El corazón de la reina

Capítulo 1: El placer de conocerle

El murmuro de mi corte fue detenido por las puertas que fueron abiertas de golpe. Dos soldados y un caballero cruzaron la cámara principal del castillo hasta llegar delante de mi trono. Los tres hicieron la usual reverencia, colocando una rodilla en el suelo e inclinando la cabeza en un movimiento rápido con el puño derecho en el corazón.

—Mi reina —habló el caballero entre los dos soldados. Era el único que poseía un gran penacho de color rojo carmesí en su casco y capa larga del mismo color.

—Segismundo… ¿Qué noticias tienes para mí? —hablé en tono indiferente, conteniendo en el interior el interés en sus palabras.

—El reino enemigo espera a que ataquemos de nuevo.

Enarqué una ceja y apreté la mandíbula.

—¿Tan incompetente cree ella de mí?

Mi caballero bajó aún más la cabeza, yo respiré profundo. Me sentí harta de la situación, desde que declaré la guerra, mi enemigo no hizo nada más que contener los ataques. Se refugió en sus múltiples murallas y no contraatacó, la invasión tomaría más tiempo de lo calculado. Era inconcebible como esa “reina” se atrevía a menospreciarme.

—Entonces envía una tropa y destruye la siguiente barrera.

—Mi Reina… —murmuró Eder. La voz de mi principal consejero hizo eco en el salón—. No se apresure a tomar decisiones —Eder emergió de entre los miembros de mi corte, él era un hombre que a pesar de que su cabello corto reflejaba hebras grises y blancas, su cuerpo proyectó el vigor de un caballero—. Nuestras tropas necesitan recuperar energías. También, permítenos pulir el plan de batalla, así se evitará más bajas, asegurando la victoria. —Se colocó a la par de Segismundo.

Me mantuve callada por un momento, meditando sus palabras. Observé como Eder se acomodó la capa oscura sobre su hombro, ocultando su brazo inutilizado en batalla. La sensación de varios ojos sobre mí, me desconcentró. Supe en qué estaban pensando, después de todo, Eder era el único en que se atrevía a enfrentarme. Aquello no dejó reflexionar con libertad. Cerré los ojos y respiré profundo.

—Corte real, retírense. —Ordené. Abrí los ojos, cada uno se miraron entre sí muy confundidos. Esto intensificó mi irritación—. ¡Largo de aquí si no quieren perder la cabeza! —Todos se apresuraron a salir de la cámara, quedando solo Segismundo, Eder y los dos soldados de bajo rango—. Ellos también.

Segismundo se incorporó y ordenó a sus acompañantes que se retiraran. Una vez solos, miré a cada uno de los dos hombres detalladamente. La armadura de Segismundo era tan oscura como la obsidiana, patrones dorados se enredaban en cada pieza, resaltando su color junto el penacho y capa carmesí. Eder, a pesar de ser mi principal consejero, no usaba vestimenta tan ostentosa. Era simple y nunca dejaba de lado su corta capa.

—¿Entonces, cuál es tu plan? —Pregunté a Eder.

Él sonrió.

—¿Por qué no le preguntamos a tu caballero? Él también es capaz de planear.

Le fulminé con la mirada. Cerré los ojos y respiré profundo, el vacío en mi pecho hizo más difícil respirar. «Si aún tuviera mi corazón» pensé.

—Bien… ¿Segismundo? ¿Qué me aconsejas? ¿Cuál es tu plan? —Pregunté una vez que me centré en él.

Él enseguida se quitó el casco. Pasó una mano por su cabello negro revolviéndolo un poco. Su cabello era lacio y las puntas rozaban más abajo de sus orejas. Pasó la mano por su frente para peinarlo hacia atrás, despejándola y permitiéndome ver sus jóvenes rasgos pálidos y esos ojos grises tan claros y brillantes.

Una punzada de dolor fue lo que sentí en mi pecho vacío.

Esos ojos, esos bellos ojos me recordaron a él. Una persona que terminó siendo un despreciable ladrón.

—Concuerdo con el señor Eder. Si queremos vencer e invadir el reino Cristal, debemos buscar la manera de introducirnos sin perder muchos soldados. Mi plan es atravesar el bosque que le rodea y destruir la muralla en diferentes puntos para confundirlos. —La voz de Segismundo fue potente y decidido, emocionado por la oportunidad que se le concedió.

Miré a ambos hombres nuevamente.

—El bosque penumbra no es tan fácil de atravesar —Les recordé. Analizamos la opción, debatimos por un momento y al no estar de acuerdo con rapidez ordené—. Bien, busquen la manera de lograrlo. Ambos deberán trabajar en ello. —Ninguno intentó contradecirme—. Retírense. —Ambos hicieron una leve reverencia y se retiraron de la cámara. Dejándome sola por completo.

Me levanté de mi trono. Las almohadillas rojas ya no eran mullidas y el viejo trono de madera oscura estaba tan deteriorado que destruía mi espalda. Contemplé mi entorno: paredes gris oscuro, adornos elaborados en hierro negro, cortinas y alfombras carmesí, y ventanales enormes que permitía entrar la luz externa. Perfecto, adoraba tal ambiente. Nada poseía algún color claro, pues lo detestaba y evitaba recordar a esa persona.

Me acerqué al ventanal. El reino Rojo se extendió hasta el bosque Penumbra. Más allá de este bosque, se podía ver el bosque Feudal y también la silueta apenas detectable del Reino Cristal.

 

Ambos Reinos luchábamos sin descanso, puesto que ninguno quería ceder el derecho para gobernar toda la vasta tierra. Poco me importó ese derecho, lo que yo quería era venganza.



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En el texto hay: tragedia, novela corta, traición

Editado: 08.02.2024

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