En un barrio de fábricas grises y frías,
donde el sol apenas rozaba los días,
un joven obrero soñaba en secreto
con ojos de luna y labios de fuego.
Su amor, una estrella de paso fugaz,
con ansias de gloria, con hambre de más,
dejando su mano por sueños dorados,
corrió con los ricos, con hombres honrados.
Él la buscaba en la brisa y el ruido,
en cada ventana, en cada latido.
Los muros susurran su risa lejana,
su sombra en las luces, su voz en el alma.
Dolido y sediento de su atención,
construyó su mundo con puro tesón.
Levantó imperios de acero y cristales,
logró lo que un día soñaron iguales.
Y cuando por fin, alzando la frente,
su nombre brillaba entre tanta gente,
miró a su lado, buscó su fulgor...
Pero ella no estaba, solo su rumor.
Así comprendió, en su fría mansión,
que el eco del alma no vuelve en canción.
Que el tiempo no ofrece la misma ocasión,
y que amar es más que tener un millón.