BELLA
(Londres - Inglaterra)
Park Lane – Mayfair.
Londonderry House.
Finales de noviembre de 1807…
Era de su conocimiento que llevaba semanas en el mismo territorio, y que el evento oficiado por el Marqués de Londonderry para ponerse oficialmente en el objetivo de las matronas y sus cazadotes, llamadas damitas en edad casadera, no era el primero en el que se mostraba, sin dejar que lo mirase de frente.
Respirándole en la nuca, sin embargo, era lo bastante cruel para no dar el primer paso esperando que fuese ella quien se atreviese a arriesgarse.
Cosa que entendía, teniendo en cuenta con la pequeña sorpresa que le dio con la alemana, no obstante, mientras estaba danzando en los brazos de Edmund al ser un Allemande, que era distinguido por su cambio de parejas, comenzando con Oliver, que fue el que la invitó a danzar, no podia simplemente soportar como la ignorada de una manera tan deliberada.
¿Era enserio?
¿A que estaba jugando?
Ni siquiera la reconocía, entretenido con la que, gracias a la nueva esposa de Lord Stewart, ahora era su pareja.
La bendita princesita que miraba con hambre a un hombre que jamás seria para ella, al no poder hacer el cambio inicial porque la dichosa americana tenía dos pies izquierdos y cerebro de chorlito.
Seguía sin comprender, pese a lo amarrada que estaba al Conde de Lincoln, que su destino no era el lobo que jamás aullaría en su dirección.
Dejó de mirar con fijeza a la pareja que estaba un par de lugares lejos de ella, cuando sintió unos dedos apretando con demasiada fuerza su cintura, asegurándole una futura marca.
—La torpeza no es un defecto que se te otorgó —siseó en su oído, haciendo que una sonrisa de medio lado se formase en su rostro cuando recuperó las mascara que por un segundo se le extravió cuando la tomó con la guardia baja.
—Las mujeres hermosas somos tachadas de poco seso, asi que puede y me guste hacer gala de ese remarcado defecto asi no lo porte en el cuerpo —estaba estirando la cuerda, y en cualquier momento se rompería, pero su era sincera consigo misma, en esos momentos le infundía más prevención Oliver, que la miraba sin reservas con los ojos entrecerrados y el ceño fruncido, mientras danzaba con Lady Danai Fitzgerald, y de igual manera haría lo que se le placiera.
—Aprovecha mientras puedas —fue lo único que le advirtió antes de que se produjese el cambio de pareja cayendo en los brazos del futuro Duque de Montrose, Lord Archivald Stewart, cuando bien pudo desviar su camino, como la esposa de este, al ser un desastre, pero decidió alargar la agonía, porque sabía que no era la única que anhelaba su toque, que deseaba sus besos y caricias.
Le guiñó un ojo a su hermano antes de poner atención a su entorno, y después al pelirrojo que la sostenía, haciéndola girar tras un cruce de manos, regresando a sus brazos envarada por lo que estaba presenciando.
Genevieve, portaba las manos largas, y unos dedos escurridizos que iban sigilosamente en ascenso a la piel ligeramente expuesta del cuello, de nada menos que del Conde de Albemarle.
Siendo una descarada sin límites cuando segundos antes Lord Stewart habia sido objeto de sus insinuaciones, sin importar que este solo tuviese ojos para la castaña desastrosa que estaba bailando con Edmund, o más bien destrozándole los pies.
No sabía cuál de las dos escenas le parecía más patética, pero tomó la decisión de enfocarse en la menos comprometedora para no ser la protagonista de un tercera, cuando el desenlace podria ser fatalista.
—Solo dígaselo —era su esposa, y le precia ridículo que le ocultase lo que sentía cuando se veía que estaban de alguna manera distanciados por no hablar con la sinceridad del caso.
No teniendo moral para reprocharlo, pero su caso era muy diferente.
Demasiado, por más de que el inconveniente si valiese la pena hacerse el de la vista gorda.
» Debería decirle a su esposa que muere por ella, en vez de pretender no soportarla como desde el inicio de la temporada —aclaró cuando observó la duda plasmada en su rostro, conteniéndose para rodar los ojos volviendo la vista al pelinegro, y su muy amada pariente —. Y no le haga caso a mi cuñada, que solo ve la oportunidad de meterse en los pantalones del primer Lord atractivo y no la desaprovecha, sin comprender que usted no se ve tan básico como el común —apretó la mandíbula cuando después de otro giro juntó sus cuerpos más de lo debido, restregándose descaradamente teniendo menos pudor que una fulana, porque ellas lo hacían por necesidad, en cambio esa mujercita lo llevaba a cabo por mero placer —. Esa mujer escurridiza no tiene ni idea de lo poco atractiva que se manifiesta cuando muestra demasiado interés —se relamió los labios, arqueando una ceja cuando advirtió como Sebastien le regalaba una sonrisa estudiada llena de intenciones oscuras, desviando la mirada un segundo para cruzarse con la de ella, llena de diversión chispeante, para después regresar la atención a su acompañante, que con un último giro cayó en los brazos de Lord Charles Habsburg Von – Brant, Conde de Luxemburgo, mientras ella hacía lo propio con el pelinegro que ni bien la estrechó entre sus brazos provocó que las piernas le temblaran y la respiración le tartamudeara quitándole el aliento.
—El rojo te sienta soberbio —lo susurró a un suspiro de sus labios —. Te he echado de menos —se mordió el labio conteniéndose para no cometer una locura, pues de por si su atuendo estaba llamando la atención, teniendo en cuenta que la muerte de su progenitora estaba aún reciente, y tanto el atuendo como el color no eran indicados como para que le sumara a las habladurías el descaro de afirmar que el Conde de Albemarle si era uno de sus amantes, cuando lo único cierto es que resultaba ser único en su existencia.
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Editado: 24.12.2023