El corazon de una bruja maldita

- Estamos solos tú y yo humano, nadie nos escuchará.

POV: SALVATORE

—¿Entonces te gusta la reina malvada?

—Su majestad no es malvada— hablé, sentado en las caballerizas — Y no, no la deseo.

Mi amigo salto un gran suspiro. Su postura demostraba que no estaba contento con mis palabras.

—Espero que seas discreto, ya que, nunca te he preguntado si la deseas— dio un paso adelante— Te deje solo 14 días y ahora eres una especie de esclavo. Salvatore, tú ni siquiera hubieses tenido una gran condena. ¿Por qué aceptaste?

El castaño me observaba con desconcierto. Sus ojos grises miraban más de mí de lo que quería. Abel no era un hombre con gran estatura, en realidad, media lo mismo que la reina de las brujas.

—No lo sé— confesé— Solo, deseaba...

Silencio. No tenía excusa alguna para estar cerca de ella, no sabía que deseaba y eso hacía que me molestara.

—Soy tu mejor amigo desde que tenemos 13. 2 décadas conociéndonos— su voz tomo un tono de molestia—Eres un hombre adulto de 34 años que siempre ha hecho lo que desea. Tú no te comportas como un muchacho de 23 que apenas comienza la vida.

—Es diferente, ella es una reina.

—Pero no nuestra reina, Arlon. No es tu soberana— explico, acercándose—Esta maldita tradición de esperar la luna roja lo hace diferente. En este campamento te tiras a quien deseas y solo tienes excusa que estabas en una sobredosis de placer.

—¿Te estás escuchando a ti mismo, Abel?

—Claro que lo hago, eres un maldito verdugo. ¿Cuándo decidiste ser un cobarde?

—Porque soy un verdugo coloque mi espada en su cuello sin pensarlo.

—¿Cuándo en realidad quieres colocar tu boca?—parecía divertido— Te conozco Arlon Salvatore. No puedes mentirme.

Abel se colocó de pie después de algunas frases no muy alentadoras. Abel era un noble respetado, uno que estaba aliado directamente con la corona para favorecerla. También era el primer hombre que estuvo en contra de esta celebración.

Comencé a caminar para salir de los establos. Necesitaba aire. Colocar las cosas en su lugar y seguir con mi trabajo. Era un guardia, uno colocado en las líneas para matar.

Se supone que no era un caballero con las demás razas, era un perro fiel de la corona humano. Era un humano, yo tenía que cumplir las palabras de mi reina, aunque esas terminaran con mi vida.

—Por cierto, tuve una conversación con la reina malvada antes de saber en qué te habías metido— admitió— Podría hacerme en mis pantalones si me mira demasiado. Da miedo.

—No es aterradora. Ella es una reina, Abel— respondí de forma pausada— Además, ¿Qué hablaste con ella?

—La reina Odette desea tener una alianza a través de un arreglo matrimonial. Esa nación tiene un príncipe que se oculta de todos y nosotros una reina joven— explico juntando sus manos—No le gusto para nada la idea que su hermano contrajeran nupcias.

—¿Y?

—Esa mujer podría aplastarme. En realidad, puede que le tema.

No discutí nada más con Abel, en realidad eran la una de la mañana y ya debería irme a dormir, siendo sincero ni siquiera había mirado a la reina a los ojos desde hace dos días. Cuando reuniones inmensas comenzaron, ella no levanto su voz. Se quedaba quieta, pero, sabía las razones.

Tenía dolor, siempre tenía un incalmable dolor que azotaba su cuerpo. Ni siquiera había volteado a verme por el rabillo del ojo. No pidió mi ayuda, aunque fuese de gran ayuda aquella raíz.

Yo podría ser su gran ayuda. ¿Por qué no pronunciaba mi nombre?

Era un hombre adulto, debía tener cuidado con la reina. No deseaba ser descuidado, pero, quería que mis dedos se deslizasen por su mejilla para apartar el mechón de cabello que se posaba en ella.

Quería percibir su olor de nuevo. Aquel aroma cítrico que podría erizar los vellos de mi nuca.

Un hilo dorado se enredó en mi dedo. Sabía que era la magia. Podía verla, no debía y ni siquiera algunas brujas lo hacían, pero yo solo podía. En mis tierras era raro ver la magia materializarse, pero, aquí lo veía a diario.

— ¿Deseas guiarme?— pregunté en un susurro.

Ella dio un pequeño tirón y mis pasos comenzaron a seguir aquella cuerda. Estaba mirando como había aún grupos tomando alcohol en las tabernas autorizadas y alguna especie besándose en los callejones.

Esta celebración solo se trataba de placer para los nobles.

La magia me mostró una mujer caminando en la oscuridad. Vestida de negro con ropa ligera y aunque nadie estuviese mirando a su alrededor, yo podía verla.

Seguí sus pasos y aunque no me parecía extraño. Termino en una biblioteca que no era muy habitada entre las razas, libre de ser visitada a cualquier hora y sin supervisión. En realidad, todos deseaban placer carnal, pero nunca distracción entre páginas que relataban historias.

Revisaba entre los estantes, era lo único que hizo durante los primeros minutos. Miraba cada libro y buscaba la historia humana.

¿Qué deseaba buscar la reina cuando ella era quien protagonizaba mucho de aquellos relatos?

Miró algunos libros y los tomo entre sus brazos. Subió al segundo piso de la biblioteca, ahí ni siquiera había demasiados libros, solo muebles y cojines para quien decidiese venir aquí.

Dejo los libros en una pequeña mesa y comenzó a sentarse. Antes de colocarse cómoda, quito la bata que protegía su cuerpo de las brisas frías.

El vestido tenía tirantes delgados, la fina tela se posaba en cada curva como un recordatorio que si existía la inmortalidad, ella debía tener cada minuto de la eternidad. Podría adueñarse de cada segundo de la existencia propia y no sería juzgada.

Di un paso atrás para dejarla sola, tal vez había caminado algunos metros cuando sus emociones llegaron a mí. Como siempre, no pude bloquearla, solo entraron en mí como un dolor penetrante que hacía doler mi pecho.

El enojo me dejo temblando, pero, la tristeza casi pudo hacerme vomitar. Ella estaba tan enojada que desee arrancar mis ojos y tan triste que podría arrancar los ojos de quien haya hecho florecer ese sentimiento.




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