FRICCIÓN
ʚ•☪•ɞ
(París- Francia)
Babette palace.
Diciembre de 1781.
La noche se tornó tenebrosa.
El chiflido del viento como una risa maliciosa, que se apreciaba algo escabrosa.
Los pasillos de la residencia en la oscuridad se concebían menos transitables, pues cuando las tinieblas los sobrecogían, daban un aire siniestro que congelaba las extremidades.
Una corriente fría se colaba por los ventanales, que en el exterior hacia crujir las hojas de las copas de los árboles.
Nunca le había causado tanto terror un panorama como aquel, pese a que tan solo era un niño de escasos once años la valentía predominaba en su ser.
Desde que tuvo uso de razón debió aplicar aquella si quería subsistir, aunque no le había servido de mucho cuando los golpes recibidos, y las palabras malsonantes cada segundo se hacían más repetitivas.
Su madre siendo la mayor perjudicada.
Ver su rostro amoratado y los ojos cerrados por la hinchazón, a la par del cuerpo magullado lo llenaban de rabia, dolor y miedo.
Porque por más de que quisiese seguía siendo un chiquillo, que esconderse era su mejor arma para que no volviesen a romperle.
Avistando algo de felicidad, cuando su madre una madrugada tomó su pequeña mano para que huyesen lejos del monstruo que nunca dejo que lo llamase padre.
Algo en su corazón brincoteo de alegría, porque por fin tendrían un poco de tranquilidad, al no vivir más con el miedo de la muerte respirándoles en el cuello.
Viniendo en forma de ser humano.
Pero ese sueño que parecía haber estado habitando con los ojos abiertos, esa noche llegaría a su fin.
Dormitaba plácidamente en su lecho, después de que su progenitora le cantara una nana y le arropase con ternura, mientras besaba su frente.
Todo aparentemente normal, hasta que unos gritos en la parte baja del lugar llamaron su atención, obteniendo que se enderezase con premura.
Se sobó los ojos saliendo de la somnolencia, un tanto exaltado por las voces que no cesaban, ya que no escatimaban en fuerzas para hacerse oír por encima del otro.
Sus sentidos se activaron cuando asoció una de las frecuencias con la de su madre, al igual que el llanto incesante.
Por eso con algo de valentía se levantó dispuesto a descubrir lo que le ocurría a su progenitora.
Su intuición indicándole que saliese con sigilo, sin dar a descubrir su presencia si no le era requerido.
Dejó de lado el miedo que le tenía a la oscuridad, y se internó en los pasillos agudizando sus sentidos para no ir a chocar y caer llamando la atención.
Su interior le decía que algo andaba mal.
El golpeteo de su corazón en los oídos lo afianzaba.
La opresión en el pecho haciéndose más insistente hasta quitarle el aliento.
Bajó las escalinatas con prudencia, sorteándoles torpemente hasta que las voces se apreciaban más claras.
Tragó grueso.
Con la visión nublándosele a causa del nuevo llanto que le sobrevino, intentando contenerlo.
No sabía porque, pero, aunque la mente la tenía en blanco presentía lo peor.
Trató de llamar a su madre, pero la exclamación murió en su garganta cuando pasos acercándose le hicieron respingar.
Voces.
Una en especial que reconoció y lo hizo tiritar.
El sentido de supervivencia le reveló que se escondiese.
¿Cómo les había encontrado?
¿Le hizo algo a su madre?
Movió su cabecita con la mata de pelos azabache despeinada por estar hasta hace poco descansando de su ajetreado día, y como pudo reaccionó a tiempo para esconderse detrás de unos muebles de la entrada.
Lo suficientemente grandes para que su figura pasara inadvertida.
Con la respiración nula, y el pecho martilleándole incesante distinguió como se detenían frente a él, haciéndole llorar en silencio.
Simplemente tenía miedo.
Uno tan arraigado a su cuerpo que no pudo contener los esfínteres y evacuó encima, bañando sus ropas.
Se sintió humillado, tanto que apretó los puños tratando de no sollozar con fuerza de la impotencia.
Intentando concentrarse en la discusión que se efectuaba a pocos pasos de él.
Una donde la voz de su madre ya no estaba inmiscuida.
Por eso su cuerpecito aun llevando la niñez amarga se alertó, a tal punto de querer correr para ubicarle, pero un acto se lo impidió.
O más bien unas palabras que le calarían tan hondo, que olvidarles sería imposible, y rememorar lo que sintió cuando las escuchó resultaría tan fortuito como desgarrador.
—¡Está muerta! ¡Le mataste! ¡Eres una maldita! — la voz del que aborrecía que lo nombrase padre, retumbó por el lugar como un eco malsonante.
—Deberías agradecer que me deshice de esa zorra que te endosó el bastardo de mi marido— para ese momento su mente no lograba procesar la información.
Algo dentro de su pecho se hizo polvo.
Se mandó la mano al lugar indicado al sentirlo tan vacíamente doloroso.
—Un problema que no te concernía resolver— se escuchó un forcejeo que añadía unos cuantos golpes de por medio.
—Las quejas llegan demasiado tarde— escupió aquella voz femenina despreciable—. Más cuando fuiste tú el que me informó de su paradero, solo te estás haciendo la víctima para que tu conciencia no se vea expuesta.
—El objetivo era el bastardo, no ella— soltó encolerizado para después lanzar algo contra el mueble en el que él se encubría—. El que debió desaparecer fue su indeseable presencia.
—No eres el único inconforme— vociferó en tono hastiado la cuota femenina—. Fue demasiado astuta para apartarlo de nuestro ajuste de cuentas, pero no lo es tanto porque su muerte no lo libera de la carga de no ser tu hijo.
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Editado: 24.12.2023