El contrato Kov ' a

Capítulo 7

El Club V no era una discoteca; era un inframundo bañado en luces rojas y terciopelo negro. El bajo de la música vibraba en el suelo, subiendo por mis talones hasta retumbar en mi pecho.

​Damián me guiaba con una mano posesiva en la parte baja de mi espalda, sus dedos marcando su territorio sobre el cuero de mis pantalones nuevos. Me sentía diferente. La ropa cara, el maquillaje ahumado y la actitud de Damián me habían dado una armadura.

​Nos dirigimos a un reservado VIP en la planta alta, protegido por cortinas pesadas.

​Dentro, tres hombres nos esperaban. No eran empresarios de Wall Street. Tenían cicatrices, tatuajes que asomaban por los cuellos de sus camisas y miradas que desnudaban el alma.

​—Señores —la voz de Damián cortó el aire, fría y autoritaria—. Les presento a mi prometida. Aris.

​Los hombres me evaluaron. Me obligué a no bajar la mirada, alzando la barbilla tal como Damián me había enseñado frente al espejo.

​—Vaya, Kova. No mentías —dijo uno de ellos, un hombre calvo con dientes de oro—. Tiene fuego en los ojos.

​—Y acero en la columna —respondió Damián, apretándome contra su costado—. Así que cuidado con cómo le hablan.

​La reunión fue tensa. Hablaron de rutas, de mercancía y de territorios. Yo me mantuve en silencio, bebiendo sorbos pequeños de un martini que no quería, jugando mi papel de "reina consorte" muda y hermosa.

​Al cabo de una hora, el aire se sentía viciado.

​—Necesito ir al tocador —le susurré a Damián.

​Él me miró, evaluando mi estado. Asintió levemente.

​—No te tardes. E Iván está en la puerta. No intentes nada estúpido.

​Me levanté y salí del reservado, sintiendo el alivio de poder respirar lejos de la testosterona y el peligro.

​Caminé por el pasillo de la planta alta, buscando los baños. Me acerqué a la barandilla para mirar hacia la pista de baile inferior.

​Fue entonces cuando lo vi.

​Llevaba un chaleco negro de camarero, una bandeja en equilibrio sobre una mano y se movía con agilidad entre la multitud borracha.

​Se detuvo en una mesa cercana, sirviendo unas copas. Al levantar la vista, nuestros ojos se encontraron a través de la distancia y el humo.

​La bandeja casi se le cae.

​—¿Zian? —susurré, incrédula.

​Él dejó la bandeja rápidamente en una mesa vacía y subió las escaleras de servicio, dirigiéndose hacia mí con urgencia. Su rostro estaba pálido, sus ojos llenos de pánico.

​Me agarró de la muñeca antes de que pudiera decir nada y me arrastró lejos de la vista de los guardias de Damián, hacia un pasillo estrecho y oscuro que conducía a la salida de emergencia.

​—¿Qué haces aquí? —pregunté, mi voz temblando.

​—¡Eso debería preguntarte yo! —Zian me soltó y me miró, sus ojos recorriendo mi nueva ropa de cuero y seda con una mezcla de dolor y confusión—. ¿Trabajas aquí? No, espera... Aris, te ves... diferente. Te ves como ellos.

​—Zian, baja la voz. Damián está aquí.

​—Lo sé. Vi su coche afuera. Todo el mundo sabe que este es su club. —Zian pasó una mano por su cabello castaño, desesperado—. Aris, tienes que salir de aquí. Escuché a los camareros hablar. Los hombres con los que está Kova... son traficantes de armas. Si estás metida en esto...

​—No puedo salir, Zian. Tengo un contrato. Es por mi hermano.

​Zian dio un paso hacia mí, acortando la distancia en el estrecho pasillo. La luz roja de emergencia parpadeaba sobre nosotros, creando sombras largas.

​—Al diablo el contrato. Te sacaré de aquí. Vámonos ahora. Tengo mi coche atrás.

​—No seas ingenuo. Damián nos encontraría en una hora.

​Zian me miró fijamente. Había algo nuevo en su mirada. Siempre había sido mi amigo, mi refugio seguro, pero en la oscuridad de ese pasillo, con la adrenalina y el miedo, la atmósfera cambió.

​De repente, ya no se sentía como amistad.

​Había una tensión eléctrica, un magnetismo extraño que nunca habíamos reconocido. Quizás era el miedo a perderme. Quizás era verme vestida de esa manera, tan inalcanzable.

​—No voy a dejar que te tenga —susurró Zian, su voz ronca, irreconocible—. No voy a dejar que te destruya.

​—Zian... —Mi respiración se agitó. No sabía qué estaba pasando. Mi corazón latía por Damián hace una hora, pero Zian era mi realidad, mi vida segura.

​Él llevó una mano a mi mejilla. Sus dedos eran cálidos, temblorosos. No hubo pensamiento racional.

​La tensión estalló.

​Zian inclinó la cabeza y me besó.

​No fue como el beso de Damián, que era fuego y dominio. El beso de Zian era desesperado, dulce, lleno de una angustia contenida por años. Fue un beso de "sálvame", un beso de despedida y de bienvenida al mismo tiempo.

​Por un segundo, me quedé paralizada. Mis manos se posaron en su pecho, indecisas. ¿Debía empujarlo? ¿Debía corresponderle? La confusión nubló mi mente y, por un instante fatal, cerré los ojos y me dejé llevar por la familiaridad de sus labios.

​Fue un error.

​El peor error de mi vida.

​El sonido no fue un grito. Fue el silencio.

​De repente, la música del club pareció detenerse. El aire en el pasillo se congeló, bajando diez grados en un segundo. Los vellos de mi nuca se erizaron con una alarma primitiva. Peligro.

​Me separé de Zian de golpe, jadeando, y miré hacia el inicio del pasillo.

​Allí estaba él.

​Damián.

​Estaba de pie bajo el marco de la puerta, con las manos metidas en los bolsillos del pantalón. No se movía. No gritaba.

​Su rostro estaba completamente inexpresivo, una máscara de mármol frío. Pero sus ojos...

​Sus ojos eran dos pozos de oscuridad absoluta. No había tormenta gris. Solo había muerte.

​Miró a Zian. Luego me miró a mí. Su mirada bajó a mis labios, que aún estaban húmedos por el beso, y luego subió a mis ojos.

​Una sonrisa lenta, terrorífica, se extendió por su rostro. No era una sonrisa feliz. Era la sonrisa del diablo cuando acabas de firmar tu sentencia.




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