El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) * B.I # 1 y 2

XXVIII| ALICIENTE

BELLA

 

Debería estar pletórica.

Con ganas de gritarle al mundo lo afortunada que se sentía, al por una vez apreciarse de alguna manera completa.

Sin embargo, en su interior apreciaba que algo no andaba bien.

Desde que se montó a ese carruaje de alquiler hace un mes, advirtió que la felicidad no estaba en sus planes inmediatos.

Desde que observó como Oliver la advertía de lo lejos sin siquiera hacer amago de detenerle fue la primera de sus muchas señales.

Corroborándolo todas las veces que avistó a Hans de lo lejos cuando daba paseos con su popular daga para limpiarse la mugre de las uñas, sin actuar.

Solo sonriéndole tras una leve inclinación de cabeza como saludo.

Nada de eso portaba algún tipo de lógica, si se trataba de la gente de su hermano.

Un maniático del control de su persona.

Y por eso es por lo que se hallaba dando vueltas en la habitación de Sebastien. mientras este terminaba de ajustar algunos puntos de su negocio en el despacho haciendo tiempo para la visita de la francesa.

Tratando de advertir a que se debía tanto descuido por parte del rubio cuando ella era su prioridad.

Que no se quejaba de tenerlo lejos, pero no era normal.

Suspiró con fuerza, terminándose de ajustar el tocado.

Colocando las ultimas cintas a juego con el vestido color rojo, siendo precisamente el mimo que hace un par de días le fue entregado por Madame Curie, que la observaba de reojo como si no se diese cuenta que la estaba juzgando por estarse comportando como una floja de casco.

Que no es que fuese una mentira del todo, por lo que había hecho con Portman, pero en su defensa pese a que no la necesitaba, solo había pasado una vez, porque había rechazado las decenas de invitaciones que le había hecho desde ese tiempo, devolviendo el mensajero de esta manera como llegó con la misiva sin siquiera ser tocada.

Ella se lo advirtió, y la insistencia seria con respuesta vacía, porque tenía claro lo que deseaba.

No era buena persona, eso estaba mas que visto y confirmado en Inglaterra, pero también era un hecho de que todo lo había realizado para llamar la atención del lobo de Albemarle, y ganada esta, pese a sus métodos poco ortodoxos, para ella era lo único que valía.

En caso tal, según su reflejo estaba que arrancaba suspiros y erradicaba pensamientos puros hasta de la mente de los seres de su mismo sexo.

Con eso se daba por bien servida, pese a que se le dificultaba mirarse sin creerse la maldición andante.

Cuando abrió la puerta para ir en búsqueda del dueño de casa pues no estaba en sus planes dejarle solo, se topó con la imagen de su mortífero mayordomo, que la miraba sin pronunciar palabra, o sin dar apariencia a estar vivo siquiera.

Arqueó una ceja esperando a que le dijese que era lo que necesitaba de su persona, pero no habló en un primer momento.

Solo parpadeó sin dejar de analizarla.

Cosa que hacía desde que la vio por primera vez, sin tener el valor de dedicarle algo más que no fuesen los buenos días entre dientes.

Hasta llegó a pensar que cuando le llevaba la comida podrían envenenarle, pero aún seguía respirando y no tenía ningún malestar por la ingesta en pequeñas dosis, asi que, en conclusión, algo se traía, y si no era contra ella, venía siendo a favor, o la necesitaba para algo en concreto.

En todo caso, lo averiguaría en los próximos segundos.

Giró los ojos algo fastidiada con el intercambio nulo aparte de las miradas.

No es que le cayese particularmente mal.

Por el contrario, después de dejar de lado las dudas iniciales de alguna manera cumplía todos sus caprichos por voluntad, pese a que nunca habían tenido una verdadera charla, pero en ese momento parecía como si quisiese comunicarle algo y no supiera como.

—Ya llegó la persona que tanto había esperado mi señor —se tensó de manera visible.

Hasta respiró de forma dificultuosa.

Por inercia puso una mano en el marco para sostenerse, porque de repente se había mareado.

Haciendo parecer a su cuerpo un extremista, pero nadie mejor que ella sabía, pese a que no se lo había dicho con todas sus letras lo que significaba la francesa en su vida.

Ocupando un puesto que nunca le pertenecería.

—Lo esperaré en la habitación —soltó a duras penas tratando de cerrar la puerta arrepintiéndose por su accionar, sabiendo que los celos hablaban por ella, pero la mano huesuda del hombre le impidió el acto haciendo que resoplara hastiada.

No portaba ánimo para aquello.

No tenía instintos de sufrida para regodearse en su dolor, pero tampoco para darle más significado a un encuentro que ya de por si lo tenía.

—Su presencia es indispensable en esa reunión —se sobresaltó ante su radical seguridad, haciendo que entornara la mirada y se acercara a su cuerpo hasta quedar a un palmo de distancia, levantando la cabeza para poderlo mirar a la cara al ser ridículamente alto.




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