sus ojos color miel, y llevaba una sudadera gris desgastada que olía a libros y seguridad. Era mi mejor amigo. Y quizás, si mi vida no fuera un desastre, podría haber sido algo más.

​—Zian —suspiré, sintiendo que mis hombros se relajaban por primera vez en veinticuatro horas.

​Él se acercó y, en lugar de bombardearme con preguntas, simplemente me pasó un brazo por los hombros en un abrazo lateral reconfortante.

​—¿Estás bien? —preguntó en voz baja—. Kova es... peligroso, Aris. Su familia no es buena gente.

​Le sonreí. Fue una sonrisa genuina, pequeña pero real, agradecida por tener un ancla de normalidad en medio de la tormenta.

​—Estoy bien, Zian. Lo tengo bajo control. Solo es... un acuerdo rápido.

​—No me gusta —dijo él, frunciendo el ceño y apartando un mechón de pelo de mi cara con una ternura que me encogió el corazón—. Te ves cansada. Si te hace algo, te juro que...

​—Gracias —lo interrumpí suavemente, tocando su brazo—. Pero estaré bien.

​Emelly nos miraba con una ceja alzada, pero antes de que pudiera decir nada, sonó la campana.

​El día pasó en una neblina. En cada clase, sentía los ojos clavados en mi nuca. Incluso los profesores me miraban diferente. La etiqueta de "Prometida de Kova" me había convertido en intocable.

​A las 4:00 p.m., salí del edificio principal con Zian y Emelly. El sol de invierno ya estaba bajando, tiñendo el cielo de naranja y violeta.

​—Entonces, ¿quieres que vayamos por un helado? —propuso Zian, caminando a mi lado—. Para que te olvides de todo este circo un rato.

​Me giré hacia él y le sonreí de nuevo, esa sonrisa fácil que solo él lograba sacarme.

​—Me encantaría, Zian. De verdad necesito...

​Me callé de golpe.

​El aire cambió. El bullicio de los estudiantes saliendo de clase se apagó de repente, reemplazado por un silencio tenso.

​A unos diez metros, aparcado ilegalmente justo frente a la escalinata principal, estaba el coche negro brillante.

​Y apoyado contra la puerta del copiloto, con las piernas cruzadas y los brazos sobre el pecho, estaba Damián.

​Llevaba un traje gris oscuro sin corbata, con la camisa desabrochada en el cuello y gafas de sol negras. Parecía un modelo de revista, si las revistas publicaran anuncios sobre cómo arruinarle la vida a alguien con estilo.

​Se quitó las gafas lentamente. Sus ojos grises no me buscaron a mí primero. Se clavaron directamente en Zian. Específicamente, en la mano de Zian que rozaba mi codo.

​Sentí un escalofrío. Damián se separó del coche y caminó hacia nosotros. Su paso era lento, depredador. La multitud se apartó como el Mar Rojo.

​—Aris —dijo al llegar frente a nosotros. Su voz era tranquila, pero tenía un filo metálico que cortaba.

​—Damián —respondí, tensa—. No sabía que vendrías.

​—Soy tu prometido. Vengo a buscarte. —Su mirada se deslizó hacia Zian con un desprecio tan evidente que fue casi insultante—. ¿Y tus amigos son...?

​—Soy Zian —dijo mi amigo, dando un paso adelante e intentando parecer valiente, aunque Damián le sacaba media cabeza y varios millones de dólares de ventaja—. Compañero de Aris.

​Damián lo miró como si fuera una mancha en su zapato. No le tendió la mano.

​—Zian —repitió Damián, probando el nombre como si fuera veneno—. Gracias por cuidarla mientras yo no estaba, pero ya puedes soltarla. Yo me encargo desde aquí.

​Zian parpadeó y bajó la mano de mi codo, intimidado a pesar de sus intentos.

​—Solo íbamos a ir por un helado —intervino Emelly, tratando de romper la tensión con su habitual desparpajo—. Hola, soy Emelly.

​Damián ni siquiera la miró. Su atención estaba fija en Zian, y luego volvió a mí.

​—Tenemos una cena —mintió Damián con fluidez—. Vamos, amor.

​Dio un paso y, sin pedir permiso, pasó su brazo alrededor de mi cintura. No fue un abrazo suave. Fue un cepo. Sus dedos se clavaron en mi cadera, atrayéndome contra su cuerpo duro con una fuerza posesiva que gritaba "MÍA" a cualquiera que estuviera mirando.

​Me quedé rígida contra él.

​—Zian, te llamo luego —dije rápidamente, intentando salvar la situación.

​Zian asintió, visiblemente incómodo.

​—Cuídate, Aris.

​Le dediqué una última sonrisa de disculpa, una sonrisa triste y dulce.

​Sentí que el cuerpo de Damián se tensaba contra el mío como una cuerda de violín a punto de romperse.

​—Sube al coche —me ordenó Damián en voz baja, abriéndome la puerta.

​En cuanto cerró la puerta y se sentó en el asiento del conductor, la máscara de indiferencia cayó.




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