El aire, gélido pero limpio, pica las mejillas. Nieve recién caída cubre el pueblo, creando un paisaje de una magnífica postal. Casas de madera oscura, con entramados de piedra de fuego que contrastaban cálidamente con la blancura, se aprietan unas contra otras, cada una coronada por una chimenea de ladrillo que esparce un humo tenue, oloroso a pino y a especias. La luz del sol invernal, baja y oblicua, proyecta largas sombras azules sobre la calle principal, donde el bullicio amistoso de los habitantes se mezcla con el tintineo de las campanillas colgadas en las puertas de las tiendas.
En el centro del pueblo, majestuoso e imperturbable, se irgue un gorila blanco de hielo, una escultura monumental que se había convertido en el icono. Una delicadísima flor de hielo, tan fina como el cristal, adorna su cabeza; un milagro invernal que desafía el paso del tiempo. Alrededor de la estatua, formando un círculo casi perfecto, se disponen acogedoras tiendas y restaurantes. Mesas con mantas gruesas y braseros humeantes prometen un cálido refugio bajo los techos de madera que les protegen de la nieve que cae con suave lentitud. El aroma a chocolate caliente y a pan recién horneado se mezcla con el alegre sonido de las risas y las conversaciones.
En una de las casas de madera oscura, justo en el segundo piso está cómodamente durmiendo en una gran cama para su tamaño la Princesa Kyara, quien al escuchar las risas de varios niños abre lentamente sus ojos. Con un bostezo que abre su boca hasta lo más que puede, Kyara estira sus brazos hacia arriba.
Sus pies descalzos tocan la fría madera que la obliga a volver de nuevo a la cama, para buscar con su mirada un par de pantuflas de piel con un diseño de orejas de conejo. Dichas pantuflas al ponerse las le permite ir hasta la ventana, dónde sus labios se tuercen en una sincera sonrisa y sus ojos brillan con una gran emoción al ver capas de nieve de la mitad de su tamaño. Escuchar las risas de los niños que pelean arrojándose bolas de nieve hace latir su corazón, mientras que una gran energía invade su cuerpo al ver las detalladas esculturas que están armando unas niñas.
—Es fantástico ver tanta nieve reunida. —Apareciendo a su lado está Jessamine sosteniendo una taza de café caliente. Kyara solo puede asentir mientras se imagina lo que se sentiría recostarse en esa fría nieve y mover sus piernas y brazos para hacer ángeles. —Ya me están dando ganas de saltar desde aquí. —Claro que el comentario que hace Jessamine asusta a Kyara, su frente llenándose de gotas de sudor mientras que sus ojos se abren por completo.
—P-por favor no saltes. —Su voz suena tan aguda y baja como los ratones, estando nerviosa si Jessamine salta. Pero la sonrisa resplandeciente de su guardaespaldas la relaja.
—No te preocupes, no lo haré. —Comenta Jessamine para tranquilizar a Kyara, mientras que revuelve su cabello con su mano izquierda. —Mejor vayamos a jugar un rato en la nieve.
—Yo ya no soy una niña como para jugar esos juegos tan infantiles. —Cerrando los ojos y desviando la mirada, mientras cruza sus brazos, Kyara rechaza la oferta, su pecho inflado de bastante orgullo.
—Bueno, como quieras. Yo iré abajo y haré una escultura de un gatito. —Sin importarle mucho a Kyara, Jessamine suelta esas palabras mientras sale de la habitación. Esas simple palabras fueron suficientes como para que una gran incomodidad de sentir que se pierde de algo, aparezca en el pecho de Kyara como un gran vacío. Esto le obliga a aceptar a la fuerza.
—Bueno, creo que podría jugar un rato. Un rato no le hace daño a nadie. —Mientras se rasca la mejilla y una risa nerviosa sale de su boca, Kyara termina aceptando.
Después de unos ricos y suaves panqueques, ambas suben a su habitación y comienzan a ponerse la ropa más abrigadora que tengan. Ambas visten un vestido de lana tipo falda, unas medias rojas, ambas portan botines pequeños y una bufanda que rodea todo su cuello. Sin embargo Jessamine viste unos botines más largos y una capa con gorro, hecha de la seda del gusano de fuego, el cual solo puede encontrarse en los volcanes.
Al salir, de inmediato Kyara se pone a reunir un montón de nieve y se pone a hacer pequeñas y detalladas esculturas de nieve. Estás esculturas son de pequeñas criaturas como gatos, conejos y algunas aves. Jessamine la observa atentamente, sus ojos abriéndose con sorpresa al ver que la Princesa es muy buena al hacer cosas tan detalladamente.
De tanto jugar por la nieve, los guantes de la Princesa quedan cubiertos por pequeños pedazos de hielo y un rugido produce su estómago, como el rugido de una bestia pequeña. Esto provoca que las mejillas de la pequeña Princesa se enrojezcan como una fresa, mientras sus ojos se abren casi por completo al recordar que aún no ha desayunado.
Los labios de Jessamine se tuercen en una dulce sonrisa, mientras que trata de aguantar una pequeña risa que se escapa de sus labios cerrados, mientras se agacha un poco para quedar a la altura de Kyara. —Te apetece si comemos afuera. Mi olfato me dice que cercas venden unas deliciosas crepas. Espérame aquí, yo voy a comprar unas dos.
Kyara asiente ante la idea de Jessamine, sus ojos iluminándose y un poco de saliva cae de su boca al saber que podrá saborear algo tan dulce como el pastel. En cuanto Jessamine se aleja, ella continua dándole forma a su conejo de nieve, hasta que un par de sombras le bloquean la luz del sol. Al voltear arriba, sus ojos se abren con temor, la iris de sus ojos está temblando ligeramente al ver dos hombres con uniformes negros y el símbolo de una espada con alas encadenada.
—Me da mucho gusto verla aquí, Princesa Kyara. Si iba a venir, nos hubiera mandado un mensaje para prepararle una escolta personal. —Dichas palabras que salen de uno de los soldados se escuchan más como una mentira para Kyara que un gesto de preocupación. El rostro de ambos soldados se están cubriendo con una profunda oscuridad desde la perspectiva de Kyara, como si estuviera viendo a dos monstruos.