Bella
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Un mes.
Cuatro semanas, que siendo sincera con su persona había apreciado como las mejores de toda su existencia.
Y cabía recalcar que sin exagerar.
Porque ni los golpes consecutivos que se daba, ni las quemaduras que se provocaba con la cuerda se comparaban con la satisfacción que sentía cuando la zozobra no la invadía al no apreciarlo cerca, y que en cualquier momento aparecería para reclamar algo que no le correspondía.
Pese a que el miedo no mitigaba, solo que ya no era con tanta frecuencia.
Sencillamente en ese infierno se sentía en la gloria.
Protegida.
Que de alguna manera su entidad tenía valía, así fuese monetaria.
Lo negativo resaltando, pero era el costo que debía pagar por su ansiada libertad.
Esa que estaba acariciando a manos llenas, aunque siguiese retenida, porque aparte de las personas que trabajaban en ese lugar, nadie sabía de su existencia si se podía decir de esa manera, y poco era lo que veía el sol cuando mantenía entre tinieblas, preparándose bajo la tutela de la ama de aquel lugar, que no escatimaba en esfuerzos al avezarle. Con fuerza. Sin compasión, para lo que sería su inauguración.
Una que no poseía fecha, pero que sin duda seria en cualquier momento.
—¡Ay! — aulló de dolor cuando las palmas de las manos se le quemaron al tener los músculos cansados, y no poder sostener la cuerda, cayendo sin contención contra el duro suelo.
Nadie le tendió una mano para levantarse, aunque no la necesitaba.
Respiró con dificultad a causa del cansancio, y pasándose el dorso de la mano por la frente inhaló con pesadez recobrando fuerzas, intentando ponerse en pie, pero el trasero literal se le hizo peso muerto, regresándola al lugar donde se hallaba postrada haciéndola bufar de frustración.
Se quitó los zapatos tirándolos a un costado, ya que lo que portaba en su rostro, aunque le fastidiaba, la mirada de advertencia que le lanzó su cuidador le corroboró, más bien le recordó que no podía deshacerse del artefacto hasta que no diese la orden la cabeza directa del lugar.
Esa que intentaba por todos los medios de cubrir sus llamativas facciones, a según la apreciación de la castaña, ser la más fina del lugar, entre otras cosas.
Así que más frustrada que antes se estiró los pololos para no mostrar las piernas más de lo debido, rindiéndose en el proceso, puesto que cuando le dijeron la forma en que tenía que pagar su estadía y molestias intentó aprender con faldas, pero resultó una falta cuando entendió que, si no ponía de su parte, vender su cuerpo seria su unica salvación.
Palabras dichas precisamente por la dueña y Roger, que con sorna le analizaba en esos momentos sin siquiera preguntarle si se había lastimado.
¿Para eso la vigilaba?
¿Para burlarse de ella o era uno de esos depravados que disfrutaban solo con ver sin poder tocar aquello que se quieren devorar?
Negó fervientemente apartando esas ideas absurdas.
Susan le estaba pegando su vocabulario fuera de tono. Ella insultaba, pero de forma más refinada.
Sin embargo, se enderezó como pudo cuando una risotada de aquel le ofendió en sobremanera al verla mirando con odio a las cuerdas, conmemorando como diantres había terminado entrenando ese acto tan vulgar, que en ella se tenía que ver sensual.
«—¿Qué pretende que haga con esas cuerdas? —inquirió cuando entraron por aquella puerta por la que paso la noche anterior que fue recibida, la cual le pareció por los abucheos la propia caldera del infierno.
Vislumbrándola al poderla apreciar sin ser empujada como una zona común, pero sin demasiado que resaltar aparte de la decoración exótica que la hizo abrir los ojos con fascinación, mientras bostezaba famélica consiguiendo que vergonzosamente su estómago sonase, ocasionando que la sonrisa de la ama del lugar, que se tomó el trabajo de darle ese recorrido, se acrecentara mirándole con una ceja arqueada cuando se volvió para examinarle.
—Que cumplas con tu ofrecimiento, a menos de que quieras quedarte sin siquiera un vaso de agua— no hizo comentarios al respecto, solo respondió su cuestionamiento de forma tajante.
Boqueó indignada, pero selló sus labios, aunque no por mucho tiempo.
Su lengua venenosa era uno de los órganos que no podía controlar al completo.
—¿Y mi trabajo en este lugar seria? — preguntó con altanería al notar que pretendía quitarle el derecho que tenía todo ser humano de alimentarse.
No probaba bocado desde la mañana del día anterior.
«Recuerda que en esos momentos muchos están pasando peores situaciones que la tuya» — bramó esa vocecilla sensata que en lo más recóndito de sus entendederas habitaba.
—¿Qué ocurrió con la muchacha que agachaba la cabeza? — se mordió la lengua para no responderle.
Ya que la noche anterior tras ser indicado el lugar donde dormitaría, que cabía resaltar era el completa soledad. Siendo un catre maloliente y con las ratas pasando a su alrededor, que no la dejaron dormir por el pavor que estas le infringían, no es que le tuvieran del mejor de los humores.
Antes que agradecieran que no hiciese algún comentario al respecto, sonando hasta para sus adentros descarada cuando debía ser al revés, ya que estar en la calle de un país que no conocía se le suponía peor.
» Calladita se ve más hermosa la bella— articuló el grandulón que no se le despegaba ni un solo segundo.
Como si no tuviera un menester al que dedicarse, definitivamente se notaba que era la mano derecha del lugar para que estuviese de holgazán.
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Editado: 24.12.2023