PARTE I: 15 Años Después de la Caída
El viento del norte soplaba con fuerza en el cementerio privado de Silver Heights, agitando el abrigo de lana negra de la mujer que permanecía inmóvil frente a la tierra removida.
Aris Kova no había envejecido. Al contrario, el tiempo parecía haberse congelado en ella, convirtiéndola en una estatua de mármol y hielo. A sus treinta y tantos años, era la mujer más temida del continente. Los socios que alguna vez se burlaron de ella, ahora bajaban la cabeza cuando entraba en una habitación. Había triplicado la fortuna de Damián. Había aniquilado a cualquier remanente de la familia Moretti.
Pero su verdadero imperio estaba allí, a sus pies.
Tres lápidas de obsidiana negra, alineadas con una simetría perfecta.
La primera: Zian. El Inocente.
La segunda: Mateo Halloway. La Traición.
La tercera: Damián Kova. El Rey.
Aris se agachó y dejó una rosa blanca sobre la tumba de Zian, una moneda de plata sobre la de Mateo (el precio de su venta) y una pistola descargada sobre la de Damián.
—Todos están aquí por mí —susurró al viento—. Yo fui el catalizador. Yo fui la que los empujó al abismo.
Se puso de pie, ajustándose los guantes de cuero. Miró la tumba de su esposo con una mezcla de odio antiguo y amor eterno.
—Lo logré, Damián. La ciudad es nuestra. Nadie nos toca. Soy la última Kova.
Su teléfono sonó. Era su jefe de seguridad.
—Señora, la reunión con el cartel del este empieza en veinte minutos.
—Voy para allá —respondió Aris, su voz carente de emoción.
Miró una última vez las tumbas. Esa fila de muerte era su recordatorio diario. Su penitencia. Había construido un trono sobre los huesos de los hombres que amó y odió.
Se dio la vuelta y caminó hacia su limusina blindada, sola, poderosa y condenada.
PARTE II: El Refugio (Mismo tiempo)
A cientos de kilómetros de la ciudad, donde el aire no olía a pólvora sino a lavanda y tierra mojada, un joven de diez años estaba sentado en el porche de una casa de campo.
—¿Otra vez tuviste el sueño, Niko? —preguntó una voz suave.
Elena Kova, con el cabello ahora completamente blanco pero con la misma elegancia angelical, se sentó a su lado con dos tazas de chocolate caliente.
Nikolai asintió, mirando sus zapatillas.
—Soñé con el callejón. Con el ruido fuerte. Y con mamá gritando.
—Ya pasó, cariño. El doctor dice que hablar de ello ayuda a que los monstruos se hagan pequeños —dijo Elena, acariciando el cabello negro de su nieto, tan parecido al de su hijo perdido.
Nikolai miró hacia el camino de tierra.
—¿Mamá vendrá hoy?
—No, mi amor. Mamá tiene... mucho trabajo en la ciudad. Ella trabaja duro para que nosotros podamos estar tranquilos aquí.
Elena sabía la verdad. Aris no venía porque no quería mancharlo. Aris sabía que ella era la oscuridad, y había decidido exiliarse a sí misma en su torre de marfil para que Nikolai pudiera crecer en la luz, lejos de las armas, lejos de la sangre, criado por la única mujer que había mantenido su alma intacta: su abuela.
—La extraño —dijo Nikolai.
—Ella te ama más que a su propia vida —respondió Elena con tristeza—. Por eso te mantiene lejos de su mundo.
PARTE III: 40 Años Después (Presente)
El cursor parpadea en la pantalla de la vieja laptop.
Mis dedos, ahora marcados por el trabajo en el campo y los años, se detienen sobre el teclado. Acabo de leer el último archivo. La última entrada en el diario digital encriptado que mi madre, Aris Kova, dejó para mí antes de morir.
Tardé años en tener el valor de leerlo. Tardé años en entender por qué me alejó. Por qué me dejó en el campo con la abuela Elena mientras ella se consumía en la ciudad, gobernando un imperio de cenizas hasta el día en que su corazón simplemente dejó de latir, sola en ese departamento inmenso.
Miro por la ventana de mi estudio.
Afuera, el sol brilla sobre los viñedos. Veo a mi esposa, Sarah, sirviendo limonada en el jardín. Veo a mis dos hijos corriendo y riendo, persiguiendo a nuestro perro. No hay guardias armados. No hay muros de hormigón. No hay miedo.
Mi madre destruyó a todos sus enemigos.
Mi padre destruyó el mundo por ella.
Y ambos se destruyeron mutuamente para que yo pudiera tener esto.
Cierro la laptop.
Tomo el disco duro externo donde está toda la información: las cuentas bancarias en Suiza, los contactos de la mafia, los secretos de estado que podrían derrocar gobiernos, y la historia completa de Damián y Aris.
Camino hacia la chimenea de leña.
El fuego crepita, cálido y hogareño.
Lanzo el disco duro a las llamas.
Veo cómo el plástico se derrite y los chips se queman. Veo cómo el legado de los Kova, el imperio de sangre y dolor, se convierte en humo negro que sube por la chimenea y desaparece en el cielo azul.
El ciclo se rompe aquí.
Salgo al porche. Mi hija pequeña corre hacia mí y me abraza las piernas.
—¡Papá! ¡Mira lo que encontré!
Me agacho y la levanto en brazos.
—¿Qué encontraste, princesa?
—Una flor azul.
Sonrío. Ya no hay dolor en el color azul. Ya no hay fantasmas.
—Es hermosa —le digo.
—Papá, ¿me cuentas una historia?
Miro hacia el horizonte, donde la ciudad es solo una mancha gris muy lejana que ya no puede tocarnos.
—Claro —respondo—. Pero no será una historia de reyes y reinas. Será una historia feliz.
Me llamo Nikolai Halloway.
Soy granjero. Soy padre. Soy un hombre libre.
Y esta es la única herencia que acepto.
FIN o que hubiera pasado si...?
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