El corazon de una bruja maldita

-. Feliz muerte, Genevieve.

POV:GENEVIEVE

Tropezar y resbalar era el principio de la empinada pendiente. Pero no necesitaba caminar un paso más, solo con estar cerca de la mancha, ella vendría a mí.

El escudo me protegía de los ojos que aún no notaba, pero con un clima tan complicado, dudaba que hubiese arqueros en esta zona. Me senté en la orilla de la pendiente a observar el profundo vacío que se extendía y comenzaba a marchitarse por la tierra maldita.

Tomé entre mis dedos un cigarrillo, llevándolo a mis labios. El sabor me tranquilizó, pero todo lo que sucedió hace dos días aún me desestabilizaba.

Creer, no recordar y comprobar que pierdes la memoria de forma constante eran cosas diferentes. Cualquier sentimiento que no fuese odio estaba mal, pero no recordarlo me dejaba en el limbo.

En algún momento lo amé; hace largas décadas lo adoré con cada migaja de la magia. La guerra me destrozó, pero su traición fue quien destapó el vacío y el pesado rencor que llevé durante años sobre mis hombros.

Ahora era un mito, algo que se jura que existió y solo algunos lo creen. No recordaba su nombre, su altura, su mirada o cómo me convenció de que era bueno.

Ni siquiera la oscuridad de la noche me daba respuesta, pero alguien debía hacerlo, aunque, conociéndola, continuaría dándome más dudas que soluciones.

De todas formas, necesito comprobar algo.

El césped se movió y el aire a nuestro alrededor cambió de dirección, no fue necesario girarme, sabía que ella estaba a mi lado.

—Quiero respuestas —exigí, tomando una calada de cigarro—. Desde que apareciste, todo es un verdadero desastre.

—Tu vida está condenada desde tu nacimiento. ¿Por qué ahora soy la culpable? —su tono fue bajo, casi un susurro—. Yo solo observo el camino natural de cada evento, una espectadora en todas las situaciones.

Observé las cenizas cayendo encima del pantalón.

—Quiero respuestas —repetí, apretando con fuerza la mandíbula.

—Aún no estás lista para saber toda la verdad, pero puedo aclarar tus dudas —respondió, aún hablando en voz baja—. Cuidado con lo que preguntas, aún no quieres saber algunas respuestas.

Tragué con fuerza, tomando valentía.

—¿La tierra maldita tiene cura? —pregunté, colocando derecha mi espalda.

La mujer dorada hizo silencio, así que volví a realizar la misma interrogante.

—¿La tierra maldita tiene cura? Cueste lo que tenga que costarme, debo acabar con ella antes de morir —alcé mi voz, tirando la colilla al vacío.

—Lo tiene, pero el precio es mucho más de lo que deseas pagar —admitió despacio—. No debes jurar si no pretendes mantener tus promesas.

—Pagaré lo que tenga que pagar.

—No lo harás, te conozco.

Giré el cuello para observarla, pero el brillo encandecido hizo que quitara los ojos rápidos de la máscara de oro que estaba sobre ella.

Llevé mi cuerpo hacia el césped, estrujando mi rostro con fuerza mientras maldecía en voz baja.

—Eres demasiado débil para ser reina, era uno de los mayores miedos de tu padre... no se equivocó.

—No lo menciones en vano, no lo toleraré —amenacé, arrastrando las palabras.

—¿Por qué? Creía que lo odiabas, después de todo, le gustaba golpearte.

Me levanté con rapidez para arrancar la máscara, pero mi cuerpo solo se paralizó en menos de lo que pude prevenir. Caí de nuevo en el mismo lugar, mi cuerpo rebotó por el fuerte impacto.

Comencé a retorcerme con rabia, intentando aplastar el hechizo que me limitaba, pero solo eran quejidos y un forcejeo interminable.

—Te dejaré pudriéndote en este sitio, ni siquiera el rey o tu humano podrán conseguirte —susurró, a pocos pasos de mi cuerpo—. Cálmate o afronta mi castigo.

—¿El rey?

—Estás en tu lecho de muerte y Feredik ya tomó las decisiones importantes, no necesita coronación para llamarlo por el título que le corresponde— su cuerpo se colocó a mi lado, pero no podía observarla por el rabillo del ojo. —Debe ser triste, tantos años dedicándole tu vida a las brujas para que tu hermano sobresalga sin necesidad. Sospecho que ellas te odiaban, pero no te culpes, fuiste una buena reina.

Tomé todo el acopio de mi fuerza, de la magia que corría por mis venas y la necesidad que me rodeaba, me quedé quieta hasta que ella rompió el hechizo y doblegué cada parte de mi interior que me gritaba que me abalanzara contra ella.

—Ahora que no te comportas como una salvaje. Puedes seguir aclarando tus dudas.

Tomé una pausa, no para detenerme a pensar, sino para morderme la lengua y evitar gritarle.

—¿Cuál es el precio que debo pagar? —pregunté—. ¿Qué debo dar para que la mancha desaparezca?

—Una vida —confesó sin rodeos—. Altera un camino para mitigar la magia de la maldición.

Me moví con lentitud, buscando su mirada.

—¿Una vida? —susurré, con temor a la respuesta—. ¿Qué clase de vida debe ser guiada al matadero?

—Aún no lo sé.

Me giré por completo, quedando la mitad de mi cuerpo recostado. Ella estaba sentada, mirando el cielo estrellado sin darle mayor importancia a mis preguntas.

Mi cuerpo no se movió, no podía, pero no había magia en mis extremidades, solo una sorpresa abrasadora. Ella estaba sin máscara...

El tono azulado de su piel me dejó pensando que podría pasar mis dedos por su piel y no sentir una pizca de calidez. Líneas sin formas y marcas desconocidas marcaban la piel de su cuello hasta llegar a su mandíbula. Una estrella de 4 picos estaba dibujada sobre su frente, igual de dorada que el iris de sus ojos y el manto que la cubría.

—Tengo otra pregunta que hacer —confesé en voz baja— En un futuro. Sí, sacrifico todo lo que me queda y un poco más de lo que pueda recoger en el camino. ¿Ellos tendrán una buena vida?

Ella se quedó quieta, aun sin mirarme.

—Encariñarse con humanos es un problema, bruja tonta.

—Eso no responde a mi pregunta. ¿Ellos podrían vivir en calma si yo dejo de existir?




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