El CorazÓn De La Bestia (el Lobo De Albemarle) Inadecuados I

XXXVII| FAMILIA

BESTIA

(Irlanda – Dublin)

Provincia de Leinster.

Marzo de 1806…

 

Lo había pensado lo suficiente, meditado hasta tener la cabeza a punto de explotar, y con las entendederas tan retraídas que al fin decidió, por primera vez hacer lo que su corazón le dictaba, pese a que lo estuviese odiando.

«—Pero necesitas mi aceptación y es un rotundo no. Pensé nunca decirlo Sebastien, pero no tienes como el resto, lo que estoy buscando. Fui clara en la nota que te dejé, porque a mí no me sirve que cumplas tus objetivos, si continuas sin nada que ofrecerme. Consigue eso que tanto añoro, y después regresa»

Esas malditas palabras no salían de su cabeza.

El rechazo firme, el que indicaba que no tenía lo que se necesitaba.

El que lo veía como uno más del montón, pese a que su cuerpo y ojos pensaban diferente gritándole cuanto lo añoraban.

Joder.

Nunca le había dolido tanto un no, hasta que vino de ella.

Las negativas no las veía como obstáculos hasta que salió de sus labios.

Por eso, tras mandar a Luisa en el primer buque directo a España, con un par de hombres de su entera confianza, sin contar con Belmonte, que aunque no era de su agrado la cuidaría con su vida, al decidir quedarse un poco más con el único fin de persuadirla, porque rogarle era algo que no se veía haciendo, es que agotando sus ideas se había presentado a la residencia de los Duques de Leinster siguiendo las recomendaciones de Aurora Harris, porque su amenaza de dejarla de lado solo fue lanzada por un hombre despechado que en esos momentos no pensaba con la cabeza si no con el orgullo herido, el cual pisoteó las veces que le dio la gana al negarse a verlo, o simplemente pasar de el en cada maldita velada a la que asistió antes de verse envuelta en el luto cuando su madre falleció a causa de su salud sorprendentemente deteriorada.

O esa fue la excusa que se le dio a la sociedad cuando el mejor que nadie sabía, sin siquiera tomarse el trabajo de indagar, que Warrington fue el autor intelectual del deceso por deseo de la rubia.

 Se jaló por decima vez el pañuelo mientras que esperaba que le atendieran, pensando no precisamente en la reunión, más bien, en esa rubia que no perdía oportunidad para ponerlo contra la espada y la pared.

Quería que tuviese una familia, que su vida estuviese rodeada de seres que lo procuraran, que solo le faltara ella para terminar de conformar el cuadro.

Un cuadro lo bastante romántico para hacerlo vomitar si no fuese porque era la única manera de tenerle contenta, y con el paso del tiempo se había enterado, pero no hecho a la idea de que por ella haría cualquier cosa.

Relajó los músculos, mientras escuchaba como la puerta cedía y por esta aparecía una pelinegra de ojos verdes preciosos más claros y expresivos que los suyos, enfundada en un vestido del mismo color de sus orbes sencillo, sin restarle belleza haciendo brillar su piel blanquecina.

Se veía radiante, sin abandonar el gesto de prepotencia que la caracterizaba y la convirtieron en una de las beldades inalcanzables cuando hizo debut en sociedad.

Nunca habían tenido demasiada interacción, porque Adler no es que se llevase específicamente bien son sus hermanas al ser polos opuestos.

De pequeños sí que fueron cercanos y se protegían, pero con el pasar del tiempo y al cambiar su esencia con esta, su relación perdió fuerza hasta quedar en la absoluta nada.

 —Veo que rechazaste las atenciones que mis lacayos amablemente te ofrecieron —soltó en tono filoso haciendo hondear la parte baja de su vestido como si lo estuviese desafiando, mientras se acercaba con altivez para quedar a su altura.

Cuando estuvieron a un palmo de distancia se retaron con la mirada esperando a que uno diera el primer paso, y sabía que tenía que ser el, pero ni siquiera comprendía como debía de iniciar con una persona en la que pedirle perdón no cabía porque no le había hecho nada, y un hola estaba lo bastante fuera de lugar para que le plantase un bofetón, y sabía que era muy capaz, porque lo arpía nadie se lo quitaría, pese a que según Adler, tras la muerte de Yanet había cambiado radicalmente, hasta el punto de volverse intima de Freya.

Difícil de creer, pero no imposible de forjar al parecer.

Abrió la boca para decir algo, pero esta negó con una sonrisa de medio lado cortando el contacto visual retrocediendo un par de pasos, disponiéndose a tomar asiento ofreciéndole el que tenía frente a ella, para acto continuo servirse una taza de té, que él había despreciado y el líquido frio descansaba en la mesita de centro sin ser tocado.

El silencio volvió a reinar entre ellos mientras era observado con curiosidad.

No pensaba hacerle un comentario sobre el clima, ni mucho menos preguntarle por su esposo, o siquiera ofrecerle condolencias por la muerte de su madre, y hermana cuando ni siquiera llevaba el luto reglamentario, y él lo único que lamentaba es no haberlo efectuado con sus propias manos.

Devolvió la taza a la mesa, y ante su escrutinio intenso que no le perdía pisada sacó del escote una hoja doblada que puso también en la mesa ofreciéndosela, consiguiendo que arquease una ceja con escepticismo.




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