El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) Inadecuados I

I| ENVENENADO

BESTIA

ʚ••ɞ

(Philadelphia – Estados unidos)

Marzo de 1792...

Averno.

Lugar expresamente creado para las vicisitudes, que conducen a lo más ilegal de los últimos tiempos.

Aquellos divertimentos malsanos que solo la sangre y el licor lo podrían sobrellevar, sin contar con la pululación de opio entre otro tipo de drogas que alivianaban las arcas de Lores y Sires, llenando las del dueño del establecimiento a montones.

El cual no se mostraba ante el público, aunque se especulaba ser uno de los más temidos, que con solo su mera presencia amedrentaba al más insensato.

O eso era lo que se decía de aquel club, que con fachada de ser uno de los mejores de América para los pasatiempos nocturnos de los caballeros de alta alcurnia, escondía entre lujos y prestigio la verdadera podredumbre que sobrecogía.

Por eso Sebastien Keppel futuro Conde de Albemarle, decidió internarse sin ningún tipo de reparos.

Buscando aquella información que le fue negada hasta esos momentos.

Pues no fue fácil encontrar alguna prueba de los pasos de la única persona que le interesaba hallar.

Con el expreso fin de destrozarle el cuello, acabando con cada resquicio de vida que sobrecogía su cuerpo, por haber roto lo único puro que tenía en su existencia.

Desde esa noche nada volvió a ser igual.

Su mundo simplemente siguió su curso sin ningún cambio, pues hasta que tuvo edad para defenderse y salir del supuesto resguardo de Godric Keppel tras ir a Eton para prepararse, se vio obligado a sobrellevar cierto tipo de atenciones, que de solo recordarlas le recorría un escalofrío en cada terminación nerviosa de su cuerpo.

Aquellas incidencias que poco a poco le robaron la alegría, pues desde ese acontecimiento no sabía lo que era sonreír.

Ni siquiera una mueca era algo que supiese esbozar sin recordar la asquerosa boca llena de burla, de lo que según el mundo era su progenitor.

Cada azote, cada palabra, cada cosa que presenció tan solo siendo un crio le habían quitado la inocencia y cualquier rastro de pudor con respecto al mundo.

Lo único que no lo hacía desfallecer era el rostro de su madre, que luchaba cada día con que no se suprimiera de sus recuerdos, pese a que lo avistaba en su mente como solo algo borroso.

...

Después de estar un rato recostado en la puertecilla del mobiliario mirando el local, procedió tras un suspiro a adentrarse al sitio, que posterior a muchas investigaciones y viajando un par de años alrededor de Europa, pudo dar con el nombre de aquel lugar tan alejado de su procedencia.

Sintiéndose observado desde que decidió salir de la comodidad, y la protección que le profería aquel vehículo que lo llevó hasta esa zona.

Siendo tan solo un lozano ingresado en la veintena ya imponía con su porte.

Pues pese a que era delgado no dejaba de ser fibroso, alto, de tez blanquecina un poco tostada por el sol, cubierta con un traje de un negro impoluto y botas relucientes, rostro totalmente afeitado, denotando sus facciones joviales, pero no por eso menos masculinas, labios carnosos, nariz perfilada, cejas pobladas, y cabello azabache tan oscuro como la noche.

Cuando se adentró al lugar se consideró observado tanto por caballeros, a la par de las damas que prodigaban mimos con escaso ropaje a los hombres que dejaban en sus atributos unas cuantas monedas de oro por sus atenciones.

Era sencillamente atractivo, pero sus ojos fueron los que entrecortaron la respiración.

Pues si era cierto que todo en él imponía, estos indicaban peligro por doquier.

No por su aspecto frio e intimidante, si no por lo que proferían.

Pese a la escasa iluminación se podía apreciar como vibraban.

Brillando de diferentes formas, dando matices alucinantes.

Pese a que no se podía advertir su tonalidad verdosa peculiar y única.

Declarando promesas tentadoras, a la par de amenazas angustiosas.

Denotando un poderío, y supremacía que para su edad no era sencillo avistar en un jovenzuelo.

Cosa que le costó moldear, y lo que le faltaba si quería por lo menos iniciar con uno de sus tantos planes.

Mirando con desinterés el lugar por unos instantes, decidió emprender camino a la barra.

Donde se visualizaba no precisamente el estereotipo de cantinero mugroso, y que le pudiesen faltar algunos dientes o que estos fuesen en su totalidad amarillentos.

Para su sorpresa, aunque no lo demostró, enfocó a una dama quizás una década mayor que él, la cual analizaba todo con una fiereza que encantaba a la par de anonadaba, mientras compartía unas palabras con algún cliente.

Sin dilación se posó al frente de esta, y dejando el cuento previo, le indicó lo que requería.

—Deseo hablar con el jefe— soltó en tono confidencial, logrando captar su atención, pero esta solo lo advirtió de reojo y siguió con su trabajo.

—De ninguna manera Sir— se dirigió, pero no precisamente a el—. Salda su deuda o me veré en la obligación de mostrarle sus deberes, y olvidarme de sus derechos— expresó con voz aterciopelada, aunque no por eso menos amenazante.

—¡Pero Eloísa! — prestó más atención en el intercambio, al escucharle pronunciar con familiaridad el nombre de la dama.

—Vuelva a referirse a mí con tal libertad, y las deudas con el Ajedrecista serán el menor de sus problemas— advirtió en el mismo tono que la anterior vez, aunque más acaramelado logrando demostrar que podía ser aún más amenazante que si gritase—. Recuerde que soy la encargada, y ha visto de primera mano que hago con los insectos que se atreven a sobrepasar la línea como si fuera una fulana más del establecimiento— esta vez fue expectante al completo de toda la situación, sin importar parecer un cotilla de primera.




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