POV: GENEVIEVE.
Estaba erguida en una silla de montar, rodeada por un mar de cuerpos. Tal vez alguno tuviese vida, pero, era casi imposible, esto era una pesadilla que siempre se repetía.
Siempre había una peor que otra, todas suceden cuando estaba profundamente dormida.
Aunque quisiera despertar, sabía que está pesadilla seguiría hasta que mi piel fuese quemada o mi pecho apuñalado. Todo podría repetirse y nunca nos daremos cuenta.
Había un hombre de pie en la distancia, en sus ojos cafés solo existía la desesperación por la victoria y en mi mirada, solo estaba un profundo aprecio que me había llevado a la condena. Únicamente existía el amor, pero aquello no era mutuo, no cuando en las manos de aquel hombre solo estaba la flecha que atravesaría mi pecho.
Ese hombre me traicionó hace más de un siglo y aún, mi pecho se emocionaba al verlo en un fragmento de memoria. Yo lo mate, pero, él puso fin a mi vida primero, cuando robó la magia de mi pueblo, cuando mato mi esperanza, cuando juro que yo era suya y solo era un tonto chiste que juro que le pertenecía.
Aunque, yo también creí pertenecer a su vida, ser parte de él.
Caminaba hacia mí, apuntándome y mencionando las palabras que lo comenzaron y acabaron con todo. Sus ojos pardos miraron los míos y una flecha que salió de su arco terminó en mi pecho, de nuevo.
Él había flechado cada parte de mí, hasta que atravesó mi pecho con la punta de una flecha, partiéndome en dos. La versión que deseaba ser a su lado y la realidad que ahora tenía, eran el único testigo de aquella herida.
La sangre brotaba de mi herida, pero nada me detuvo al caer del caballo. Solo el barro mezclado con la sangre y extremidades cortadas.
Mi pecho ardió, aunque jure haberlo sentido en carne propia. Tal vez, mi versión soñolienta fuese más sensible que mi propia piel arruinada.
Quise mirar sus ojos por última vez, aunque fuese una pesadilla, pero ya había despertado y aunque sonase extraño, no estaba en mi cama, sino en una silla, rodeada de reyes que no me prestaban atención y discutían apuntándose.
¿Cuánto tiempo tenía aquí sentada?
Jure haber estado dormida, no medio despierta en una reunión.
¿Sería cierta mi demencia?
Todos estaban concentrados en la animada discusión que mantenían la reina humana y el gobernante de fuego.
Había algo que no podía negar. Observe al hombre de fuego, note que era el ser mágico con rasgos andróginos más hermoso que conocía, su cabello borgoña era rizado y ojos azul celeste eran casi, igual de mágicos que el poder de los elementos.
Si este hombre hubiese colocado un arma en mi cuello, fácilmente aun estuviese peleando con él.
El rey del fuego era mi tipo.
Deseaba no prestarle atención a mi pesadilla y la rareza que sucediera con los ojos abiertos. En cambio, intenté no estar distraída. ¿De qué tema estaban hablando ahora?
Observé mis manos, algo temblorosas. Estaba medio aturdida y mi cuerpo soñoliento estaba comenzando a despertar.
¿Esta mierda no podría matarme y ya?
—¡Sé que mis antepasados tuvieron la culpa!—gritó, la reina Odette— Pero ustedes, eternos y orgullosos nunca admiten que fueron igual de crueles que ellos.
Tenía razón la humana. No debía entrometerme, pero quería una distracción o una discusión. Ambas no estarían mal.
—¿Por qué dices que no lo admitimos?—pregunte, uniendo las manos en mi regazo—Yo acepto mis errores. Actos inmaduros que condenaron inocentes.
Algunos más que otros. En realidad deseaba borrar cualquier muerte que había sido mi culpa, pero, era imposible.
Todo soberano que esté mal dirigido, con demasiado poder y poca experiencia es un peligro, yo fui ese soberano. No solo fui un peligro, fui el peor caos que había para los humanos.
— ¿Admite ser una genocida, majestad?— dijo la reina humana, sujetando sus manos a los costados.
—Admitir, lamentar. Eso no traerá de vuelta a nadie— respondí, fingiendo estar distraída.
La reina humana hizo silencio, algo roja de la molestia o tal vez había vergüenza en sus facciones.
—Usted lo quemó todo—recordó en silencio—Hombres, mujeres, niños.
—Y volvería a quemarlo todo, si los humanos intentan tocar de nuevo a mi gente—no era una amenaza, era un hecho.
Aunque no fuese mi intención, o tal vez si, una pelea se desató en el lugar. Hubo algo llamado violencia que estuvo a punto de suceder.
Los vampiros llamaron traidores a los elementos de la tierra y ellos no guardaron su opinión al respecto.
La humana estaba casi llorando cuando tartamudeaba sus palabras. Los elementales del agua me dijeron que había cerrado mi frontera y había prohibido a su gente visitarlos.
¿Si saben que mi frontera estaba cerrada para todos? ¿Qué sentido tenia cerrar fronteras y dejar pasar a los seres que no deseabas?
Así comenzaron a atacarse unos a otros.
—¡Suficiente!— levanté la voz, algo cansada.
Me coloque de pie, tuve que no gesticular una mueca de dolor cuando mis rodillas comenzaron a flexionarse.
No me hicieron caso, siguieron debatiendo uno con los otros. ¿Sería un buen momento para convertirlos en sapos o eso estaría mal?
Los dejé ahí, comportándose como reyes jóvenes, no sabía cómo soportaría 74 días más en este lugar. Aunque tenía un objetivo, bueno, había algunos que no había dicho en voz alta.
Sin mirar a los lados y sin necesidad de despedirme, desaparecí en el viento. No deseaba ir a esa cabaña y estar sola. Deseaba evitar a Feredik y su mal humor todo lo que podía.
—Llévame hacia el centro del campamento— ordené a la magia.
Nunca había visitado el centro o pedido algo en especial de las tiendas del campamento. Me sorprendía lo grande que era este lugar, parecía un pequeño pueblo.
Aparecí entre un puesto de comida y otro de enfermería elemental. Una fina capa de magia me envolvió por completo, ella me estaba ayudando a cubrir mi identidad.