El corazon de una bruja maldita

- ¿Pero usted sí puede tomarme como uno?

De piernas cruzadas, y con la mirada fija en el hombre joven que protestaba por los eventos ocurridos en el bosque hace dos días. Mis manos unidas sobre mi regazo, sosteniéndolas con fuerzas mientras oía lo que decía, debía recordar que aquel brujo tenía mi cariño.

Tenía horas escuchando sus reclamos, como ser una reina descuidada podría afectar al reino. Era consiente que sus palabras eran ciertas, cada una de ellas ya habían sido meditadas, pero darle la razón al jefe de guardias o cualquier hombre, sin importar la raza, no estaba en mis planes.

Mi compañero protestó cuando ordene que ningún guardia, incluyéndolo, debía seguirme con continuidad. Aunque él reclamara, mi regla sería la misma.

— ¿Hay otra cosa, algún tema en especial que tengas que contarme?—cuestionó, sentándose en su lugar en la mesa redonda—¿Algún acto imprudente?, tal vez.

—En realidad, ahora que lo mencionas, si— dije, admitiendo que le había ocultado algo en especial—No pude percibirlo, la magia no lo reflejo cuando se acercaba a mí, sus protecciones cegaron mi visión—explique lo sucedido, mirándolo— Además, hice un pequeño corte en su mejilla y debo admitir, que controlé mi reacción al sentir lo mismo que le hacía.

—Debe ser más específica— pidió, cruzando sus brazos— Como ya lo sabe majestad, soy un guardia joven.

Ignoré ese comentario por el bien del reino, y porque apreciaba que la cabeza de Feredik siguiera encima de sus hombros.

—No pude cortar su cuello, sentí el filo de su espada en mi garganta—dije, inclinándome en la silla, aunque fuese en parte mentira, la espada nunca había tocado su cuello— Pude comprobar que tenía una protección de reflejo cuando corte su mejilla y solo hubo dolor.

—Debemos sacrificar a uno de los nuestros para matarlo—comentó, dando por hecho la muerte del guardia.

—Creo que confundes mis palabras, nunca mencione que deseaba matarlo— hable en voz baja— Un escudo de esa magnitud solo refleja un gran rango y una gran unión a la corona.

Ambos nos mirábamos con recelo, sabiendo que la mínima reacción podría desencadenar una de nuestras peleas.

—Genevieve, ¿Acaso debo recordarte que venimos a las tierras neutrales para buscar beneficios para nuestra nación?—cuestionó, creyendo que sus palabras me lastimarían— No para que juegues con un humano y te distraigas como una bruja con su primer reisel.

— ¿Acaso no merezco un poco de distracción?

—Gen, prohibir los reisel fue tu primer mandato oficial—recordó—Estas en contra de someter a los humanos a nuestra voluntad, estás rompiendo tus propios límites.

—Solo quiero que tenga miedo, atemorizarlo un momento y después dejarlo. Además, él es curioso.

—Debiste reportarlo a su soberana y él pagaría el precio. Además, estás comprometida.

Me ajusté un poco más a mi silla, con la mención del suceso que solo tenía un objetivo; entrelazar mi vida con un hechicero. Mi compromiso era un tema delicado, no había un amor puro en él, tal vez calmar la necesidad de los hechiceros ancianos con un mestizo entre ambas razas.

Pero, algo que no sabían era que mi maldición me hizo infértil. No podría crear vida o unirme a una vida.

— ¿Sabes que puedes romper tu compromiso?—su voz era suave — No es necesario que te comprometas con un hechicero.

—Lo es, Feredik— mire la mano izquierda que estaba manchada por el destino— La maldición avanza y ambas razas están inquietas, tienen miedo de que; si yo muero mañana, alguien aplaste lo que he construido.

—Tú no lo amas— intentó hacerme entrar en razón.

—Ambos sabemos que aprecio a ese hombre, lo quiero.

—Pero tú no lo amas.

—El amor solo termina en sacrificio, y ya no tengo nada que ofrecer.

Fue la última frase que hubo en nuestra plática, ambas razas entraron sin previo aviso para darle comienzo a la reunión prevista y cómo deberíamos de actuar, y utilizar la diplomacia de ahora en adelante.

Ambas razas conforman mi consejo; brujos y hechiceros, juntos se sentaron en la mesa redonda. Cada ser mágico comentó su opinión sobre el trato, todo lo que se debería pedir para ejecutar una solución y como había que decírselo a la nación.

Recopile inquietudes, cada una de ellas era válida para mí. Sumé cada queja y prioricé sus necesidades por encima de las mías.

Tenía demasiadas cosas que hacer; tratos que debía crear, lazos que debía volver a unir y comercios que necesitaba garantizar. Tenía que diferenciar las necesidades de las brujas y hechiceras, como ambas razas tenían que sentirse cómodas con el trato y que esto, no incomodara a los seres que estaban a su lado.

La reunión terminó con una gran lista de cosas por hacer y con una carga más sobre mis hombros. Mire a Feredik, y como este aún mantenía el ceño fruncido.

—Feredik, soy la reina desde hace 180 años. Subí al trono cuando mis compañeros de hechizos recibían su primer libro—mis palabras fueron firmes, mientras me colocaba de pie— He gobernado por tanto tiempo, ¿y sabes que es lo peor?

Él solo negó, mirándome a los ojos.

—Moriré pronto y esta será mi última luna roja—dije algo que ambos ya sabíamos— Quiero divertirme, por primera vez en mucho tiempo y mi último deseo es molestar a los humanos.

— ¿El último deseo de una matriarca no debería ser la gloria de su pueblo?

—He sido una líder demasiado tiempo, solo déjame sentir una vez, algo más que la gloria de la batalla.

Él no dijo nada más. Solo miró la mancha negra que se extendía desde la clavícula izquierda hasta la palma de mi mano; el recuerdo de una maldición.

Estaba muriendo, era un hecho que nadie aceptaba, uno que me carcomía día tras día, pero, no podía hacer nada al respecto. Lo había aceptado hace mucho tiempo, tanto, que ya no temía que llegara el día, solo lo esperaba tranquila. No lo veía como un final, tal vez como una transformación o un cambio entre etapas.

No discutí más con Feredik, siendo sincera, no tenía la energía suficiente para enfrentarme a él. Sabía que él me apoyaría, aunque sea contra su propia voluntad.




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