BELLA
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(Cheshire – Chester)
Dunham Massey Hall.
Septiembre de 1801...
Desde que inicio el día debió intuir que todo saldría mal.
Que, si su cuerpo dolía con solo moverse y los morados en las partes visibles de su cuerpo resaltaban, debía quedarse en la cama fingiendo indisposición, aunque no sería del todo mentiría porque se sentía a morir.
Cuando se enderezó para acicalarse y tomar los alimentos el quejido debió ser la alerta de que, aunque su madre se enojase, considerar la idea de cancelación sería lo más propicio porque no se apreciaba con la aptitud suficiente para mostrar superioridad en frente de un grupo de personas que siempre serían más que ella, y por eso no desaprovechaba el momento para ningunearlos como si eso llenara su pecho de satisfacción.
Definitivamente ese día era uno de los que parecía gris pese a lo soleado que se descubría, y lo único que le apetecía era regresar al lecho, y taparse con las sábanas la cabeza, para dormitar hasta que el cuerpo ahora sufriera por no ser ejercitado, ya que llorar no lo evaluaba como correcto, no cuando las lágrimas ni siquiera salían con amargura si no con el conformismo de esa vida que nadie debería llevar.
Se quejó siendo imposible no hacerlo cuando el mero movimiento la dejó sin aliento, alertando a la doncella que salió a su encuentro para ayudarle a levantarse, puesto que ya estaba adecuando su ropaje para lo que sería un día de celebración, agradeciendo que su madre no la despertase apenas salió el sol.
—Lady Warrington quiso que abriera los ojos ni bien salió el sol, pero la convencí de que la dejara dormitar para que su belleza en la noche fuese destacable— intentó sonreír ante el comentario cargado de pena, ignorando su mirada de lastima mientras con ayuda caminaba hacia el tocador sentándose en la silla que estaba frente al espejo—. Por lo menos esta vez no atacó su rostro— eso le supo amargo—. Debería de escapar, no es justo que le haga tales barbaridades, uno de estos días la va a matar— no tenía tanta suerte.
Ese miserable le infringía daño, pero no el suficiente para que llegase a ser mortal.
—Prepárame el baño, y ponme uno de tus ungüentos milagrosos, que mi madre debe de estar por darle un ataque al no verme ayudarle con los detalles— su doncella asintió devuelta negando, mientras se mordía la lengua.
Mas que nadie la entendía.
Desde pequeña, vio como su carácter afable se ensombrecía.
Jugaban juntas cuando aún no era doncella, y su madre era la mujer que la atendía como su nana, pero cuando empezó a cambiar se alejaron, solo comprendiendo su actuar despectivo cuando por primera vez la vio hecha añicos.
Apenas se podía mantener en pie.
Le dolía siquiera respirar, y quitarle las prendas para curarle resultó una odisea de alaridos silenciosos que refrenó para que los Condes no se dieran por enterados.
Al principio la trató como escoria, hasta le amenazó, pero cuando ni con eso pudo alejarle la hizo su doncella, y mostrándose amigable le confesó quien le hacía tamaña bajeza.
Nunca le preguntó porque lo soportaba, pero estaba segura de que lo portaba una razón valedera, la misma que la hacía pequeñita en la soledad, pero altiva en la sociedad.
Cuanto le gustaría que se fuera para que dejara de sufrir.
Es que ni siquiera comprendía como los condes ignoraban lo que ocurría con su hija.
¿Es que no veían la mirada sin vida?
¿El comportamiento hueco?
Su ama no era así.
Le habían robado la niñez, el proceso de convertirse en mujer, y le atemorizaba que esa hermosa dama tanto por dentro como por fuera, aunque no lo aparentara, un día decidiera dejar de respirar, dándole gusto a ese canalla, que no pensó en su alma a la hora de ultrajarla.
...
Cuando el agua para el baño estuvo dispuesta con las esencias que calmaban su agobio, alzó las manos apartando el rostro sin necesidad de palabras dándole a conocer a su doncella, que enserio necesitaba ayuda.
No podía.
Con delicadeza le fue quitada la bata, pero un jadeo salió de la muchacha seguido de un nuevo quejido de dolor de su boca cuando la prenda dejó de residir de su cuerpo, quedando al completo desnuda.
—Esto... esto es— sabía lo que era.
Una monstruosidad.
El abdomen invadido de moretones, arañazos superficiales.
Marcas de dientes que no se desaparecían tan fácilmente.
Sus piernas con las mismas laceraciones.
Sus glúteos igual, ni que decir de sus pechos.
La parte que ocultaba el vestido hasta el pezón se encontraba igual, la diferencia, es que con los últimos se había ensañado hasta hacerlos sangrar.
Y si así estaba la parte casi visible, no pensaría en su intimidad.
Le escocía, le dolía.
Le ardía, tanto que a veces no la sentía.
Rogando que sus necesidades no clamaran por ir a evacuar, porque ya lo había hecho y quemarse viva le parecía una idea más atractiva.
—Con un buen baño las dolencias pasaran— espetó restándole importancia.
Aunque lo cierto es que se quería morir.
O que él desapareciera, pero nada pasaba, porque cuando se decidió a actuar, creyó ilusamente que sería el inicio del fin de esa tortura, pero seguía igual o peor.
Solo descansando unos meses cuando se marchó a atender esos asuntos, que al parecer no eran tan peligrosos como se lo dio a comprender Lord Bristol, pues seguía más vivo que nunca y con las ganas que ella se consumiera con el paso de los días.
» Vamos Susan— intentó que la dejase de mirarla de esa manera, como perdida en sus heridas—. Hoy si necesito que me ayudes a lavar, así la suciedad no me abandone jamás— con eso su única amiga, reaccionó con la ira bullendo de sus ojos grisáceos, pero no diciendo nada.
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Editado: 24.12.2023