El corazón de la reina

Capítulo 3: La ciudad flotante de los ojos color índigo

La puerta de su habitación se abrió de repente, de par en par, enviando una ráfaga de aire espeso que parecía un vaho de música sombría, lo que le puso la piel de gallina. Irhina lo escuchó más fuerte y claro que nunca; el momento había llegado. Después de mil años, la gran guerra se aproximaba, y esta vez su clan ocuparía el lugar que siempre debió ocupar.

Los Eilian, el segundo Rioghal más poderoso del continente, gobernaban las asombrosas tierras del oeste, donde descansaban los vientos invernales de Faldorg y las brisas primaverales de Orlúmner. Era una vasta región portuaria, rica en minerales y famosa por sus vinos dulces y sus finas telas. El puerto de Molapis, ubicado en la bahía de Naar al suroeste, era uno de los más prósperos y con mayores relaciones comerciales del continente. Tenía conexiones principalmente con tierras más allá del mar de Mára’lith, como Ansara, donde abundaban las casas de placer regenteadas por ricos mercaderes dispuestos a gastar una buena cantidad de aoks de plata por la suavidad de las telas del viento. También tenía vínculos con Avernía, plagada de casas de juego donde el vino nocturno era moneda corriente; Nooror, hogar de hombres, mujeres y niños de rostros tatuados y hábiles trovadores que preferían las delicadas cuerdas fabricadas por los luthens de Gaoth para sus citogars; y la misteriosa isla de Brustrya, donde se decía que algunos hombres podían tomar forma de animales, influenciados por las piedras de Zyadej de intenso color verdinegro que incrustaban en sus lanzas y mandobles.

Culturalmente, los Eilian no diferían mucho de sus vecinos y rivales. Compartían con Artoora el gusto por la música, la comida bien elaborada y las mujeres irreverentes y sensuales, pero también compartían valores como el honor, la lealtad y la entrega a los ideales de sus estandartes.

La conocida enemistad entre ellos se remontaba a la «insurrección del viento» en el año 348 después del Maghum. En esa época, Markón Eilian se alzó con un número importante de combatientes cuya destreza no fue suficiente para vencer a los tenehir de Krontebia, protegidos por sus inquebrantables armaduras de Archdragón, hechas del mineral heredado de los Albhos, que los volvía invulnerables. A pesar del poderío de las Torres Blancas en su capital, Aurión, cuyas fortalezas eran prácticamente infranqueables, Gaoth fue derrotada en la batalla de las Espadas Ardientes en la explanada del valle de Ompt. Markón fue ejecutado por traición y los sobrevivientes de su tropa fueron desterrados a las distantes tierras de Dessea, un asentamiento de conjurados y mercenarios. Se acordó una tregua de paz entre ambos Rioghals, un acuerdo que, a pesar de la inquietud de los hombres del viento, llevaba en pie más de quinientos años.

La gente de Gaoth era trigueña y tenía ojos vivaces de color índigo. Eran altos y de complexión ligera, con rostros cuadrados y miradas penetrantes. Los hombres eran audaces e impetuosos como un ventarrón, estridentes en su risa y en su temperamento, pero también podían ser calmados y benevolentes como un céfiro de primavera. Las mujeres eran arrasadoras y voluptuosas, con pechos generosos, labios carnosos y melenas indomables. Vestían con ropa ligera, eran bravas jinetes que dejaban un rastro de perfume a su paso y hábiles cocineras que preparaban recetas antiguas, picantes y suculentas. Eran francas y lujuriosas, pero también dulces y cálidas como un templado hálito de montañas entre brotes y jardines.

El don de las mujeres para «escuchar al viento» no era solo un rumor, sino una habilidad innata con la que nacían. Algunas decidían profundizar y adentrarse en el misterio, mientras que otras mantenían a salvo esta habilidad en sus pensamientos, como un susurro lejano que les llegaba con más o menos frecuencia. Aquellas que comprendían el poder que significaba esta destreza, como Irhina, dedicaban su energía vital a escuchar las voces que viajaban en los brazos de Eas, la madre de todos los vientos.

A los dieciocho años, Irhina ya era la heredera absoluta de los bellos y exóticos rasgos de su linaje, sobre todo los de su madre, Amilia Neredrass, prima de su padre, Athelstan Eilian. Los Rioghals de Gaoth mantenían la costumbre de unirse entre primos cercanos y lejanos para preservar la descendencia de su estirpe. Irhina, despreocupadamente altanera, ambiciosa, brillante y perspicaz, sabía que sus seductores modales tenían encantados no solo a la corte, sino

también a una capital fastuosa que combinaba perfectamente con sus pretensiones de poder y gloria.

Aurión lucía soberbia sin tapujos con cada uno de sus detalles saturados de elegancia. Encastrada en la roca sobre los tres picos de las montañas de Eterum, ofrecía las vistas más exquisitas hacia los cuatro puntos del continente. La llamaban «La ciudad flotante de los ojos color índigo», ya que, en días de nubes espesas, la base de Eterum se cubría de densas nubes, dejando a Aurión suspendida en el aire y envuelta en las intensas luminarias de sus antorchas.

Los festines de cánticos y banquetes solían abarcar una buena parte de la noche.

En Aurhia, el pico más alto, se encontraba la esbelta torre de piedra blanquecina, morada de los Eilian. Era un torreón repleto de ventanas y ventanales por los que circulaba libre e impetuoso el viento del cielo en las alturas. Albergaba dependencias, establos, graneros y herrerías. La mayoría de su gente se dedicaba a la alfarería, al teñido de telas fabricadas con hilos comerciados desde las tierras del sur, a la agricultura y al trueque. En Ourhia y finalmente en Eurhia, los dos picos que acompañaban solemnes a ambos lados al gigante de piedra, incontables aldeas con grandes y pequeños asentamientos embellecían aún más el paisaje de la capital. Sus hogares, conocidos como velhs, estaban hechos de piedra, madera de roble y corteza de abedules.




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