El corazón de la reina

Capítulo 3: Corazón vacilante

Sentí la garganta apretada, ardor en mis ojos y la vista se volvió borrosa tan rápido como un parpadeo. Antes de comprender lo que sucedía, un par de lágrimas cayeron sobre mi mejilla y vestido. Confundida, inspeccioné aquellas gotas. «¿Qué es esto?». Pensé.

—¿Mi reina? —La voz de Segismundo me distrajo—. ¿Me concede su gracia?

Enmudecí de inmediato. Me había perdido en mis recuerdos y una aplastante tristeza me había cubierto, otra vez.

—¿No es de su agrado? —Segismundo habló nuevamente, de pie, frente a mi trono. El murmuro de la corte se intensificó.

—Yo… —callé abruptamente, no sabía qué decir.

Le observé por un momento. El joven Segismundo permaneció firme en su posición, pero sus ojos no se atrevían a mirarme, ojos grisáceos tan similares a los de él. Otra lágrima, pero vacía, carente de emoción, rodó por mi mejilla.

—Parece que debemos tomar un descanso. Más usted, su majestad —opinó Eder, tratando de distraer a la corte de lo que acababa de suceder.

Expulsé el aire y respiré profundo. El hueco en mi pecho se había vuelto más asfixiante. Me limpié esa última lágrima y me incorporé de mi trono.

—Retírense. Mañana continuaremos con la sesión.

Los presentes en la habitación, salieron lentamente murmurando entre sí, debatiendo sobre las estrategias que se estaban discutiendo hace un momento, o sobre mis inexplicables gotas de lágrimas.

Una vez que la mayoría se había retirado, me quedé casi sola en el gran salón principal.

—Su majestad, si me lo permite, ¿tiene algo que la aqueja? —Eder comentó. Se acercó con ambas manos entrelazadas tras su espalda, ampliando más su pecho.

—¿A qué te refieres? —Interrogué a mi antiguo tutor.

Eder miró detrás de sí. Segismundo todavía permanecía en la sala.

—Si lo desea, podemos conversar a solas…

—No se preocupe —hablé en tono serio interrumpiéndole en seco—, no es nada.

Eder expulsó el aire, me conocía demasiado bien. Después de todo, él me había criado.

—Retírense —dije mirando el frente, con la quijada elevada y llena de orgullo, no dispuesta a conversar.

Segismundo, como mi obediente caballero que era, hizo una reverencia antes de retirarse. Eder se mantuvo quieto esperando a que estuviéramos a solas, y una vez asegurado…

—Si es por él… —Le miré rápidamente—. Déjeme decirle que ha pasado un tiempo como para que usted le recuerde, peor a estas alturas. —Me advirtió. Reí por un momento. Después de todo, él era el único que podía cometer tal insolencia.

—Sé que debo olvidarlo, lo entiendo perfectamente. —Hablé con seguridad, manteniendo la frente en alto, evitando su mirada.

—No me refiero a eso su majestad… —Lentamente, volví a mirarle—. Es cierto, debe olvidar ese pasado, pero no su promesa. Sobre todo ahora que puede que aún tenga la oportunidad de recuperar lo suyo.

Comencé a sentir una ansiedad por respirar más aire. Mantuve la mirada en Eder. No quería creer en sus palabras, no quería porque de hacerlo significaba una cosa: Él está vivo.

Me levanté de mi trono y me apresuré a salir de ese salón.

—No me sigas —ordené. Eder obedeció parándose en seco.

Necesité más aire, lo necesité con desesperación. Caminé con rapidez casi al punto de correr. Al llegar a mi jardín, me apresuré a buscar un lugar desolado que me ocultara de las miradas indeseadas. Y solo me desplomé, solo justo al llegar al corazón del laberinto de jardín que conocía como la palma de mi mano. Me concentré en calmar mis miedos respirando profundamente. Mis ojos se toparon con las rosas que crecieron en medio de los muros de hierba, antes blancas, ahora pintadas de carmín debido a que aborrecía ese color.

Me acosté sobre la hierba para mirar el cielo gris. Necesité despejar mi mente, necesité relajarme o de lo contrario, la falta de aire me mataría. Solo unos pocos segundos bastaron para poder tranquilizarme.

Un sueño cayó sobre mis parpados, no pude evitar dormir profundamente luego de sentir la suave brisa.

Mis memorias, nuevamente, regresaron hacia mí.

 

***

 

—Pronto llegaremos al bosque Feudal. —Las palabras de un soldado hicieron que reaccionara.

Eder, luego de recibir la noticia, me miró. Yo intenté fingir no haber escuchado nada, para esconder mi nerviosismo.

Ambos estábamos cabalgando en caballos de una raza especial de color azabache, una raza exclusiva de mi reino. Debido a que el bosque tenía caminos muy accidentados como para que un carruaje los atravesase, tuvimos que viajar con un pequeño grupo de la caballería. Los guardianes nos rodeaban, velando nuestra propia seguridad. Entre tantos enormes hombres con armaduras oscuras, yo era el único delicado punto rojo que sobresalía. Incluso Eder, que vestía un traje de equitación, como el mio, se camuflaba mejor.

El bosque Penumbra durante el día no era tan tenebroso, ya no, después de haber visto su peor cara, no despues de tantas noches junto a él. Suspiré pesadamente.



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En el texto hay: tragedia, novela corta, traición

Editado: 08.02.2024

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