No puedo quedarme quieto. Supuestamente me estoy arreglando, pero en realidad estoy haciendo mi maleta. Cada prenda que meto parece un intento de ordenar también mis pensamientos, aunque no estoy seguro de que eso funcione.
No sé qué hacer. Ni siquiera sé qué pasó ayer… solo salí corriendo sin pensarlo demasiado. Esta mañana Madame Canning me dijo que, cuando llegara, hablaríamos; que habían llamado del instituto. Y ahora esas palabras me persiguen, como si tuvieran más importancia de la que yo estoy dispuesto a admitir.
¿Qué le podría decir? ¿Qué explicación podría darle? O si ya sé: lo que pasa es que le borre la memoria al perfecto Hal, pero no se preocupe, podemos decir que le dio un raro caso de alzhéimer. Todos nos creerán.
Eso suena espantoso, en cualquiera de los casos.
Estoy pensando en irme. Fugarme. Aunque… extrañaría a los chicos. Soy el mayor de todos, y de alguna manera me he acostumbrado a ellos. Todo lo que pase en este lugar… no fue del todo malo, tampoco del todo bueno. Solo extraño.
Me pasó una mano por el cabello y trato de encontrarle sentido a todo, pero no lo hay. No puedo dejar de pensar en las ventajas y desventajas, entre quedarme y enfrentar lo que venga, o irme y desaparecer. No hay lógica en ninguna opción. Solo sé que tengo que decidir… aunque no sé sobre qué exactamente.
Me siento en el borde de la cama con la maleta abierta frente a mí, como si fuera una sentencia esperando mi firma. No sé si realmente quiero irme o si solo quiero escapar del peso que siento en el pecho desde ayer. Cada vez que cierro los ojos, revivo ese instante… las voces, la presión en mi cabeza, la sensación de que algo dentro de mí iba a romperse. Y lo peor: la mirada de todos cuando salí corriendo.
En especial la de Linda.
No estoy acostumbrado a que me miren así. Ni allá ni aquí. Allá, por ser el raro. Aquí, por ser… ¿qué exactamente? ¿El mayor? ¿El que se supone que debería saber qué hacer? Qué tontería. No sé nada. Nunca he sabido nada.
Los chicos… ellos no entienden lo que pasa por mi mente, pero aun así tratan. A veces se sientan cerca sin decir palabra, como si bastara compartir el aire. Y me gusta eso. Me gusta que no tengan expectativas imposibles sobre mí. Uno pensaría que ser el mayor significa ser el fuerte, el ejemplo… pero yo solo estaba aquí porque no tenía a dónde más ir.
Suspiro.
Me quedo mirando la ropa desparramada. Podría tomar la maleta, salir por la puerta y desaparecer antes de que Madame Canning regrese. No tendría que hablar con nadie. No tendría que explicar nada. No tendría que enfrentar… lo que sea que esté pasando conmigo.
Pero entonces, la idea de no verlos más me duele. No sé cuándo pasó, pero se volvieron parte de mi rutina. De mi silencio. De mi forma de sobrevivir.
Aunque odiaba ser el mayor, ese instinto de verlos y cuidar de ellos estaba implantado en mi.
—¿Qué demonios me pasa? —murmuró.
No hay respuesta. Solo mi reflejo en la ventana, totalmente pálido y confundido, como si me mirara esperando que yo tomara una decisión que todavía no estoy listo para tomar.
Lo peor es que no sé si tengo elección.
Estoy sentado frente a la maleta abierta, mirando la ropa como si fuera un acertijo imposible. No sé qué poner, qué dejar, qué diablos estoy haciendo. Mi mente gira en círculos.
La puerta se abre sin aviso. Solo una persona hace eso conmigo.
—¡Lex! —Basil entra como un torbellino—. ¿Estás empacando?
Me quedo quieto. No esperaba que lo notara tan rápido.
—No sé —le respondo, encogiéndome de hombros—. Solo… estoy viendo qué hacer.
Basil frunce el ceño, camina hasta mí y se sienta sin pedir permiso, como siempre. Con él no hay formalidades. Mete la mano en mi maleta y levanta una camiseta.
—Esta no te gusta —dice, dejándola a un lado.
—¿Cómo sabes eso?
—Porque siempre dices que parece cortina vieja —responde serio, imitando mi tono. Y luego sonríe.
No puedo evitar soltar una risa suave.
—¿Entonces me estás ayudando a huir? —cuestiono, intentando sonar ligero, pero la frase sabe más honesta de lo que debería.
Basil deja lo que tiene en la mano. Me mira directo a los ojos; él no teme hacer eso.
—¿Te vas a ir? —pregunta.
No hay reclamo, ni llanto, ni drama. Solo… la verdad.
Eso duele más.
—No lo sé —respondo—. Todo está raro. Yo estoy raro.
Él piensa un momento. Su cerebro trabaja distinto, como si sus ideas dieran saltitos antes de aterrizar. Al final de cuentas solo es un niño de escasos cinco años.
—Yo también soy raro a veces —dice, encogiéndose de hombros—. Pero Madame Canning dice que eso significa que pensamos cosas que otros no ven. Y eso es bueno —me mira esperando confirmación, como si yo fuera la autoridad en rareza. Así que solo asiento—. Tú eres raro bonito
Añade después, casi susurrando, y baja la cabeza. Yo por mi parte me quedo helado. Nadie jamás ha dicho eso sobre mí. Ni siquiera yo lo creería si viniera de otra boca.
#474 en Fantasía
#718 en Otros
#43 en Aventura
mitologia dioses heroes, aventura humor amor tragedia, gays bl mitologia griega
Editado: 15.12.2025