El contrato Kov ' a

Capítulo 14- Trampa

​Dos meses. Sesenta y un días. Ese fue el tiempo exacto que le tomó a Aris Halloway morir y renacer.

​La chica que lloraba por las esquinas y usaba suéteres viejos había desaparecido, enterrada bajo capas de seda, diamantes y una indiferencia blindada. En su lugar, había quedado yo. La "Señora Kova", como me llamaban los socios de Damián, aunque la boda oficial aún no se había celebrado.

​Caminé por el pasillo del departamento, mis tacones hundiéndose suavemente en la alfombra persa. Llevaba un vestido de cóctel color esmeralda que dejaba mi espalda al aire, y mi cabello, antes rebelde, caía ahora en ondas perfectas y brillantes sobre mis hombros.

​Damián no estaba. Había salido a una reunión de emergencia en el puerto.

​Me detuve frente a la puerta de su oficina.

Regla número 1: Nunca me preguntes sobre mis negocios. Las puertas cerradas permanecen cerradas.

​Esa regla había sido sagrada durante las primeras semanas. Pero las cosas habían cambiado. Damián había bajado la guardia. O tal vez, su arrogancia le hacía creer que yo estaba tan domesticada, tan adicta a su tacto y a su dinero, que ya no representaba una amenaza.

​La puerta estaba entreabierta.

​Entré. La oficina olía a cuero y a su colonia Tom Ford. Era un santuario masculino de madera oscura y vistas panorámicas. Me acerqué a su escritorio, un bloque masivo de caoba. No buscaba nada en particular. Tal vez solo buscaba sentir su presencia, una patética admisión de cuánto dependía de él ahora.

​Mis dedos rozaron una carpeta gris que había quedado olvidada sobre el escritorio. No tenía etiquetas digitales ni códigos encriptados. Era papel. A la vieja usanza.

​La abrí con desgana.

​Al principio, los números no tenían sentido. Eran transferencias bancarias, rutas de envío, nombres de empresas fantasma. Estaba a punto de cerrarla cuando un nombre resaltó en la tercera página, subrayado en amarillo.

Objetivo: Mateo Halloway.

​Mi corazón se detuvo. El mundo pareció inclinarse sobre su eje.

​Acerqué el papel a la luz, sintiendo que las manos me empezaban a temblar, rompiendo mi perfecta fachada de hielo.

INFORME DE OPERACIÓN: "LAZO DE SANGRE"

Fecha: 10 de Octubre (Un mes antes del incidente).

Agente: K. Vólkov.

Acción: Contacto con el objetivo (M. Halloway). Presentación de la "oportunidad de inversión fraudulenta".

Capital Inyectado: $150.000 USD (Provisto por D. Kova a través de Shell Corp).

Resultado: Objetivo endeudado exitosamente. Palanca de presión asegurada sobre el activo principal: Aris Halloway.

​El papel se me cayó de las manos y revoloteó hasta el suelo como una hoja muerta.

​No fue un accidente.

No fue mala suerte.

No fue un error de Mateo.

​Fue él.

​Damián.

​Todo había sido un montaje. Damián había enviado a alguien para engañar a mi hermano. Él le había dado el dinero para que lo perdiera. Él había creado la deuda. Él había fabricado la soga con la que me estaba ahorcando.

​Me llevé una mano a la boca para ahogar un grito de pura rabia y dolor.

“Él la ha estado cazando desde el principio”, había dicho mi instinto. Y tenía razón. No me encontró por casualidad. Me creó. Diseñó mi destrucción paso a paso solo para poder aparecer como el salvador y adueñarse de mí.

​Cada beso, cada regalo, cada momento de "consuelo" en este departamento... todo estaba construido sobre una mentira monstruosa. Me había enamorado de mi verdugo.

​Necesitaba aire. Necesitaba salir de esa torre de cristal antes de que las paredes me aplastaran.

​Salí corriendo de la oficina, agarré las llaves del Porsche y mi bolso. No esperé al ascensor; bajé las escaleras de emergencia dos pisos hasta que mis pulmones ardieron, y luego tomé el elevador de servicio hasta el garaje.

​Conduje sin rumbo durante una hora, mis lágrimas de furia secándose antes de caer. Mi mente era un torbellino de odio. Quería matarlo. Quería volver al departamento y clavarle ese cuchillo japonés en el pecho.

​Pero, instintivamente, el coche me llevó al único lugar que solía ser mío antes de que él lo consumiera todo.

​La Universidad.

​Aparqué el Porsche en el estacionamiento de visitantes, lejos de las miradas curiosas. Eran las siete de la tarde. El campus estaba casi vacío, bañado en la luz naranja de las farolas.

​Me bajé del coche. El viento frío me golpeó la piel desnuda de la espalda, pero no me importó. Caminé hacia la biblioteca antigua, buscando un rincón oscuro donde pudiera pensar, donde pudiera planear cómo destruir al hombre que me había destruido a mí.

​—¿Aris?

​La voz me detuvo en seco en medio del sendero de piedra.

​Me giré.

​Zian estaba allí.

​No lo había visto en dos meses. Se veía diferente. Más delgado. Llevaba una chaqueta de mezclilla y una bufanda gruesa, pero no podía ocultar la realidad. Su nariz tenía una ligera desviación que antes no estaba. Y había una cicatriz pequeña, pálida, cortando su ceja izquierda.

​Las marcas de Damián.

​—Zian —susurré. Verlo fue como recibir un golpe en el estómago. La culpa, que había logrado enterrar bajo capas de cinismo, volvió a brotar como petróleo.

​Él se acercó lentamente, como si temiera que yo fuera un espejismo o que fuera a explotar. Sus ojos recorrieron mi vestido esmeralda, mis joyas, mi postura rígida.

​—Casi no te reconocí —dijo, con una tristeza infinita en la voz—. Te ves... te ves como una de ellos.

​—Zian, no deberías estar aquí. Si él se entera... —Miré a mi alrededor, paranoica, esperando ver a Iván o a algún otro gorila de Damián saliendo de los arbustos.

​—No tengo miedo de él —mintió Zian. Vi el temblor en sus manos—. Te he estado buscando, Aris. Fui a tu casa, pero tus padres dijeron que ya no vivías allí. Dicen que te fuiste al ático. Que eres su mujer.




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