El corazón de la reina

Capítulo 2: Mirada de cristal

—¿Mi reina? ¿Necesita algo más? —Una joven criada me devolvió al presente.

—Por ahora no, puedes retirarte.

Ella hizo una reverencia antes de intentar retirarse con rapidez. Su andar apresurado me irritó, casi parecía correr.

—Espera —la detuve a tiempo—. ¿A dónde vas? —No dijo nada, eso me enfadó más. —No me digas, el aniversario de tu abuela, ¿es hoy?

Ella asintió algo vacilante. Me perdí un poco en mis pensamientos.

—¿Mi reina? ¿Necesita algo? —preguntó.

—No tienes permiso de salir del castillo —ordené. Impedí que celebrara la ceremonia conmemorativa de esa anciana.

Ella se paralizó.

—¿Por qué? —preguntó abrumada.

La miré de manera desafiante. Ella captó el mensaje.

—Lo siento mi reina, le ruego su perdón. —Bajó la cabeza, sumisa ante mis órdenes.

Sonreí con crueldad. Pero la sonrisa de esa vieja criada me vino a la mente. El hueco en mi pecho se expandió un poco más. Tuve que respirar con profundidad para suprimir esa sensación. Detestaba esa sensación.

—Olvídalo. Ve hacia el mercado, compra flores y deposítelos en su tumba —ordené entre jadeos.

—¿Se encuentra bien? —Se acercó preocupada.

—Hazlo en mi lugar. ¡Ahora! —Elevé la voz.

Ella dio un respingón, asintió con la cabeza y se retiró de mi habitación. Yo me limité a cerrar los ojos con fastidio mientras jadeaba. Mi pecho se sentía pesado y ahuecado. Era increíble que la ausencia de un corazón podía atormentarte, haciendo que cada pensamiento intrusivo se realizara en el momento que cruzaba por tu cabeza.

Me senté en la orilla de mi majestuosa cama. Me acosté y me acomodé para poder tranquilizarme. La cama era esponjosa, pero no lo suficiente como para compararla con aquel prado en el bosque Penumbra. Cerré los ojos a la vez que respiré profundamente, imaginando esa hierba suave y esas flores hermosas poseedoras de luz.

Mi imaginación fue el detonante para entrar a mis memorias, otra vez.

 

***

 

Abrí los ojos, lo primero que vi fue el cielo nocturno; era hermoso. Podía ver las estrellas con facilidad a pesar de la luz a mí alrededor.

Escuché el sonido de arbustos al ser movidos.

—¿Sadoc? —murmuré.

Me incorporé hasta quedar sentada, justo al lado del estanque. Suspiré luego de ver al conejo café entrar al prado y luego regresar por donde vino.

«Sadoc... ¿Dónde estarás?». No pude evitar extrañarle.

Me puse de pie y me dediqué a mirar el prado.

Luego de mi encuentro con Sadoc, volví a visitar el prado en varias ocasiones. Siempre aproveché las oportunidades en donde podía escabullirme y luego regresaba al castillo. Pero en ninguna de esas ocasiones, lo volví a ver.

No pude evitar suspirar.

—¿Sadoc? ¿Estás aquí? —Pregunté nuevamente a la nada. Miré los alrededores, esperaba reencontrármelo, pero solo estaba yo en ese tranquilo paraíso.

Después de aquel encuentro, había regresado al castillo sana y salva, tal como él me lo había prometido. Nadie se había enterado de mi huida y me reservé el secreto de esa noche.

—¿Sadoc? —volví a preguntar, esta vez miré las murallas de hierbas al otro extremo.

Necesité ayuda, un apoyo, alguien que me ayudara a escapar. Por desgracia, la única persona que podía ayudar, se había ausentado por mucho tiempo.

«Polaris».

Ahora el único que podía ayudarme en ese momento, era Sadoc.

El deseo por reencontrarme con Sadoc, fue enorme, pues la coronación se acercaba día tras día. La urgencia de pedir su ayuda, me empujó a acercarme a él a pesar de que era un completo desconocido. Sí, me aterraba más la coronación que el desconocido hombre del prado.

—Por favor… Sadoc —rogué por lo bajo. Pero nuevamente, el prado estaba desolado.

Esperé un poco más. Pero no apareció. Suspiré sin ánimo y decidí retirarme, tomando la dirección hacia al castillo para crear otro plan de escape y buscar un posible guía confiable.

—Aquí estoy. —Di un respingón ante el bajo susurro.

Sadoc emergió de entre la hierba de la muralla a mi lado.

—¡Sadoc! —No pude ocultar mi alegría.

Él frunció las cejas, confundido ante mi repentina alegría. Yo al notar mi emoción fingí calma, aclaré mi garganta y lo evadí observando cualquier cosa que no fuera él.

—¿Me extrañó? —Sonrió con cinismo. Estreché mis ojos en él luego de su burlona pregunta—. Está bien, no lo hizo. —Elevó las manos en señal de rendición.

Sadoc se dirigió al estanque, yo me mantuve quieta, manteniendo una prudente distancia.

—¿Qué necesita? —preguntó y se sentó frente al estanque con mucha calma.



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En el texto hay: tragedia, novela corta, traición

Editado: 08.02.2024

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