El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) * B.I # 1 y 2

XXVII| ÉL

Hola mis amores.

Quería subir este cap desde ayer, pero estuve algo ocupada y el tiempo no me dio.

Pero aquí esta, espero lo disfruten y me dejen sus opiniones al respecto.

Estamos llegando a un punto clave de la historia, así que preparados porque dentro de poco se viene lo bueno.

No siendo mas .

A leer!!!

Les ama.

Jen <3

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BELLA

La fuerza de voluntad la apreciaba extinguida teniéndolo tan cerca.

A pocos kilómetros.

A solo un viaje en carruaje.

Con Edmund sin dar señales de posesión.

Abordando un buque en ese momento lejos de ella.

Dejándola a cargo de un perro faldero que le dejaba hacer lo que quisiese con su existencia, y no porque a Oliver le valiese una mierda las órdenes del ángel caído. Por el contrario, era algo que seguía como mandato divino. Sin embargo, tenía cosas más interesantes que hacer al ser un nuevo rico, y no estaba tan obsesionado con su estampa como para enfrentarse a la persona que tenía en frente mirándole con hambre voraz sin parpadear.

Sabía que portaba un cuerpo hermoso.

La sensualidad propia de una meretriz.

El deseo suficiente para dejar su orgullo de lado, y hacer lo que desde el inicio quiso.

Desde que lo supo tan cerca de ella anheló.

Apartando el orgullo, y dejándose vencer por la tensión entre ambos cuando se enteró de que enserió había desaparecido a su esposa.

Se lo pidió, y lo hizo sin pestañear.

Por ella, aunque nunca se lo aceptase, puesto que una acción valía más que mil palabras.

No podía simplemente seguir fingiendo que no lo había echado en falta cuando su cuerpo reaccionaba con solo pensarlo, se calentaba con solo estar bajo su escrutinio y su clítoris palpitaba haciendo que gotease su intimidad cuando veía esas manos que hacían maravillas a su cuerpo con memoria.

Por eso, cuando tuvo vía libre al completo, porque su madre no era una mujer que la pudiese gobernar al estar bajo las imposiciones de su amado vástago.

Siendo a duras penas notada cuando regresó de la residencia de campo de los Condes de Portland, no lo pensó ni un momento para seguir a sus impulsos.

A eso que la jalaba.

A su amo, su dueño en toda la extensión de la palabra.

—¿Le comieron la lengua los ratones, amo? —preguntó mientras tiritaba en su lugar al apreciarlo sin despegar la vista de sus ojos.

Arrancándole de apoco la racionalidad con aquel escrutinio intenso, que desde que recordaba le entrecortaba el aliento.

Enarcó una ceja ante su provocación, pero reaccionó como se lo esperaba.

Cruzándose de brazos para que terminara con lo que había iniciado.

Llegó a su castillo en un carruaje de alquiler exponiéndose a todo tipo de peligro.

Con un simple abrigo tapando su desnudez que apenas lo tubo al frente expuso, pero, ahora no sabía cómo proceder.

Claramente no la rechazaría, pero si era seguidor de las demostraciones ¿Por qué era la única que las efectuaba?

Estaba dando el primer paso.

Demostrando lo que quería.

¿Y él?

Había sido ella la que decidió aparecerse como el creador la trajo al mundo, como única compañía aquella joya que colgaba en su cuello, siendo obsequio del que la miraba con hambre insaciable, pero que no se inmutaba para cooperar.

Desinflándola, con ganas de taparse el cuerpo al recordar que siempre era de esa manera con él.

Expresar, dar sin esperar.

Eso terminó de liquidar esa pequeña esperanza que se había formado en su interior, haciéndola sentir patética.

A ella.

Un caso extraño.

 De repente tuvo la sensación de que estaba cometiendo un craso error, cuando se advertía lejos de apreciar las consecuencias de sus actos, pero su cuerpo no estaba de acuerdo con su cerebro porque se puso en movimiento, mientras lo apreciaba maldecir entre dientes para en un par de zancadas darle alcance tomándola de la cintura, y sin dejarle pensar con claridad abordarla con un beso urgido demandante.

Gimieron en sincronía mientras sus bocas se hacían el reconocimiento, con sus lenguas como principales protagonistas, mientras que la mano que tenía en la cintura viajaba a su trasero siendo apretado después de que lo magreara con fuerza provocando que gritase extasiada, mientras le rodeaba con las piernas la cintura sintiendo su erección por sobre la tela restregándose en esta sin restricción de manera circular, provocando que le mordiera el labio hasta el punto de hacerlo sangrar.

Eso lo la frenó a la hora de sonreír, dejándose llevar por lo que era ese hombre.

Para con los dedos temblorosos entre besos y caricias deshacerse de las prendas que separaban el contacto ardiente de sus cuerpos febriles.




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