POV:GENEVIEVE.
Las hojas crujiendo sobre mis botas eran lo único que escuchaba en los alrededores del bosque.
Todas las protecciones que podía necesitar cubrían mi cuerpo. Caminé lo suficiente para evitar utilizar magia al moverme en la zona. Intentaba mantener un perfil bajo sobre todas las cosas y dejar que los ríos cubrieran mi rastro.
El arco junto con el carcaj repleto de flechas de cedro permanecían en mi espalda, acompañados de una daga en mi bolsillo y algunas hierbas.
Escabullirme de Leah y Odette fue lo menos complicado, pero cuando Feredik notó alguna actitud sospechosa, no dudó en darme una advertencia.
Los seres a mi alrededor creían que, por mi estado, me quedaría quieta, pero no podía dejar de moverme; necesitaba una respuesta a todo esto o terminaría con mi poca cordura.
Nadie lograría asesinarme, así que de alguna u otra manera volvería a ellos; unida o hecha pedazos, encontraría la forma de regresar. Conocía el camino gracias a mis excursiones con Odette y algunas indicaciones de Leah, pero jamás la pelinegra se preguntó por qué mi interés repentino por las rutas que tomaba.
Mi piel se comenzó a erizar después de algunos segundos, haciéndose más notoria la presencia que cubría mi espalda e incapacitaba el libre movimiento de mis extremidades. Todo dolía, pero había peores situaciones que esta.
Necesitaba seguir; debía obtener respuestas. En mi ausencia, Feredik estaba liderando a las brujas y hechiceros, comenzaron a respetarlo y escuchar su palabra en las últimas reuniones.
El rey que crie hizo algo en semanas, lo que a mí me hubiese tomado meses. El pensamiento cubría con calidez mi pecho. Para mi sorpresa, me confesó que había algo que aún no mencionaba, no entendía de qué se trataba, pero confiaba en él.
Me di media vuelta, comprobando que el amuleto estuviese cubriendo mis pasos como debía. Coloqué mi espalda sobre un árbol, intentando descansar y que el dolor en mis manos desapareciera.
Remojé mis labios con la cantimplora que estaba a mi costado y limpié el sudor que se deslizaba por mi espalda. Mis rodillas se flexionaron y mis dedos tocaron la tierra húmeda.
La magia se desplazó por mis dedos, abarcando un gran radio de distancia a mí alrededor. No había magia primaria o alguna trampa de hechicero intentando asesinar a su propia raza. Por los signos de los árboles, las ramas intactas y el aroma fresco, nadie pasó por aquí en algunos días.
Continúe andando, comprobando que las guardias estuviesen haciendo su trabajo. El manto que me cubría de ellos estaba funcionando y mis sentidos permanecían alertas. Adentrarme más hacia el corazón del bosque en vez de rodearlo fue una alternativa acertada.
Algunos animales se quedaban de pie a mi alrededor, tal vez percatándose de otro rastro de olor, otros ni siquiera se removían cuando marchaba a su lado.
Seguí en movimiento hasta sentir el olor a cenizas. Caminé detrás de los árboles, percatándome de no pisar ni tropezar con alguna hoja seca para no llamar la atención.
Una fogata fue apagada hace un par de horas, podía notarlo porque los animales la pisaban sin necesidad de quemarse. Aunque estaba a algunos metros de mi posición, no fue difícil descifrar que eran hombres; el olor a orina y cerveza era evidente cada que me acercaba.
Vigile con atención mi alrededor y me fijé en la copa de los árboles. Subí con precaución hacia la cima, tomando los binoculares y revisando el panorama.
Busqué con la mirada qué tan cerca de la mancha me encontraba. Algunos caballos estaban cabalgando a unos metros de ella, aunque estuviesen ensillados, no había nadie tomando las riendas.
Observe la brújula en mi muñeca, orientando mi dirección. A su lado, la fina, pero resistente cuerda estaba enrollada en una delicada pulsera.
¿Una trampa o un asesinato?
Toqué mi arco, sintiendo el filo del acero contra las yemas de mis dedos. Las cuchillas afiladas sobre los ejes solo me traían el recuerdo de la guerra, sin embargo, ya era hora de caminar los senderos con mi propio pie.
Un grito activó mis alarmas, cubriéndome de nuevo con mayor cuidado. Busqué la fuente de aquella voz, pero no encontré nada que me ayudara a localizarlo.
Bajé del árbol y volví a emprender mi marcha, giraba sobre mis talones cada 15 minutos, necesitaba asegurarme de que mi rastro al correr no estuviese dejando pistas de mi posición.
Revisé que no fuese un hechizo para confundir mis sentidos, pero cuando más me acercaba, los gritos cambiaban y otras voces se añadían al conjunto de sonidos.
La imagen de una mujer defendiéndose solo con una rama sin forma contra 5 hombres armados me golpeó antes de que pudiese pensarlo. Ella intentaba proteger a su compañera en el suelo, pero uno de los hombres la atacó por detrás antes de que pudiese llegar a su lado.
Ellos rieron, pero yo conocía formas de matar mucho más graciosas.
Caminé en su dirección, tomando la cuerda en mi muñeca y envolviendo sus puntas sobre mis manos. Uno de ellos aún reía, pero era quien estaba a una distancia mayor a los uniformados.
La cuerda atrapó su garganta y mi rodilla empujó su espalda. El sonido de un hombre vanidoso siendo estrangulado era uno de mis favoritos. El ego de los cazadores ni siquiera permitió darse cuenta del hombre que se ahogaba con su propia sangre.
Me convertí en la muerte silenciosa que sostenía una daga y de forma tranquila cobraba vidas con la misma sonrisa que ellos mantenían en sus bocas, lo que deseaba. El ruido de la daga chocando con el cráneo del segundo cazador llamó la atención de uno de ellos, pero ya estaba moviéndome sobre mis talones mientras el filo del arma se clavaba en su yugular.
El pequeño y retorcido grito de ese cazador agonizando dio una alerta irreversible, pero estaba a una corta distancia de los últimos dos hombres. Ellos gritaron que la muerte llegó por sus almas.