POV:GENEVIEVE.
El cúmulo de ideas era tan exorbitante que nada parecido a la calma tenía un asomo en mi cuerpo. Todo se formó tenso en Calmaria y, si no abría las fronteras mágicas en unos días, mi cabeza rodaría, o eso al menos dijeron las herederas en cinta. Ni siquiera podía hacerles daño, tocar a una embarazada era el mayor crimen entre nuestra raza.
Su mano en mi hombro llamó mi atención, parecía haber finalizado lo que debía mostrarme. Dejo un beso en mi mejilla antes de volver a apartarse y dirigirse hacia el caballo.
El extenso bosque nos vigilaba, los árboles parecían escucharnos y las ramas amenazarnos. Era parte del reino humano, pero estábamos cerca de mi nación, el punto medio más cercano que nos podíamos permitir.
Salvatore cambió. Su piel trigueña tenía un brillo encandecido, como si estuviese siendo hidratada con paciencia por finos aceites. Sus pómulos y nariz altos eran llamativos, sigue siendo lo primero en que me fijé. Besaba la curva ascendente de su nariz y la zona detrás de sus orejas.
Solo existía la magia. Tan antigua que podía doblegarme y tan suya para adiestrarla sin mayor práctica. Lo ayudaba cuando podía, pero ninguna lección era tan fuerte o constante para perfeccionar su técnica.
Discutimos. El problema no está en quién tiene la razón, permanece en que no puedo darle cosas a Salvatore que sé que desea y se cohíbe en mencionar. No voy a ofrecerle una vida juntos, no tengo un futuro que brindar, mucho menos algo más que esto o cualquier realidad que él se merezca. Deseo que se quede conmigo hasta el final, que tome mi mano cuando me vaya, pero también quiero que sea feliz.
—¿Escudo de protección? —pregunto en voz alta, alejado de mí a una distancia considerable.
—Estamos cubiertos, no hay forma de que nos consigan aquí.
Asintió despacio, mirándome con media sonrisa.
—Atácame.
—¿Qué has dicho? —pregunté, sin poder cubrir el gesto de incredulidad—. ¿Deseas que te haga daño? ¿Que sea cruel?
—¿La maldición afectó sus oídos, majestad?
—¡Tal vez la magia dañó su cerebro, soldado! —me coloqué de pie, caminando hacia él. —¿Qué estás planeando, Salvatore?
—¿Confías en mí?
—Confiar en ti es perjudicial, pero no tengo demasiadas opciones. ¿No deseas esperar que estemos con Cassius? Después de todo, eres tú quien insiste en ser su muñeco de prueba.
—Entonces, ¿Qué estás esperando para hacerlo? —su posición cambió, pareciendo el principio de un combate—. No seas blanda, dame un gramo de tu poder. ¡Vamos, Atacam!
Sus palabras se cortaron al igual que las hojas que caían a su alrededor. Los árboles se curvaron por la ráfaga de magia que ondeó cada superficie cercana. Los hechizos al atacar no eran suaves, quemaba como el infierno.
Un aliento frío rozó mi nuca, erizando cada vello de mi espalda. Me moví con rapidez, intentando que la guardia de protección no repitiera el mismo hechizo con la misma fuerza.
La magia era dorada, nuestro don era precioso al parecerse al oro. Pero lo que presencia era tan diferente que tuve que sujetar mi pecho para que mi corazón no se saliera de un brinco. El azul profundo brotaba de su centro como el agua de una cascada chocando con grandes piedras, salpicando cada lugar a su alcance.
Lo primero que sentí fue una incomodidad insoportable, un ardor que hizo que arqueara mi espalda, pero después de algunos segundos, todo se calmó. Me reincorporé, prestándole atención a cada detalle que rodeaba a Salvatore.
La sensación era conocida, tenía décadas viviendo junto a ella, sí, pero tenía otro componente que podía hacerme temblar.
—Fuego de bruja —susurré, arrastrando mis palabras—. Salvatore...
—Ven a mí, nada puede hacerte daño si está en mi control.
Aunque mis piernas temblaron, caminé con pasos lentos. El aire era pesado y no podía dejar de erizarme por el roce de la magia contra mi piel. Con las manos extendidas, espero con paciencia que notara cada detalle suyo, permanecía sorprendida por el poder que no dejaba de emerger desde su centro.
—¿Cómo?
—Hurgando en mi núcleo, me adentré demasiado a los límites; me costó regresar, pero entendí que debía aceptar lo que fuese que tuviese dentro de mí para continuar —susurra, llevando mis manos hacia sus labios y dejando un beso—. Al principio no lo noté, creía que tomé algo irrelevante, pero en una pelea
—¿Te hicieron daño?
—Necesité tomar solo un poco de mi poder para apoyar mis guardias, todo se salió de control. Resultó ser una pelea caótica —continúa hablando, sosteniendo mis manos—. Se siente... bien.
—¿Bien? ¿Como si fuese tuyo?
—Es mío, mi amor. Aún puedo manejar la magia dorada, es igual de maravillosa, pero con esto, siento que utilizo todo mi ser, sale de mi centro y me impulsa —confesó, frunciendo el ceño en cada palabra—. Genevieve, nunca me he sentido tan bien con esto... es
—Indescriptible.
—Sí, creo que es la palabra que buscaba.
—Y es lo que todos sentimos al controlar nuestro poder, es tan grande que no tenemos forma de revertir lo que la magia le hace a tu sistema. Es tuyo, Salvatore, no dudes en utilizarlo.
—Pero aún no lo entiendo del todo. Puedo utilizarlas de forma simultánea, pero si intento hacerlo juntas...
—¿Te hace daño?
—Más que daño, no conviven entre sí.
Ladee el cuello, confundida.
—Por desgracia, creo que necesitamos a Cassius, no tengo ni idea sobre esto.
Ambos nos quedamos en silencio. Salvatore regresó la magia a su lugar, llevándose un respingo de mi parte por no adaptarme al cambio de temperatura y el golpe de aire que llegó de forma brusca a mis pulmones.
Las náuseas subieron a mi garganta, pero el desagradable síntoma no duró lo suficiente para que fuese relevante en estas circunstancias. Salvatore aún me sostenía, esperando mi reacción.
—No entiendo cómo pudiste tener tanto poder acumulado en tu centro y que jamás hubiese despertado hasta ahora.