El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) Inadecuados I

XXI| SACRIFICIO

BELLA

Ni todo el oxígeno del mundo resultó suficiente para iniciar las imposiciones del ángel caído.

El cuerpo le temblaba.

La mente la tenía bloqueada.

El corazón en la garganta.

Todo dentro de ella se estaba desmoronando.

Era una ilusa.

Una chiquilla que vivía en los deseos poco materializados de su alama atormentada, que nunca encontraría una salida para deshacerse de la carga que le suponía estar con un hombre que no entendía que nunca le pertenecería.

Esos meses no le sirvieron para una mierda.

Solo la volvieron una puta excéntrica, con más trucos para darle placer rogando para que fuesen suficientes y no acabara con la vida de dos de las personas que más amaba.

Lo único que tenía.

Debía actuar, pero el cuerpo no le respondía.

Ni siquiera la lengua para pedir un poco de tiempo, y organizar sus ideas.

Solo estaba ida en una mente en blanco.

Intentando procesar que no era nada, y por lo visto nunca tuvo la oportunidad de pertenecer a algo que no fuera ese maldito desnaturalizado.

Solo podía mirarlo, intentando olvidar que tenía a su padre apreciando una escena que se llevaría a cabo en pocos instantes.

No podía soportar su mirada de lastima y decepción.

Que la juzgara de manera malsana al permitir que Edmund le hiciera tal canallada.

No quería apreciarlo de primera mano, y sentirse más pequeña de lo que se advertía en esos instantes.

Ni siquiera era una hormiga.

Solo una maldita cucaracha de las que se pisaban y seguían con vida.

Acrecentando la sensación cuando ya había notado un cuestionamiento en sus orbes a medio cerrar que la rompió por dentro.

«¿Por qué no me lo dijiste?»

Se tragó un sollozo junto con la impotencia a la par de la ira que la invadía.

Puesto que, quería gritarle un:

«No me lo he callado porque viviera encantada de la vida con la situación.

Usted nunca estaba.

Madre ni siquiera me escuchaba y le tenía o mejor dicho le tengo un pavor tremendo al que nunca debió olvidar que solo podíamos ser hermanos. Y de solo pensar que me volvería a lastimar prefería cerrar la boca, después de todo no pararía.

Solo aumentaría el abuso, y ya tenía suficiente con odiar mi vida y no querer perderla, para ahora sumarle que exterminaría las ganas de vivir y eso ni con su muerte me lo perdonaría»

Porque ella quería seguir respirando.

Por absurdo que pareciese deseaba conocer eso que llamaban felicidad, y que en los brazos del lobo de Albemarle había alcanzado.

Y ahora...

Todo se había evaporado.

Tenía que cumplir con su imposición, si no quería arriesgar unas existencias que no se merecían ser el castigo de su rebeldía.

Esas mismas almas que se tornaron en lo único que tenía.

Y no quería perderlas.

Por eso, antes de que diera la indicación de seguir con la masacre, se espabiló.

—¿Quieres que me quite la ropa? —preguntó en un tono carente de emociones.

Denotando que estaban perdiendo las que le quedaban.

Que él estaba marchitando lo que de a poco había aflorado en su sistema.

Era un especialista a la hora de recordarle que no era nada que él no desease que fuera.

Un nuevo gemido se escapó de la boca de su padre, en conjunto con otro golpe de parte del lacayo hacia su querida Susan, y el sollozo de Berit que fue el complemento perfecto para ese inicio de sadismo hacia su persona.

Porque la estaba dañando como nada y sin siquiera tocarla.

Le estaba fisurando el alma.

—No mires. No mires. No mires —se susurraba para no perder al completo los estribos.

Enserio ya no quería llevarlo al límite, solo que especificara sus órdenes, sin replicar por lo que estaba haciendo, puesto que, lo convertiría en un ser más sádico de lo habitual.

—Si —respondió como si repetirle no le hubiese costado que su padre perdiera lo que seguramente era otro dedo, y su amiga recibiera otro golpe que debía ser para ella.

Todo para ella.

» Demuéstrame las artes que aprendiste en ese lugar lleno de perversidades —todo y a la vez nada.

—No hay cuerdas —agradeció que no le temblara a voz.

Otro movimiento de muñeca, y esas estuvieron instaladas en un parpadeo colgando del techo de esa especie de cabaña al aire libre que había presenciado los mejores encuentros que había tenido hasta el momento.

—¿Otra negativa se asoma en tu dulce boquita? —eso no era un «Pide y te será concedido»

Aquello significaba un claro: «Una nueva replica y voy a por su cabeza»

Por eso, se mordió la lengua y no respondió.

Solo cuadro los hombros, moviéndolos en el proceso y cerrando los ojos empezó a pasar las manos por su cuerpo para acto continuo comenzar a tantear el artefacto que le serviría para darle gusto a las ambiciones de ese ente sin corazón.

Imaginando que no estaba en ese lugar, que regresaba a lo que fue un momento pletórico horas antes, en donde sus gemidos inundaban la estancia mientras era absorbía por todo lo que Sebastien le profería.

—¡Mírame! —una exigencia seca que la hizo respingar por la fuerza con la que salió, haciendo que Berit volviera a chillar —. No lo metas en esto, porque yo soy tu dueño —le estaba pidiendo imposibles cuando lo que más le provocaba arcadas era recordar cómo la acariciaba.

Si es que a eso se le podía llamar a los golpes que le propinaba.

Esos que solo el disfrutaba, cuando lo que hacían era todo menos algo correcto.

—Nunca he sido tuya Edmund —los recuerdos le asquearon a tal punto, que gritárselo no pudo contenerlo, mientras apretaba la cuerda a la que estaba sostenida —. Nunca podre ser tuya, porque que me toques es una maldita tortura, y solo con el puedo decir que le pertenezco a algo y gracias al creador no es a ti —este se paró de su silla como un animal embravecido haciéndole una señal a Hans, el cual fue hasta ella y sin dilación la separó del artefacto sosteniéndola por la espalda rodeándola con fuerza solo utilizando uno de sus brazos, mientras con la mano libre la tomaba del mentón con rudeza para que no se moviese.




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