La noche anterior a lo de las palabras de "boda exprés", el departamento se convirtió en un polvorín a punto de estallar.
Damián caminaba de un lado a otro de la sala, ajustándose los puños de la camisa con movimientos bruscos. Había ordenado una cena privada para celebrar nuestra última noche de "solteros", aunque en realidad era solo otra forma de controlarme.
Yo estaba sentada en el sofá, vestida con un diseño de seda color marfil que él había elegido. Mis manos estaban cruzadas sobre mi regazo, la imagen perfecta de la sumisión. Pero por dentro, mi mente recitaba la secuencia numérica de Vittorio como un mantra.
Cinco. Cinco. Nueve...
El timbre sonó.
No el timbre de la puerta, sino el del ascensor privado. Damián se detuvo en seco.
—No espero a nadie —gruñó, llevando la mano a la parte trasera de su cintura, donde siempre guardaba su arma.
Las puertas de metal se abrieron.
Primero salió Dmitri Kova, el padre de Damián, apoyado en un bastón de ébano que usaba más como arma que como apoyo. Su presencia llenó la habitación de un frío antiguo.
Pero no venía solo.
Detrás de él, con una sonrisa perezosa y un traje azul medianoche impecable, apareció el hombre que Damián más odiaba en el mundo.
Vittorio Moretti.
El aire salió de la habitación.
Damián desenfundó su pistola en un movimiento fluido. Apuntó directamente al pecho de Vittorio.
—¡¿Qué demonios hace él aquí?! —rugió Damián, el seguro del arma haciendo click.
Vittorio ni siquiera parpadeó. Solo alzó una ceja, divertido, como si estuviera viendo a un niño hacer un berrinche.
—Baja eso, Damián —ordenó Dmitri con voz calmada y aburrida—. Vittorio es mi invitado. Estamos cerrando un acuerdo sobre los puertos del este. Y como mañana te casas y vas a heredar parte de las operaciones, pensé que una cena de civilización era necesaria.
—¿Civilización? —Damián no bajó el arma. Sus ojos grises estaban inyectados en sangre—. Es una serpiente, padre. Intentó sabotearnos hace un mes.
—Negocios son negocios, hijo —dijo Dmitri, caminando hacia la sala y sentándose sin pedir permiso—. Y si no puedes controlar tu temperamento frente a un socio, entonces tal vez no estés listo para heredar nada.
Damián temblaba de rabia. Sabía que su padre lo estaba probando. Si disparaba, perdía el respeto de Dmitri. Si no disparaba, su orgullo quedaba herido.
Era mi momento.
Me levanté del sofá suavemente. El sonido de la seda rozando mis piernas rompió el silencio tenso. Caminé hacia Damián, ignorando el arma, ignorando el peligro.
Me puse frente a él, dándole la espalda a los invitados, bloqueando su línea de tiro con mi propio cuerpo. Puse mis manos sobre su pecho, sintiendo el latido furioso de su corazón.
—Damián... —susurré, mirándolo a los ojos con una dulzura que nunca antes le había mostrado—. Mírame.
Él bajó la vista hacia mí, su mandíbula tensa.
—Quítate, Aris.
—No —dije suavemente, acariciando su solapa—. No le des el gusto. Él quiere verte perder el control. Quiere que demuestres que eres débil. —Subí mis manos a su cuello, acercando mi rostro al suyo—. Pero tú eres el rey aquí. Esta es tu casa. Tu mujer. Tu futuro. Demuéstrale que su presencia no te afecta. Demuéstrale que eres superior.
Mis palabras, calculadas para alimentar su ego descomunal, surtieron efecto. La respiración de Damián se ralentizó. Su mirada pasó de la furia ciega a una arrogancia fría.
—Hazlo por nosotros —añadí, rozando mis labios contra los suyos—. Hazlo por mí. Quiero ver a mi esposo comportarse como el dueño de todo.
Damián soltó el aire por la nariz. Lentamente, bajó el arma y la guardó de nuevo en la funda trasera. Me rodeó la cintura con un brazo, pegándome a él con fuerza posesiva, y miró por encima de mi cabeza a Vittorio.
—Bienvenido a mi casa, Moretti —dijo con una sonrisa que era puro veneno—. Espero que tengas hambre. Porque aquí comemos carne cruda.
Vittorio sonrió, sus ojos ámbar brillando al encontrarse con los míos por un segundo.
—Me encanta la carne cruda, Kova.
La cena fue un campo de batalla psicológico.
Damián se sentó a la cabecera. Dmitri a su derecha. Vittorio frente a mí.
Yo interpreté el papel de mi vida.
No miré a Vittorio. Ni una sola vez. Me dediqué enteramente a Damián. Le serví el vino. Le corté la carne cuando él estaba ocupado discutiendo rutas marítimas. Le acaricié el brazo cada vez que Vittorio lanzaba una indirecta mordaz.
—Tu prometida es encantadora, Damián —comentó Vittorio, tomando un sorbo de vino tinto—. Muy... obediente. Es raro ver eso hoy en día.
Damián me apretó el muslo por debajo de la mesa.
—Aris sabe cuál es su lugar. Y sabe a quién pertenece.
—Por supuesto —dije, bajando la mirada recatadamente—. Damián es mi todo.
Dmitri nos observaba con ojos de halcón.
—Me alegra ver que has puesto orden en tu vida, hijo. Esta boda apresurada... aunque poco elegante, parece necesaria.
—¿Poco elegante? —Vittorio intervino, girando su copa—. Es una lástima, la verdad. Una mujer como Aris... y un hombre de tu estatus, Damián... casarse en secreto, a las prisas, en un departamento. Parece... desesperado.
Damián se tensó de nuevo.
—No es desesperación. Es eficacia.
—Parece miedo —corrigió Vittorio suavemente—. Como si tuvieras miedo de que alguien te la robara si esperas un mes más. Como si no confiaras en tu propia capacidad para retenerla.
El silencio cayó sobre la mesa. Vittorio había dado en el clavo. Había atacado la inseguridad más profunda de Damián.
Damián estaba a punto de explotar de nuevo, pero yo puse mi mano sobre la suya, entrelazando nuestros dedos sobre el mantel blanco.
—Tiene razón, amor —dije.
Damián me miró, sorprendido y peligroso.