Sentada en una silla del gran comedor, miré la ventana a mi izquierda, sin alguna emoción.
—Su majestad, ¿desea beber más? —preguntó una criada, me mostró el tarro de madera. Negué con la cabeza—. ¿Alguna otra cosa? —Fijé la mirada en ella, la criada captó el mensaje y se retiró luego de una reverencia. Mis ojos se concentraron en la ventana una vez más, sin alguna intención de mirar el horizonte, solo quería mantener mi mente en blanco.
—No ha tocado nada de su comida, su majestad. —Miré hacia el frente. Eder estaba sentado en el otro extremo de la mesa, tomando un pedazo de pan, sin despegar sus ojos de mí.
—No quiero —dije en voz apagada.
—Necesitamos a una reina fuerte y saludable, con un Rey a su lado.
Cerré los ojos con fastidio.
—Dejemos ese tema a un lado. —Demandé, no tenía fuerzas para enfadarme.
—Nuestros súbditos esperan un Rey…
Me levanté de golpe interrumpiendo a Eder, casi derribé la silla en el acto. Él se mantuvo quieto, mirándome fijamente con el pan entre sus manos.
—Si quieren un Rey, lo obtendrán —dije con dureza. Mirándole con indiferencia, me dirigí hacia la salida—. Me casaré con el primero que vea. —Murmuré con la intención de que me escuchara, justo cuando pasé por su lado.
Salí sin esperar su respuesta y me dirigí hacia mi habitación.
Mi humor empeoró con el transcurso de los días. Por alguna razón, los recuerdos regresaron a mí y no entendí por qué. Algo estaba sucediendo, no sabía específicamente que era, pero lo presentí. El evadir el casamiento en mi coronación había sido exitoso, pero Eder me lo recordaba cada día de mi vida, aún luego de haber pasado tanto tiempo.
Suspiré al entrar a mi habitación, cerré la puerta con seguro y comencé a caminar en círculos. Algo no estaba bien. Tenía esa sensación en mi paladar que amargaba mi boca. Me senté en la silla de mi cómoda. Miré mi reflejo en el espejo. «Algo debe estar pasando». Miré hacia mi ventana en dirección al reino Cristal. Me levanté de la silla y me dirigí hacia este. No estaba segura de que estaba buscando. Me acomodé en la cómoda de la ventana y comencé a ver el horizonte.
Cerré los ojos lentamente a medida que la suave brisa acariciaba mi rostro. No pasó mucho tiempo para sumergirme entre mis memorias, como la última vez.
***
—¿Por qué llora? —Levanté mi rostro para mirar a Sadoc. El recién llegado se quitaba las hojas de su ropa, yo inmediatamente bajé la mirada y me apresuré a limpiar mis lágrimas—. No es nada. —Logré decir, aun con el nudo en la garganta.
Sadoc se detuvo en su tarea y se agachó junto a mí. Sentada en el suelo del prado, mantuve la cabeza hacia abajo, tratando de ocultar mi rostro rojo e hinchado.
—No es nada —repitió—, entonces… esas lágrimas… ¿Qué son?
—No sé qué hacer, ¿sí? —dije irritada—, no estoy segura qué camino tomar, ¿contento? —Tragué fuerte y bajé la cabeza.
Le di un rápido vistazo, justo a tiempo, ya que Sadoc me sonrió.
—Es sencillo sacarle información. —Rodé los ojos, no tenía ánimos cómo para tolerar sus burlas—. ¿Me puede decir que le ocurre?
—No. No puedo. —Negué incluso con la cabeza.
—¿Por qué?
—Porque no lo entenderías. —Me apresuré a decir.
Sadoc no dijo nada, simplemente se sentó en el prado justo a mi lado.
—¿Qué debo hacer para que me diga lo que le aqueja?
Le miré aún con mi cara hinchada, él me miró expectante, listo para escucharme. Sorbí por mi nariz, no me importaba la educación en ese momento.
—Quiero escapar —dije a secas, sin rodeos.
—¿Por qué? —preguntó en tono neutro.
Miré mis manos. El nudo en mi garganta me impidió continuar. Luché por mantenerme estable, pero me fue difícil.
—Tengo miedo. —Logré decir apenas.
Me encogí en mi sitio, me aferré a mis piernas y oculté mi rostro. Prácticamente, me hice un ovillo para esconder mi bochornosa cara mientras lloraba en silencio. Me sentí patética, débil, y estaba segura de que Sadoc en cualquier momento me iba a hundir con alguna broma suya. Presentí sus burlas o su indiferencia, pero no fue así, en cambio, sentí unos brazos a mi alrededor. Aquellos brazos eran fuertes, tan fuertes que podían partirme a la mitad, pero en ese momento, eran suaves y gentiles. Ese era el cálido y seguro abrazo de Sadoc.
—No se preocupe —murmuró sobre la coronilla de mi cabeza.
—No, no lo entiendes. —Sollocé—. No quiero destruirlos.
Sadoc se mantuvo callado, sus manos masajearon mi espalda para de alguna manera aligerar mi carga.
—Me odio. —susurré entre sollozos.
—Serás una excelente reina.
De inmediato paré de llorar y me alejé de Sadoc empujándolo con todas mis fuerzas. Comencé a respirar con frenesí. Le miré aterrada, «¿cómo lo sabes?», no pude articular las palabras. Mis miedos aumentaron. De pronto, ya no me sentí segura con él. Me incorporé con rapidez y busqué escapar de ahí.