El Corazón de Jade. Libro 3

El Corazón de Jade Libro IV Final y Epilogo

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El Corazon de Jade IV. Capitulo 4, Final, Epilogo

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La medianoche llegó al Abyss Exchange como un trueno silencioso, aunque para ser precisos, sonó más bien como el eructo de un borracho en una biblioteca. Brenda Brannon estaba en un almacén abandonado en las afueras de Macao, el lugar elegido por El Fantasma para el encuentro. La lluvia golpeaba el tejado oxidado con la sutileza de un baterista de heavy metal con sobredosis de cafeína, y el único sonido dentro era el eco de sus propios pasos y el ocasional chillido de una rata que parecía estar narrando deportes extremos.

Los neones de la megalópolis parpadeaban a lo lejos, reflejándose en los charcos aceitosos como si el cielo nocturno hubiera vomitado arcoíris tóxicos sobre el suelo. El aire olía a metal oxidado, a humedad perpetua y a ese aroma inconfundible de desesperación que caracterizaba a las zonas olvidadas de Neo-Macao, donde los rascacielos holográficos de cien pisos cedían paso a las ruinas de lo que alguna vez fue una próspera zona industrial, antes de que los drones de fabricación autónoma dejaran sin trabajo a medio continente.

Brenda ajustó su implante ocular, escaneando el perímetro con visión térmica. Nada. Solo ratas y cucarachas mutantes del tamaño de pequeños gatos, alimentándose de los desechos tóxicos que las corporaciones vertían ilegalmente en estas zonas. Su brazo izquierdo, una prótesis de última generación camuflada bajo piel sintética, emitió un leve zumbido mientras recalibraba su arsenal integrado. Seis dardos neurotóxicos, un láser de pulso y un campo de fuerza de emergencia. No era mucho, pero tendría que bastar si las cosas se ponían feas.

La llave codificadora pesaba en su bolsillo como un riñón extra, y su tableta vibraba con alertas del mercado con tanta insistencia que parecía estar teniendo un ataque epiléptico digital: el contrato del juez había colapsado por completo, los índices de crímenes fluctuaban como un político en época electoral, y los nombres de los cuatro contendientes —el hacker norcoreano, la traficante laosiana, el sicario ruso y el banquero corrupto— aparecían en rojo, marcados como "liquidados" en la Bolsa, lo que en el Abyss Exchange era menos una metáfora y más un estado civil oficial.

"Genial", pensó Brenda, "otro día en el que todos mis colegas terminan muertos. Debería haber elegido una profesión más estable, como probador de paracaídas defectuosos".

El Abyss Exchange, el mercado negro digital más sofisticado del mundo, donde se comerciaba con todo: desde órganos hasta gobiernos, desde asesinatos hasta matrimonios arreglados con celebridades inconscientes. Un lugar donde la moral era tan flexible como un contorsionista drogado y donde el dinero fluía como sangre en una película de terror de serie B. Y ella, Brenda Brannon, había sido una de sus mejores operadoras durante cinco años, moviendo información y contratos con la precisión de un cirujano neurótico.

Brenda sabía que el Oráculo estaba detrás de esto, pero también sabía que El Fantasma tenía las respuestas. Cuando una figura emergió de las sombras, encapuchada y con una voz distorsionada por un modulador que sonaba como Darth Vader después de inhalar helio, no estaba preparada para lo que vio. El Fantasma se quitó la capucha con la teatralidad de un mago de cumpleaños infantil, revelando un rostro tan anodino que podría ganar concursos de invisibilidad: ojos pequeños, una sonrisa torpe, y un aire de alguien que tropieza con su propia sombra.

Era Bernard Voss, el banquero corrupto, el hombre que todos en el Abyss Exchange consideraban con el mismo respeto que a un chicle en la suela del zapato, un peón tan prescindible en el juego por el título de Señor de Señores que ni siquiera merecía ser envenenado.

—¿Tú? —Brenda retrocedió, su mano en la pistola oculta en su chaqueta con la velocidad de un jubilado buscando caramelos—. ¿El Fantasma eres tú? ¿En serio? ¿No había nadie más disponible? ¿Estaban todos en una convención de villanos?

Bernard se rió, un sonido nasal que recordaba a un pato con sinusitis. "La gente ve lo que quiere ver, Brenda. Un banquero torpe, un tipo que balbucea en las reuniones como si tuviera un diccionario atascado en la garganta, que parece no entender el juego. Pero eso es lo que me hace invencible. Nadie sospecha del idiota. Es como buscar un asesino en serie en un convento de monjas... excepto que yo soy la monja con una motosierra bajo el hábito".

Mientras hablaba, proyectó una pantalla holográfica desde un dispositivo en su muñeca, un gadget tan ostentoso que James Bond pediría un reembolso. Mostraba un rastro de transacciones más enrevesado que la trama de una telenovela turca: dinero movido desde cuentas rusas vinculadas al sicario, cargamentos interceptados de la traficante laosiana que ahora decoraban su sótano privado, servidores hackeados del norcoreano que ahora reproducían exclusivamente videos de gatitos, y mensajes falsificados que él mismo había enviado a la policía de Hong Kong y Japón, firmados con emojis de berenjena.




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