El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) Inadecuados I

XIII| DESNUDEZ

BESTIA

ʚ•ɞ

Averno...

Mentiría si se dijese que la expectación estaba gobernando cada parte de su sistema, que el cuerpo lo poseía como una caldera y que la maldita abstinencia por una noche más lo iba a enloquecer.

Y no precisamente por falta de oportunidades, puesto que, sin ánimo de alardear, Abigail mantenían más que puesta a complacerle y Eloísa, aunque no se le había ofrecido con la mirada le demostraba que estaba en función de uno solo de sus movimientos para abordarlo regresando a sus encuentros furtivos.

Unos que cesaron desde el momento en que ella se manifestó ante sus ojos.

No sabía que tenía para ocasionar ese actuar en su persona, pero lo cierto, es que, aunque no lo entendiese su cuerpo en esos momentos solo ansiaba probar aquello que se estaba reteniendo para abordar.

Su cuerpo, su boca.

Cada parte de su ser.

Todo en ella.

Cada gramo de su piel de porcelana, esa tan nívea, que la sola idea de besarla lo hacía endurecer partes de su a anatomía hasta el punto de doler.

Por eso, es por lo que, apreciándose como un adolescente urgido por experiencia sin poder controlar sus instintos, es que ni siquiera tuvo la delicadeza de llegar a la residencia en donde se hallaba su "Adorada" esposa para explicarle su ausencia, empezando porque era algo que nunca le aclaraba.

Solo le mandó una precaria nota especificando que tenía carta blanca para seguir con sus artimañas, y juegos de cama con su nuevo amante.

El no sería quien para privarle de esos momentos de goce.

Con eso se fue directo al club de caballeros entrada la noche, después de pensar con cabeza fría como procedería ante la dama misteriosa que no desaparecía de sus pensamientos, de una forma que lo estaba abrumando.

Recordarla era algo que le fastidiaba, así que, dejándose llevar se pondría manos a la obra a la voz de ya.

Era un desenfoque que no se podía permitir, por tanto, se liberaría de este y seguiría con su plan inicial, que ni Luisa había logrado cambiar.

Por suerte portaba prendas en la habitación que le había cedido a la rubia, la cual no andaba por esos lares cuando se internó en la habitación, seguramente bajo las órdenes de Eloísa. Por eso, decidió pedir que se le llenara la tina con sales y esencias a su gusto.

Se dio un largo baño hasta que el agua estuvo fría, y la piel ya se le tornaba un tanto arrugada. Pues se quedó pensando en la conversación que tuvo con esta temprano.

En el maltrato que podía estarle infringiendo la castaña, y en que si le pertenecía por lo menos esperaba un mínimo de delicadeza para lo que le correspondía. Mas de la que le otorgaba pese aque al parecer era su consentida.

Porque había visto el trato que le prodigaba, y no la veía como una simple moneda de cambio.

Había algo más que no tenía por el momento descifrado.

Aun con la mente en otra parte se irguió de la tina dispuesto a salir de esta, sin siquiera tomar una toalla para secarse o cubrirse, dejando al descubierto su trabajado cuerpo a la par de marcado.

Ese en el que no reparaba por años.

Aquel que le recordaba cada suplicio que le resultó el estar encerrado a merced de ese cerdo, que le quitó a lo único bueno que portaba en su interior.

Por inercia alzó la mano para tocar las marcas sobre su pecho.

Esas que fueron hechas con saña e intenciones putrefactas, pero se quedó en mitad del camino cuando se sintió expuesto.

Siendo observado de una forma tan profundamente devastadora, que al cruzarse con la persona que estaba invadiendo su intimidad, sintió un latigazo en las entrañas.

De alguna manera se apreció como ese niño asustadizo, queriendo taparse del escrutinio público.

Hasta escuchó las risas distorsionadas, y como la saliva de sus maltratadores le tocaba el rostro sin reparos, mientras le arrastraban para la siguiente ronda de azotes.

Negó de forma efusiva, e intentó como mecanismo de defensa taparse con la toalla que portaba a su costado, pero la persona fue más rápida porque la tomó entre sus manos, y de manera retadora lo observó instándole a responderle, de la misma manera asesina como la estaba admirando.

—¡Bella! —la nombró en tono de advertencia —. No creo que quieras cruzar esta fina línea, en donde mi paciencia por tus caprichos pende de un hilo.

—No... no es un capricho Milord —dijo en tono bajo, pero firme pareciendo incomoda cambiando el peso de un pie a otro, dándole una repasada rápida a su torso para regresar a sus fieros ojos, relamiéndose los labios, a la par que retorcía la toalla en sus manos —. Lla... llámelo curiosidad, no tan sana —carraspeó —. Pero, con la que usted perfectamente puede lidiar.

Sonrió de forma inevitable.

Es que enserio, pese a no estarle viendo el rostro por entero sus ojos decían más que sus directas palabras.

Los cientos de sensaciones que experimentó con una de sus ojeadas cargadas de un matiz, que ni siquiera sabía que podía existir. No obstante, sentirse tan desprotegido.

Siendo tan visible para el prójimo, solo logró alterarle aún más.

Por eso, es por lo que, regresando a su ceñó acerado estiró el brazo para pedirle que le entregase lo único que lo hacía sentir en su elemento, pese a que solo era un misero trapo, pero lo que obtuvo ante el titubeo fue una rotunda negación.

Un meneo de cabeza en conjunto con una mordida de labio, a la par que delataba el grado de diversión el brillo en la mirada.

Ese mismo que le hizo brincar la polla, ya de por si empalmada.

Pues verle con aquel conjunto, que dejaba algo más a la imaginación sin dejar de ser seductor, le secó la boca y la hizo ante sus ojos algo difícil de retirar la mirada.




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