El corazón de la reina

Capítulo 5: Mi corazón

—Los declaro, marido y mujer —exclamó el sacerdote. Cerró su libro y los invitados aplaudieron de pie—. Puede besar a la novia.

Giré en mi lugar, pero mi intención de besar se fue luego de mirar a mi esposo ahora rey de los corazones. Un hombre bajito, a la altura de mi pecho, piel clara, cabello marrón oscuro y bigotes extraños.

—¿Mi reina? —preguntó en voz baja, tenía el timbre de un niño pequeño.

Hice una mueca de fastidio. Me giré en dirección a la salida del edificio y caminé sin esperarle. El bajito se detuvo por un momento ya que por su torpeza, había derribado un enorme florero de rosas rojas.

Al salir del edificio, Segismundo y Eder hicieron una reverencia. Ambos me habían esperado para escoltarme nuevamente al castillo.

«Mejor me hubiera casado con uno de ellos». Pensé irritada. Pero no podía, necesitaba un caballero y a un consejero y ellos, no podían simplemente renunciar a sus puestos.

—Le repito su majestad, espero que sepa lo que hace —susurró Eder.

—¿No advertí que me iba a casar con el primero que veía? —Me apresuré a responder con una pregunta.

Eder retrocedió cuando mi esposo, rey corazón, llegó a mi lado justo a tiempo.

—¿Mi reina? ¿Me permite? —Extendió su mano.

Lo tomé y juntos avanzamos hasta los caballos que se encontraban en medio de la calle. Los habitantes del reino coreaban y aplaudían gozosos por la boda. Los enormes caballos estaban preparados por guardianes.

Yo subí a mí caballo sin ayuda. En cuanto a mi esposo, bochornosamente tuvo que necesitar mucha ayuda para subir al suyo. Luego de estar listos, emprendimos la marcha directo al castillo. El nuevo rey saludó al pueblo con mucha alegría, agitando su mano y sonriendo sin parar. Parecía un niño feliz, mientras que yo me limitaba a mirar el frente, sin ningún objetivo en específico. Sentí una punzada de dolor en mi pecho. Coloqué una mano donde se suponía que debía estar mi corazón. Miré a mi esposo, él todavía sonreía y saludaba con mucho ánimo.

Recordé el momento que me ofreció su corazón: una llave de hierro negro y oro brillante. Lo hizo la primera vez que me conoció, lo hizo sin esperar algo a cambio, tal como yo lo hice una vez.

Le rechacé. Le conté la razón, la ausencia de mi corazón, pero aun así me la ofreció. Tal acción hizo que decidiera por fin quién iba a ser mi rey. Así Eder me dejara en paz con ese asunto tan poco importante para mí.

Nuevamente miré al frente. De un momento a otro, ya no percibía lo que había a mi alrededor, todo era borroso. Me adentré a mis memorias para recordar esa noche, la noche en donde mi corazón fue robado.

 

***

 

Me había escapado otra vez, pero con un propósito distinto. Esa vez, iba a ser la última de todas. Atravesé el bosque Penumbra pero con lentitud. Disfrutando del panorama por última vez. Era increíble que por meses, ese sitio tenebroso me había hecho sentir cómoda. Incluso la tranquilidad del prado me hacía sentir feliz, pero había otra razón…

Al llegar al prado, justo antes de entrar a la muralla, me di mis minutos para apreciar todo. Sabía que era la última vez, debido a que luego de esa noche, nunca le iba a volver a ver. Sentí como mi nariz comenzaba a arder, entré al prado fingiendo ser fuerte para cumplir mi objetivo: una despedida.

Cuando entré, Sadoc ya se encontraba ahí, parado, en todo su esplendor, mirando al estanque: la fuente luz. Caminé hacia él, se me hacía difícil la tarea, me coloqué a su lado y miré al estanque tal como él lo hacía.

—Hola —dijo Sadoc mirando mi reflejo en el estanque.

Me percaté de que el estanque estaba muy manso, muy quieto. Algo extraño debido a que siempre tenía esa corriente de agua que movía las aguas sin dejar la oportunidad de poder apreciar bien mi propio reflejo.

Junté las cejas.

—¿Soy yo, o el estanque está demasiado tranquilo? —Luego de un momento, ambos reímos por lo bajo.

—Puede ser… —susurró.

—Sí, puede ser… —susurré.

Ambos ya no supimos que más decir, así de pronto, torpemente.

Por un breve momento, nos mantuvimos callados. Sadoc no despegó sus ojos del estanque, yo me dediqué a admirar mi entorno, gravándo él bello panorama del prado en mi memoria.

—Extrañaré este lugar —dije absorta mirando el entorno.

—Yo, le extrañaré —murmuró Sadoc.

Le miré en silencio, él todavía no despegó sus ojos del estanque. Me giré hacia él, cruzando las manos frente a mí.

—No es necesario, puedes visitarme una vez que sea reina. Yo puedo darte mi permiso, incluso un cargo. —Encogí los hombros.

Sadoc por fin rompió el contacto visual del estanque y me miró en completo silencio. Miró el suelo y negó con la cabeza.

—Soy un plebeyo, no puedo hacerlo. Además, no pertenezco a su reino. Su gente no lo permitirá.

—Yo lo puedo permitir. —Bajé la mirada—. Y yo quiero…



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En el texto hay: tragedia, novela corta, traición

Editado: 08.02.2024

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