El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) Inadecuados I

XVIII| CARNARDA

ANGEL CAIDO 

 Ѱ 

Lado norte del océano atlántico que conecta Europa con el territorio americano.

Mayo de 1802...

Frustración seria la palabra correcta para definir lo que sentía Edmund Harris en ese momento tras su tercera botella de coñac a punto de finalizar.

Desespero era otra que le sentaría como un guante, si rememoraba al par de hombres que en los últimos meses había arrojado por la borda con un tiro de gracia en la frente, siendo los más leales a su servicio.

Que estaba desquiciado opinarían sin ningún tipo de duda las personas alternas a su grupo, pero las que lidiaban con su cambio de humor caótico a diario tenían más que asimilado su actuar predecible, porque apartando su humor más negro de los habitual por no tener en su poder a la rubia de ojos boreales, todo lo tenía calculado.

Desde el intento de despiste de su padre haciendo que lo persiguiese como un imbécil por Italia y Alemania, creyendo que con eso se daría por vencido, no contando con su poder de tomarse las cosas con calma para lograr sus objetivos.

Siendo lo poco astuto para cambiar de navío cuando se dirigía a su verdadero destino, no imaginando que tuviese ojos en las espaldas.

Por lo menos no unos tan astutos.

Demostrando de esa manera que el tiempo alejado de sus vástagos, le dio el arma para vencer sin siquiera hacer un simple movimiento para atacarlo.

...

Se empinó los escasos dos dedos que quedaban en la botella al escuchar pisadas descuidadas llegar hasta el, no girándose hasta que la tiró por la borda como las dos anteriores, relamiéndose los labios para quitarse las gotas que se habían resbalado fuera de su cavidad.

Aun dándole la espalda recibió la información que lo tenía fuera de la litera a altas horas de la madrugada, pese a que desde la desaparición de Aurora solo dormía lo necesario para no desfallecer.

Porque el sentirla perdida lo dejaba con las ganas nulas de volver a respirar.

—Se han amotinado los hombres a cargo de Lord Warrington —ya era hora —. El Conde ya tiene conocimiento de que el barco nunca le perteneció —espetó haciéndolo sonreír al recordar a la ingenuidad con la que creyó que podía después de años de ausencia venir a mandar en unas tierras, y unas almas que nunca se había encargado en cultivar.

Es que la fidelidad estaba con la persona que los procuraba, o en su caso amedrentaba si no querían perder lo verdaderamente valioso que les quedaba.

No hablando precisamente de tierras cuando el ser humano promedio actúa en pro de los sentimientos.

—Llévalo al lugar acordado —antepuso sosteniéndose del barandal cuando intentó voltearse sintiendo el mareo a causa del exceso de alcohol ingerido —. Le haré una visita al padre abnegado antes de que lleguemos a América —el hombre asintió dispuesto a retirarse, pero a su mente llegó una nueva idea que pondría en práctica —¡Oliver! —este frenó volviéndose a poner a sus órdenes —Ejecución masiva —no pretendía lidiar con cabos sueltos.

—Si mi señor —con eso se retiró.

Los asuntos sin resolver se convertían en dolores de cabeza a largo plazo, y con su padre, y en especial Aurora ya tenía suficiente.

Solo conservaría a los justos y necesarios, aunque si tuviera opción solo de quedaría con Oliver y Hans.

El que sirvió de carnada al ser un muchacho que prácticamente su padre crio sin saber su mala entraña.

Lo poco agradecido que se veía a la par de lo nulamente moralista que era al solo actuar por su bienestar, y ese venia de la mano de su yugo.

Suspiró emprendiendo rumbo hacia la ubicación de su invitado.

Estaba por amanecer, a punto de llegar y ese momento no se podía dilatar más.

Descendió hasta la parte más apartada del buque.

Donde los lamentos se ahogan al ser absorbidos por la inmensidad del Atlántico.

Siendo el lugar en el que se almacenaban los alimentos, y todo lo requerido para esa larga travesía.

Exhaló cuando al llegar a la puerta escuchó la primera imposición, junto con el aporreo constante de cada utensilio que se hallaba en la estancia.

Negó como si aquello le pareciese la mayor estupidez.

No le gustaban los dramas.

Iba directo al punto.

Tomaba lo que quería sin pensar en las repercusiones, porque sus acciones eran ley divina, y ese día no sería la excepción

Nunca necesitó perseguir a su padre para hacerse de nuevo a Aurora.

Pudo haber dado con su paradero a punta de exigencias, pero se perdería de lo más importante.

Estar lo suficientemente calmado para darle a entender que con él no se jugaba.

Que escapar de sus garras no le traería felicidad.

Esa que solo él le podía brindar.

Por eso se tomó su tiempo.

Para poder aceptar las merecidas disculpas que venían de la mano de un escarmiento.

Sin más dilación se adentró a la estancia.

Observando el derramamiento de vivieres.

Pareciéndole la pataleta de un chiquillo problemático, que de un hombre mayor humillado al no poder haberlo burlado.

Sonrió de medio lado al ser su punto de enfoque.

Causando que los ojos marrones de su padre chispearan con ira sin contener, y que fuese a su encuentro quedando a unos pocos pasos de ser agredido, y solo contenido el ataque por Hans.

El mismo cochero que le acolitaba todas sus ideas.

Aquel que era un puñal de doble filo.

Ese que no estaba revelando su identidad, porque le cedió los honores para que su ataque fuera verdaderamente inesperado.

—Eres un cobarde —escupió cerca de su rostro como si aquello lo fuese a ofender —. Valerte de artimañas para sabotearme porque solo no podrías sobrepasarme.




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