El contrato Kov ' a

Capítulo 10

Volver a la Universidad de Caelus se sintió como entrar en un planeta diferente. Los edificios de ladrillo rojo eran los mismos, los árboles desnudos por el invierno eran los mismos, pero yo era distinta.

​Caminé por el sendero principal, envuelta en un abrigo de lana negra de corte militar que Damián había elegido para mí. Mis botas de tacón repiqueteaban contra el pavimento con un ritmo autoritario que no reconocía como propio.

​—Aris... —El susurro vino de mi izquierda.

​Giré la cabeza y vi a un grupo de chicas de mi clase de Diseño. Al cruzar miradas conmigo, se callaron de golpe y desviaron la vista, fingiendo interés en sus teléfonos.

​El silencio era peor que los gritos.

​Antes, yo era invisible. Aris Halloway, la chica becada que siempre llevaba jeans desgastados y tomaba café barato. Ahora, era un espectáculo. Era la prometida de Damián Kova. Era la mujer que había ascendido al trono del inframundo de la ciudad de la noche a la mañana.

​Llegué al aula de Historia del Arte y me detuve en el umbral.

​Mi mirada fue automáticamente a la tercera fila, al pupitre junto a la ventana.

Estaba vacío.

​El asiento de Zian.

​Sentí una punzada en el pecho tan aguda que tuve que aferrarme al marco de la puerta. La imagen de su rostro ensangrentado en el callejón del club me golpeó la memoria. Hospitalizado. Damián había dicho que estaba vivo, que se recuperaría, pero el vacío en esa silla gritaba la verdad de mi culpa. Él no estaba aquí por mí. Por mi debilidad. Por ese beso estúpido.

​—¿Vas a entrar o vas a bloquear la puerta todo el día, princesa?

​La voz burlona me sacó de mis pensamientos.

​Me giré. Detrás de mí estaba Marcos, un estudiante de último año de Negocios. Era el típico hijo de papá: rico, arrogante y acostumbrado a que nadie le dijera que no. Solía ignorarme, pero hoy sus ojos recorrían mi cuerpo con una mezcla de curiosidad morbosa y desprecio.

​—Permiso —dije fríamente, intentando pasar.

​Marcos se movió, bloqueándome el paso de nuevo. Se acercó un paso más, invadiendo mi espacio personal. Olía a colonia barata y a esa confianza estúpida de quien nunca ha recibido un golpe en la cara.

​—Vaya cambio de look, Halloway —dijo, bajando la voz para que solo los cercanos oyeran—. Dicen que te vendiste al mejor postor. ¿Es cierto que Kova te compró para pagar las deudas de tu hermano?

​Me tensé. Mi mano se cerró en un puño dentro del bolsillo de mi abrigo.

​—Apártate, Marcos.

​—Vamos, no te hagas la digna ahora —insistió él, con una sonrisa lasciva—. Si Kova ya te estrenó, supongo que el precio ha bajado. ¿Cuánto cobras por una vuelta? Mi padre tiene tanto dinero como el suyo, tal vez pueda...

​No le dejé terminar.

​Algo se rompió dentro de mí. O tal vez, algo se construyó.

​Recordé las palabras de Damián en la cocina, con el cuchillo en la mano.

“Si juegas con armas, asegúrate de saber usarlas. Yo siempre devuelvo el golpe”.

​La vieja Aris habría bajado la cabeza. La vieja Aris habría llorado y corrido al baño. Pero la mujer que había despertado en sábanas de seda gris, con el cuerpo marcado y el alma llena de sombras, no tenía tiempo para idiotas.

​En un movimiento fluido, saqué la mano del bolsillo. No le pegué. Hice algo que Damián haría.

​Avancé un paso hacia él, eliminando la distancia, obligándolo a retroceder por pura sorpresa. Mi mano se disparó y agarró la solapa de su chaqueta de marca, tirando de él hacia abajo hasta que nuestros rostros quedaron a centímetros.

​El pasillo se quedó en silencio. Todos miraban.

​—Escúchame bien, porque no lo voy a repetir —susurré. Mi voz no tembló. Era hielo puro, cargada con una calma letal que había aprendido del maestro—. Damián Kova no me compró. Damián Kova me eligió. Y si crees que su dinero es lo que lo hace peligroso, es que eres más estúpido de lo que pareces.

​Marcos parpadeó, su sonrisa vacilando. Intentó soltarse, pero apreté el agarre, mis nudillos blancos.

​—Soy su prometida —continué, inyectando veneno en cada sílaba—. Llevo su anillo. Llevo su apellido en mi futuro. ¿Sabes lo que le hace él a la gente que me falta al respeto?

​Los ojos de Marcos se abrieron con miedo real. De repente, ya no veía a la chica becada. Veía la sombra del monstruo detrás de mí.

​—¿Te... te atreverías...? —balbuceó él.

​—Le rompió la cara a mi mejor amigo solo por mirarme —mentí, usando mi propio trauma como arma—. Imagina lo que te hará a ti por insultarme.

​Lo solté con un empujón brusco que lo hizo tropezar contra los casilleros metálicos. El sonido del golpe resonó en el pasillo.

​Me alisé el abrigo con una calma fingida, aunque el corazón me latía a mil por hora.

​—No vuelvas a dirigirme la palabra, Marcos. A menos que quieras que tu padre tenga que pagar tu reconstrucción facial.

​Marcos se quedó pálido, pegado a los casilleros, sin atreverse a respirar. Miré a mi alrededor. Los estudiantes que observaban bajaron la mirada rápidamente. Nadie dijo nada. Nadie se rió.

​El miedo.

​Por primera vez entendí por qué a Damián le gustaba tanto. El miedo era un escudo. El miedo era soledad, sí, pero también era seguridad.

​Con la cabeza alta, entré al aula y me senté en mi pupitre, sola, pero intocable.

​Las clases pasaron en una neblina. Nadie se me acercó. Emelly me envió un mensaje de texto diciendo que llegaría tarde, pero no respondí. No tenía fuerzas para fingir normalidad.

​A las 4:00 p.m., salí del edificio. El sol de la tarde proyectaba sombras largas sobre el campus.

​Bajé las escalinatas principales, sintiendo el peso del día sobre mis hombros. La adrenalina de la confrontación con Marcos se había disipado, dejándome con un temblor residual en las manos.

​Y entonces, lo vi.

​El coche negro estaba aparcado en la acera, como siempre. Pero Damián no estaba dentro.




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