El corazon de una bruja maldita

-¿Prometidos?

POV: GENEVIEVE

Durante largos minutos observé a Leah caminar de un lado a otro mientras sostenía con fuerza el pergamino sobre su pecho, evitando mirarme.

Leah, quien siempre permanecía quieta y callada, no podía dejar de moverse. Sus ojos se cristalizaron al verme demasiado tiempo, sus hombros se echaban hacia atrás con cada palabra que me dirigía y un leve sonido provenía de su garganta.

Parecía desolada, como si la maldición también la hubiese golpeado. Pero no tenía moretones visibles, solo una mirada apagada.

—Atrasarlo no hará ninguna diferencia —hablé, observando cómo las yemas de los dedos comenzaban a mancharse—. Solo me quita tiempo.

Leah, después de meditarlo algunos segundos y resignarse a lo inevitable, tomó asiento a mi lado . El campamento era ruidoso a nuestro alrededor, pero con los últimos ajustes del trato y todos empacando, era difícil mantenerse en silencio.

La traducción fue realizada por Leah, pero en su mayoría Nerezza era quien confirmaba si todo era acertado. Las palabras no eran necesarias, la palidez en su rostro me demostró cómo se sentía.

—Majestad...

—Leah, solo estamos tú y yo —interrumpí sus palabras, alzando mi mano—. Tienes mi vulnerabilidad entre tus dedos, me has visto en aspectos que nadie que conozca desde hace décadas haya presenciado sobre mí. Así que, por favor, solo dilo sin formalidades y acaba con mi incertidumbre.

Leah tomó una bocanada de aire, expulsándolo con pesadez después de algunos segundos.

—La primera traducción no estaba tan alejada de la realidad —admitió, desplegando el papel—. Hicimos lo que pudimos en pocos días, pero, hay un acertijo que ni siquiera Nerezza pudo entender con exactitud.

—El párrafo que nunca descifré —adiviné mirando cómo su ceño se fruncía. Me levanté, intentando que el ardor en mi estómago desapareciera. —Debería conseguir algo de vino.

—Necesitas estar sobria para esto. Toma asiento.

Hice caso a su demanda, sentándome con las piernas cruzadas y un nudo en la garganta.

—¿Deseas leerlo o que lo narre para ti?

—Desearía que no fuese verdad, pero con que lo leas está bien.

Leah asintió, concentrándose en el papel. Tragué saliva, intentando que no se acumulara en mi boca, no importaba cuánto aire tomara, sentía que me asfixiaba.

—Dos siglos han pasado desde tu nacimiento, el fin debe acercarse. El final se aproximará cuando los recuerdos se pierdan y tus anhelos ya no sean escuchados —comenzó a narrar, evitando conectar nuestras miradas en cada palabra—. Tu corazón y tu boca reconocerán las palabras que lo comenzaron todo, aquellas mismas terminarán con tu vida. El dolor ya no será un aviso, la infertilidad una condena y la mancha que cubre lo mortal y lo inmortal un recordatorio... Pero.

Ambos nudos se contraen en cada una de sus palabras. El de mi estómago amenazaba con hacerme vomitar y el de mi garganta provocaría que mis ojos se cristalicen.

No había cambiado tanto, pero los detalles eran significativos.

—La tierra maldita que avanza sobre los que una vez amaste, también es tu condena y tu responsabilidad. Cambia el rumbo, roba la vida que comenzó todo, narra las palabras y sella el destino de las razas. Tu muerte será el comienzo para la paz.

El aire se escapó con rapidez, escondí el rostro entre mis manos, sujetándolo con fuerza y restregándolo hasta que mis mejillas ardieran.

—Como lo sospechaba, también la tierra maldita es mi culpa —dije en voz baja, cada palabra era áspera—. Todo es por mí.

—Genevieve, sobre tu cumpleaños —Leah estiró su mano hacia mí, pero la ocultó antes de tocarme—. Lo arreglaremos, aún tenemos tiempo. ¿No es así?

Coloqué mi cuerpo recto, mirándola de reojo. Leah se removió en su asiento, volviendo a hablar con nerviosismo.

—¿Una década? ¿Meses? —pregunto, acercándose poco a poco—. ¿Aún lo tenemos?

—Leah, has realizado tu deber, no te corresponde saber más de lo permitido.

—¿Acaso son años? —volvió a preguntar, reuniendo la valentía suficiente para tomarme de los hombros.

Tuve las palabras correctas para un reproche, pero la inquietud en sus ojos hizo que mi pecho se apretara.

—Días —confesé, intentando simplificar la situación— 35 días, para ser exactos.

La silla tambaleó algunos minutos en el aire, cayendo con fuerza. La brusquedad de Leah llamó mi atención.

—¡Genevieve!

Leah, que nunca gritaba o parecía conmocionada, levantó su voz en un claro reclamo llena de preocupación.

—Sé que tienes otra pregunta sobre lo que leíste. Hazla ahora antes de que termines de acobardarte.

Los profundos ojos rojos brillaban, llenos de sentimientos encontrados que no deseaba entender. Leah sujetó su cabello, tomando el coraje suficiente para realizar otra pregunta.

—¿Qué trataba de decir la maldición con que eres infértil?

Me tomé un pequeño momento, dándome cuenta de que no valía la pena mentir, ella lo sabía todo.

—Durante largas décadas intenté ser madre, pero solo conseguí llanto y muerte —sentí como mis manos sudaban mientras hablaba—. Fue una de las razones que hicieron que con Cassius no funcionara. A uno de nosotros no le importaba, pero el otro quería una familia con todo su corazón.

—Es un canalla.

Me quedé en silencio, esperando que interpretara la falta de palabras. Que se diera cuenta de que era yo quien deseaba con egoísmo un hijo.

—Era un momento difícil, no fue más fácil con el tiempo, claro está —me coloqué de pie, sintiendo la pesadez en mi cuerpo—. La bruja dorada me advirtió sobre lo de tomar una vida... No entiendo si todo comienza a solucionarse o empeora con los días.

—¿Ambas?

Un toque en la puerta interrumpió mis palabras. No esperaba a nadie que no fuese Leah.

—Mantén esta información en secreto —pedí en voz baja, apuntando la traducción.

Leah se ocultó detrás de un gran mueble después de desaparecer los papeles. Iris se removió con fastidio al sentir a Leah acercándose. La figura de Odette apareció con una gran sonrisa, detrás de ella, dos hombres la acompañaron.




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