El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) Inadecuados I

XVII| EMBOSCADA

BELLA

  

Fue una tonta.

Una estúpida impulsiva, que se dejó gobernar por la emoción del momento.

Es que debió medir sus palabras.

Así no habría cometido la locura de declarar todo lo que su mente profesaba, y de esa manera no hubiese tomado la decisión de quedarse, dándole el calor reconfortante que no sabía que su cuerpo necesitaba.

Sin embargo, no se arrepentía de confesarle por encima sus frustraciones.

El infierno que había experimentado con el paso de los años.

Lo que no debió manifestarle, fue lo importante que se le hacía en su entorno, ni mucho menos que por él es que había vuelto a sonreír.

Así como tampoco debió declararle con vehemencia, que le entregaba lo que quedaba para que pudiese aliviar en algo la oscuridad en su interior.

Es que fue una tonta crédula, que se dejó obnubilar por las sensaciones, corroborándolo al despertar, y sentir el espacio que él ocupó hasta donde tuvo consciencia, vacío.

Sin siquiera una nota de despedida.

Pero ¿Qué esperaba?

Ella no era nada para él, claramente solo destacaba como una propiedad que nadie podía invadir, demostrándolo cuando lo retó. No obstante, no lo podía culpar, él nunca le prometió algo que ya no supiese. Mucho menos algo que nunca hubiera recibido.

Solo se dejó cegar por el trato digno, que siempre le daba.

Era un caballero, pese a lo oscuro que se percibía. Y claramente, la protegería de las adversidades.

...

Se despejó moviendo la cabeza hacia los lados.

Necesitaba enfocarse, o se partiría el cuello en esas cuerdas del infierno.

Lo único que le quedaba, era que con el tiempo le había hallado el gusto y de alguna manera se despejaba, y de paso retaba al único hombre que le interesaba ver esa noche a la par de no volverlo a apreciar en su vida.

La vergüenza le invadía.

Por lo menos, se había ido, porque, aunque fue una decepción no sabía cómo afrontar las consecuencias de todas sus confesiones.

Movió el cuello de forma circular, mientras destensaba los hombros exhalando con fuerza esperando su turno.

En el proceso, un hombro chocó en el suyo haciéndola perder el equilibrio. No cayendo, porque pudo prenderse de la pared más cercana para no hacerse daño.

Las burlas no dieron espera.

No estaba sola.

Se hallaba en una habitación con media docena de mujeres que se dedicaban a darle placer a los lores, y cabía destacar que ninguna la soportaba por ser la más requerida y de paso inalcanzable porque sus servicios no eran meterse en la cama de esos cerdos, que disfrutaban con un espectáculo que denigraba el cuerpo femenino.

Iba a protestar, pero se lo pensó mejor. Puesto que, ponerse a su nivel, era darles el gusto.

Respiró.

La mente la tenía en otro lado, no podía perder el tiempo armando un espectáculo, cuando uno afuera la estaba esperando.

Por lo menos Lilian no tenía que soportar a esas mujeres.

La alemana, no le daría tanta lidia, pues la aversión solo iba dirigida a su persona.

—La consentida, que no puede dar una mirada a la prole si no es para despreciarle —Afrodita fue la primera en tirar la pulla.

Miró de reojo a la morena reacomodándose el antifaz, apretando la mandíbula para no responder.

No quería problemas, pues hace mucho no era castigada y ese día en particular no poseía ánimos para soportar los reproches llenos de consecuencias.

—Al parecer, comerse la polla de Lord Albemarle la dejó muda —esa era perla, la chica que le mostró como debía subirse a las cuerdas.

El cuerpo entero se le enrojeció.

—No es mi culpa que prefiera comer un buen eton mess, que continuar a base de pan duro y agua —soltó en tono de suficiencia, haciéndolas rabiar.

Contener la lengua no era su estilo, antes se había demorado en devolver el agravio.

—¿Qué es lo que te crees, perra? —saltó a decir una de ellas, que ni el sobrenombre recordaba, porque no es que le interesase aprenderse los nombres de las mujeres que querían fastidiarle, quedando con la rabia en la punta de la lengua, al apreciarla superior.

O eso se denotó cuando Roger entró sin avisar, haciéndolas respingar ante su mirada fría mortal.

—¡Tu turno! —expuso mirándole con los ojos entrecerrados —. Deja de alterar el orden, o la próxima vez dejare que te den tu merecido —lo observó ofendida mientras salía, no sin antes tirarles un beso y mover la mano como despedida.

—No me vengas con absurdeces Roger, cuando solo me defiendo —y él lo sabía perfecto.

—No puedes decir lo mismo de la alemana —tenía un punto, pero no estaban hablando de ella.

—Hay un escalafón social, en donde están las perras que atacan, las que se defienden y las que les gusta parecer arrastradas —señaló los tres niveles, aceptando la capa que le brindaba, teniendo más que claro a cuál pertenecía la alemana, que por eso repudiaba —. Ahora que los conoces, asocia a quien corresponde cada una y tendrás la respuesta que requieres —le guiñó un ojo —. Y te doy un dato, yo suelo ser las dos primeras, nunca la última. Porque hasta para ladrar hay que tener clase — con eso le abrió paso para que la escoltara al escenario.

Dejando que la mente se enfocara no en los abucheos, si no en la presencia que la instaba a subirse a las cuerdas para tentarle.

Buscándolo con la mirada antes de comenzar el acto con los pregones seductores que eran parte del espectáculo.

Llenando su pecho de una ráfaga de decepción cuando no lo halló en el lugar de siempre.

Ni siquiera Eloísa se veía por ningún lado.

Tragó duro por el nudo que se formó en su garganta, ante la posible imagen que produjo su mente, refrenando las lágrimas que se acumularon en sus ojos.




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