El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) Inadecuados I

XXXIV| AJUSTE DE CUENTAS

ARES

Terreno colindante entre el castillo de Beaumont y el Babette Palace cerca a Bélgica…

 

Saberse un hijo de nadie era una putada desde el nacimiento.

Creerse inferior cuando por dentro el fuego de la superioridad no lo dejaba rebajar, algo que no se lo deseaba ni a su peor enemigo.

Ser la caridad de un Conde, soportable hasta cierto punto.

Pero, ser un lacayo a sabiendas de que podia criarse como el hijo de un Lord y evitarse tanta humillación y trabajos era una mierda desde el punto que se le viera, y ya estaba cansado de lamberle las pelotas a los imbéciles que no eran capaces de matar una mosca, dejándole el trabajo sucio cuando él se merecía un poco de esa mierda, que si lo veía por el lado correcto no solo se merecía un poco, si no a manos llenas.

No supo desde un inicio que era hijo de Lord Godric Keppel y Lady Babette Lacroze, pues resultaba un tanto descabellado que tuviese idea de aquello cuando lo único que le importaba era sobrevivir y quitarse el asco de querer ser más, y seguir por el mismo camino de arrastrado cuando el antiguo Conde de Warrington siempre lo hizo sentir una caridad cuando por algo es por lo que había dado con él en primera estancia.

El nunca se tragó las excusas los viajes a descubrir piedras insulsas de exorbitante valor, hubiese dado con un niño descalzo tratando de robar por comida, pero por un tiempo lo creyó hasta que se dio cuenta que había algo más.

La manera en cómo lo miraba cuando aparentemente no se daba cuenta.

Cuando intentaba mandarlo, pero lo pensaba mejor a la hora de hablarle porque algo lo detenía.

Y nadie es tan bueno, pese a que lo máximo que le brindó en su hogar fue un catre a duras penas en condiciones y una habitación llena de humedad, y con olor contundente que le generó diferentes tipos de problemas respiratorios que nadie atendía.

De igual manera al ser un chiquillo se conformaba con ser la caridad de un Lord, hasta que un día las cosas cambiaron.

Palabras claves susurradas, su nombre en medio de estas y el nombre del Condado de Albemarle como enfoque principal ante la discusión acalorada del Conde de Warrington y un caballero que jamás había divisado en su existencia.

«—No entiendo porque carajos sigues manteniendo con vida al bastardo, pero…  —la mirada fulminante del conde silenció al sujeto.

—No es ningún bastardo cuando el lunático de su padre ni siquiera se tomó el trabajo de observarlo por un momento antes de encargar que se deshicieran de él.

—Siendo tu trabajo cuando no mediste las consecuencias de meterte con la persona equivocada.

—Mi hijo fue el que no midió los límites, y doy la cara por él, pero no me pueden pedir que extermine al hijo del Conde de Albemarle cuando este mismo apenas lo vea, y deje la ceguera me va a querer asesinar.

—Consecuencias de meterse con la persona equivocada.

—Hans es tan solo un niño —al escuchar su nombre respingó en su lugar y debió apartarse de la puerta, pero no podia simplemente irse cuando teniendo escasos siete años ya comprendía lo que se decía en ese lugar.

Tenía padres.

No era el hijo de nadie.

—Es un puto asesino a sangre fría, recuerda como lo encontraste —con un cadáver a su lado y las manos manchadas de sangre de un hombre que pensaba abusarlo.

Él lo único que hizo fue defenderse con el cuchillo que cargaba, y consiguió cuando el dueño de una mugrosa taberna le pagó la fregada de los pisos con aquello, diciendo que eso le serviría para defenderse y conseguir más dinero.

Y no se equivocó, porque después del miedo inicial, no volvió a pasar hambre y era muy pequeño para tener consciencia.

Por eso es por lo que ya no recordaba cuando fue la primera vez que quitó una vida, ni mucho menos cuando si quiera le afectó.

—Sigue siendo un niño, Black —este resopló en respuesta —, ese mismo niño que es tu familia, y no les importó lo suficiente para protegerlo.

—Conoces a Albemarle —parecía tensó, como frustrado por tener que andarse con cuidado con el mencionado.

—Es tu pariente.

—Y Babette la mujer que amaba y recuerda como terminó —de pronto parecía cansado, con los hombros caídos y como si los años le hubiesen pasado de un plumazo.

Cuando su aparente salvador iba a responder sintió que alguien le ponía la mano en el hombro haciéndolo respingar hasta que se giró topándose con los ojos de un color indescriptible, y el rostro hermoso y perfecto que lo dejó sin aliento de la pequeña niña de cinco años que orbitaba la mayor parte del tiempo a su alrededor.

—¿Qué haces, Hans? —preguntó en su pequeña vocecita que causaba ternura, pese a su mirada de niña caprichosa que confundía, pese a que con el nunca practicaba lo de ser pedante.

—¡Shhhhh! —se puso un dedo en la boca indicando silencio, que está cruzándose de brazos y haciendo un puchero acató pese a que no le gustaba que le ordenaran.




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