El corazon de una bruja maldita

-Nunca me aleje lo suficiente de ti.

POV:GENEVIEVE

Estaba justo donde me habían golpeado ayer. Pero, en esta ocasión no había guardias a mí alrededor, solo una botella de alcohol, Iris y algunos cigarrillos me acompañaban.

Estaba cansada de mi día. Pero, el momento donde mis piernas fallaron fue cuando entable una conversación con la reina Odette que no salió como lo planeaba.

La reina de los humanos tartamudeo por al menos 10 minutos mientras se disculpaba. Pudo tener un poco de calma cuando le pedí que dejáramos los honoríficos a un lado y se refiriera a mí como Genevieve.

Estaba sentada frente a la reina humana. Odette se había disculpado en múltiples ocasiones, pero, ahora manteníamos un tema de conversación diferente.

— Así que ¿Tiene que mirar la mancha usted misma?— pregunto, aun algo tensa— ¿No sería mejor que fuese uno de sus soldados?

—Un líder no sacrifica a los suyos, un jefe si, además esa es la condición que me he puesto sobre la mesa— respondí sin mentira alguna— Todos temen, yo, principalmente estoy aterrada.

— ¿Por qué ha decidido ir?—pregunto, uniendo las manos en la mesa— ¿Quiere que la acompañe?

—No quiero que nadie de mi gente salga lastimada. Deseo ir sola a ese punto— respondí, mirando la mancha de mi mano— Son tus tierras, si deseas venir, creo que es tu decisión poner tu piel en juego.

Ella se quedó en silencio, colocando su espalda derecha y el ceño fruncido.

Odette era una humana que deseaba ayudar a su pueblo, pero aún no tenía la madurez para realizarlo. Quitando todo el rencor que mi pecho acumulaba, ella podría considerarse de buen corazón.

—No soy una buena líder—confeso, con voz muy baja—Por eso he aceptado una de mis últimas cartas en mi nación. ¿Puedo hacerle una pregunta?— me miro a los ojos— Es algo imprudente.

—La imprudencia es una habilidad humana—dije, sosteniendo su mirada— Puedes hacerla.

Entrelazo sus dedos y tomo una gran cantidad de aire.

—Majestad, le pido que en nuestra próxima audiencia me aconseje— antes que pudiese responderle, hablo de nuevo— Le contaré toda mi historia y porque soy tan insistente. Pero, le pido que en la audiencia, no sea un verdugo, sea un consejero de paz. ¿Podría hacerlo por mí?

—No soy un ejemplo que debas de seguir, no cuando las estadísticas que ayer me entregaron demuestra que tu pueblo me aborrece— respondí, mirando como en sus ojos había desesperación—Pero, podría hacer una excepción si tienes las preguntas formuladas ese día.

—¡No se arrepentirá de darme esta oportunidad!— dijo colocándose de pie— Soy una reina joven, pero le demostraré que puedo-

—Odette, solo puedes demostrarle prioridad a una persona y esa, es aquella que se muestra con tu reflejo— la interrumpí, pero, también me coloque de pie— Hablaremos en unos días, es tarde y los preparativos están casi listos para el primer evento.

Odette se despidió con una reverencia, pero había una pregunta que había dejado en mí.

—¿Qué cartas utilizaste?— pregunté.

Sin necesidad de especificar, ella sabía a qué me refería.

—Reorganizar la seguridad de mi nación y colocar nuevas reglas. Mi jefe de guardias partió hace algunas horas, pero no será necesario— dijo con una sonrisa— Todo está bajo control.

Ella se fue a su cabaña, y aunque yo creía que tenía un destino me quede sin rumbo. Estuve en su habitación, pero no había nadie ahí. Minutos después me fui a la cabaña, pero, todo era tan silencioso que creía que las paredes se cerrarían sobre mí y aplastarían mi cuerpo sobre ellas.

Nunca había tenido a nadie que escuchara mi interior, que supiese como eran mis miedos o cuan profunda era la laguna de pensamiento que amenazaba con ahogarme. Aunque ese humano no fuese mío, sentía que habían removido una parte de mi.

Ni siquiera sabía su edad, como era su nombre completo o su historia, él no era mi amigo, pero aun así me dolió que no se haya despedido de mí. No era nadie, solo una mujer poderosa que nunca tenía un límite para los suyos, pero nunca una fuente de afecto o unos brazos acogedores.

Él no era mi amigo, pero, aun así, deseaba que se despidiera de mí y que recordara que yo era una mujer. Salvatore no debía tener aquel acto tan insignificante conmigo, pero, nadie había tenido ni siquiera la molestia de preguntarme hoy como estaba, solo Feredik.

Nadie de mi corte o las brujas que eran mis hermanas. Ellas solo me miraron de reojo.

¿Por qué nadie se preocupaba por mí a ese punto?

¿Nadie podría mirar lo mal que me sentía? ¿Nadie miraba lo mucho que quería hablar? ¿Por qué todos se callaban cuando yo me acercaba? ¿Acaso tanto asco suelo darle a los demás?

Ni siquiera mis ganas de ayudar a las brujas o cualquier propósito que haya dicho era totalmente verdadero.

Quería salir de aquella jaula, aunque tuviese que permanecer en los límites, yo no quería estar sola, rodeada de paredes y un tonto tapiz fino. Mi casa dejó de ser un hogar cuando observe mi reflejo y solo había soledad.

Nunca había obligado a nadie a hablarme, ni siquiera había tenido damas de compañía que me asistieran en el castillo, todas ellas me miraban y susurraban el nombre de mi madre en las esquinas del castillo.

Ella era una buena reina y mi padre solo un rey. Pero, ni siquiera ellos habían notado que estaba ahí. Cuando vivían solo pude odiarlos la mayoría de tiempo y cuando no estaban aquí, solo pude extrañarlos.

Odiaba cada paso que tuve que dar y cada gramo que me toco sostener. Solo quería llorar y romper mi piel, pero esta maldita condena no me dejaba morir hasta que ella lo decidiese.

Sin importar cuantos pensamientos tuviese enredados en mí, había uno que se zafó y cayó en las profundidades de mi ansiedad. Salvatore era el único humano que no me había mirado con asco, aquel que ni siquiera le importaba tocar mi piel o fingir cortesía.

No quería que se fuera, todo estaría tan callado qué pensaría que me estaba quedando sorda o que todos a mí alrededor habían perdido la capacidad de hablar. Él ni siquiera se despidió de mí.




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