POV:GENEVIEVE
Prometí que les enseñaría magia a algunos niños, pero ni siquiera tenía fuerza para levantarme de la cama. Cada uno de mis músculos dolía y mis articulaciones quemaban.
El mínimo movimiento de mis dedos era un ardor insoportable que me torturaba de forma constante. No podía ni siquiera respirar cómodamente o tragar saliva; solo me quedaba esperar que alguien de mi gente se diera cuenta de que estaba aquí tumbada.
No podía alcanzar siquiera un vaso de agua o hacer caer un objeto para llamar la atención de los demás. Estaba de nuevo sola, atrapada en paredes que se cerraban sobre mí, amenazando asfixiarme.
La magia desapareció de nuevo sin dejar rastro, dejándome adolorida y sin poder alguno. Haciéndome sentir como un perro enjaulado y marginado por todos a su alrededor.
Salvatore me había dado de su medicina hace algunos días, pero estaba demasiado adolorida para alcanzarla. Él se había ido a realizar su labor en la madrugada.
Intenté controlar mi respiración para moverme lentamente, pero la disnea apareció al sentir la punzada en cada superficie de mi cuerpo. Mis ojos comenzaron a cristalizarse mientras me desesperaba por los sonidos de mí alrededor.
Había alguien intentando entrar hace 10 minutos...
Solo era un cuerpo adolorido... Me sentía estúpida, indefensa y lisiada.
Feredik partió en la madrugada hacia la mansión a impartir la clase y no regresaría hasta mañana. Cuando se fue, fingí que nada dolía, pero ahora ni siquiera puedo respirar de forma correcta.
La sensación húmeda y rasposa se arrastró por mi rostro. Iris comenzó a lamer las lágrimas de dolor que se deslizaban por mi mejilla.
Cuando estaba con personas a mi alrededor, sentía que la enfermedad había desaparecido. Cada que reía con Salvatore o discutía con Odette temas políticos, me hacían sentir útil y viva, pero ahora, postrada en una cama, solo me quedaba el recordatorio de la realidad.
¿Cómo podía quejarme sobre mi destino si era la sentencia que merecía?
—Lamento ponerte en esta situación —susurré, intentando parar de llorar—. Ni siquiera puedo cuidar de ti, mi pequeña amiga, mi única amiga.
Solo me quedaba escuchar el ruido de las afueras y cómo alguien intentaba abrir la puerta hacía algunos segundos.
—Iris, escóndete —advertí en voz baja, intentando no vomitar mientras me movía lentamente.
Los pasos se podían escuchar antes de que entraran a la cabaña y que abrieran la puerta trasera. Las voces femeninas llenaron el lugar, agitándome. Me removí poco a poco, intentando encontrar algo de magia en mi centro o esconderme debajo de las sábanas.
Iris sintió la inquietud, comenzando a gruñir en dirección a la puerta mientras su panza la hacía moverse con lentitud. Las lágrimas volvieron a aparecer, nublando mi vista por completo.
La puerta se abrió; Leah y Odette me miraban con una expresión de sorpresa mientras Iris intentaba morderlas.
Por favor, todos menos ellas.
Ellas entraron a la habitación en silencio, observándome estirada en la cama, vestida de blanco con finas telas y la piel humedecida por el sudor. Totalmente indefensa y patética, tal vez merecía que todos me miraran de esta forma.
¿Por qué ellas estaban aquí?
La primera en acercarse fue Odette, me observaba directamente mientras no ocultaba su perplejidad. Ella caminó con cuidado, Iris la seguía de cerca.
—¿Por qué estás tan pálida? —preguntó en voz baja, sentándose a mi lado con cuidado—. ¿Has enfermado?
Odette intentó acercarse un poco más, pero el leve movimiento de la cama hizo que me quejara del dolor. Leah se mantenía a su lado, callada y asombrada por mi estado.
—Genevieve, ¿puedes hablar? —Odette intentó tocarme, pero Iris no se lo permitió—. No deseo lastimarla, embarazada tonta.
De nuevo Odette me miró a los ojos, buscando una respuesta.
—Gen...
—Lárguense, ahora mismo —ordene, desviando la mirada.
Odette se quedó quieta mientras intentaba buscar las palabras para realizar otra pregunta.
—Excelencia, ¿hay un hechizo que pueda aliviar su carga? —Leah dio un paso adelante, buscando la respuesta— Solo si usted lo desea.
Volví a quedarme en silencio, ignorando su presencia.
Si me permanecía callada y evitaba su mirada, tal vez ellas se irían. Si estaba quieta por algunas horas, todo comenzaría a doler menos y ninguna parte de mí ardería de esta forma.
Estaba cansada de sentirme agonizante, solo quería que todo esto acabara, que mi dolor cesara y mi alma al fin se extinguiera.
Odette estiró sus dedos, tomando mi muñeca de forma leve para que le prestara atención.
El ardor hizo que la bilis subiera a mi garganta, trayendo mareos y una sensación insoportable. Me estaba quemando viva, no había lugar que no sintiera dolor.
La falta de aire comenzó a hacerse presente. Deseaba vomitar, pero mi garganta se había cerrado por el dolor.
—¡No, no, no, por favor, no! —grité mientras mis lágrimas cegaban mi vista y mi voz se volvía ronca.
Mis lágrimas no dejaban de salir y el dolor no cesaba. Mi cuerpo comenzó a temblar de forma brusca mientras mi boca se llenaba de saliva y mis pulmones se quedaban sin aire.
Podía percibir el decline de mi cuero, el no poder morir y sentir que la angustia me consumía era mi verdadera maldición.
Iris comenzó a dar vueltas en el mismo lugar, asustada e inquieta por mi reacción.
—Lárguense, por favor, váyanse —pedí mientras lloraba, intentando ocultar mi rostro entre las sábanas, pero era imposible mover mi cuello de tal forma.
Odette se colocó de pie, intentó tocarme nuevamente, pero Iris amenazó con morderla varias veces.
—Leah, trae paños y agua caliente —pidió, remangándose las mangas—. Sé qué hacer.
El vómito amenazó con aparecer de nuevo. Mi estómago se contrajo con la mención de sus palabras.
—¡No me toques! —grité, asustada por el dolor—. ¡Nada lo cura, por favor! ¡Me va a doler, por favor!