BELLA
Le estaba costando morderse la lengua.
No apretar el gatillo.
Frustrándose como nunca antes, porque no la dejaba actuar solo por proteger a esos seres que lo estaban juzgando, porque eran importantes para su entidad.
Haciéndole sentir celos por la manera posesiva en las que los resguardaba.
Con profundo cariño.
Con una estima que rayaba en lo ridículo.
Definitivamente era una mujer toxica y egoísta.
Lo quería entero para ella.
Sin compartirlo, porque la vida le había quitado lo suficiente como para continuar cediendo lo que le llenaba el pecho.
Sin embargo, ese no era su enfoque principal ni las consideraciones, solo estaba atenta al actuar de la pareja.
Ni siquiera prestaba atención al intercambio.
Solo observaba como se miraban el rubio y el pelinegro.
Eso decía más que cualquier cosa que tuviera el diario, del que había captado a duras penas que era del antiguo Conde de Albemarle, y que hablaba de lo que sentía por la madre de Sebastien, el resto sobraba.
Como las dos entidades que lo acompañaban.
Advirtiéndose hastiada a la escena ponerse aún más melosa cuando la francesa intentaba no causarle daño a su amor con lo que no leyó en voz alta.
Como si aquello fuese a borrar los actos de terceros, que si o si lo estaban perjudicando desde antes de siquiera entender que había perdido a ese hermano que le regaló la vida, y ahora también portaba su sangre.
Tampoco es que no escuchase al completo lo que se estaba hablando, solo su mente no lo retenía a menos de que Sebastien se lo confesase de manera directa.
Esa siempre había sido su forma de demostrar respeto y fidelidad, y por más de que supiera de que pie cojeaba nada la haría confesárselo ni al clérigo más correcto de la humanidad.
Exhaló con alivio cuando se fueron, y tuvo un momento con él, dándole un apoyo silencioso que sabía que necesitaba, con el corazón desbocado cuando advirtieron que el rubio regresaba y esta vez no la dejó esconderse.
Dándole la confianza suficiente para que lo acompañase, sin importar ser expuesto.
Otorgándole un lugar que no le pidió, pero que al concedérselo hizo que notara de manera abierta que sin palabras le estaba abriendo al completo su mundo.
Colocándole como un ser exclusivo en su existencia, porque era difícil siquiera leerle la mirada, pese a que ella desde un inicio pudo captar su verdadera esencia.
Siendo reciproco cuando el dejó más que claro que era imposible levantar sus muros, pese a la máscara que portaba ocultándole en un inicio su identidad.
Dejó de cavilar cuando de nueva cuenta advirtió como el rubio volvía.
—Sabía que regresarías —exclamó Sebastien ni bien le escuchó entrar —. Te ayudaré en lo que sea necesario, para que esto no traiga consecuencias a personas inocentes —odiaba que tuviese bondad con los individuos que aparentemente lo conocían, cuando no dudaron en ponerlo como el villano a la primera oportunidad.
Que lo era, porque tampoco lo sacaba en limpio, pero era humano y sus vivencias debieron ser más que suficientes para que las dudas estuviesen presentes.
Definitivamente las mujeres somos el sinónimo de catástrofe.
La destrucción de todo lo bueno que se puede inventar.
—Sabías que yo era un inocente, y no te importó —atacó mordaz, consiguiendo que se sintiese enferma —. Y este cambio tan repentino se perfectamente que es porque te quieres hacer a mi esposa —eso le supo más amargo de lo que quería aceptarse, porque en su interior también tenía esa duda, aunque todas las noches las pasase con ella, y fuera su nombre el que gruñía tras alcanzar la cota más alta de placer.
Negó despejando la mente.
No podía dejar que las palabras de un marido herido, y celoso hicieran mella en su interior cuando las acciones gritaban lo contrario.
Por eso, decidió que era momento de entrar, antes de que los sentimos se le saliesen de control.
Su risa siendo el primer aviso de que no estaban solos, para acto continuo con sensual parsimonia darse a notar, teniendo el par de hombres mirando en su dirección de diferentes maneras.
El rubio de ojos azules como si fuese una aparición, porque nadie pensaría que la hermanita del sobreprotector Conde de Warrington estuviese metida en la boca del lobo.
En cambio, el ojiverde la observaba como si fuese la primera vez que tuviese el plano privilegiado de admirar sus curvas de cerca, como si cada extremidad y tramo de su piel no le perteneciera.
La tensión que desprendían por el otro siendo la protagonista del momento, hasta el punto de hacer que el rubio se asfixiara con la sensación de que evidentemente sobraba.
Y resultó el momento perfecto ante el mutismo del futuro Duque de Beaufort para darle rienda suelta a lo su lengua era incapaz de seguir frenando.
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Editado: 24.12.2023