POV:GENEVIEVE
Mis piernas temblaban con cada paso. Ni siquiera las escaleras empinadas o la oscuridad me dieron tanta incertidumbre como el pedazo de lienzo quemado.
Volví a remover cada tela y observar las joyas con cuidado, pero ningún recuerdo vino a mí. Si yo fuese una memoria que revolucionó una guerra, ¿Qué podría ser?
Los vellos de mi nuca se erizaron. No me giré para mirarla, su presencia me alertó de su llegada. La necesitaba, ella debía aclarar aunque sea una de mis cien dudas.
—Salvatore corre peligro. ¿No es así?
—Hace milenios todo era diferente. La magia era mucho más moldeable que ahora —admitió, sentándose a mi lado. Miro el cuadro por algunos segundos y volvió a hablar— La magia de Salvatore no es tan diferente a la tuya, pero...
—¿Pero?
—Es mucho más cruda, es igual a como la recuerdo. Nuestros poderes se han visto deteriorados porque olvidan los principios.
Negué, estrujando mis ojos con fuerza.
—¿Qué estás tratando de decir? —arrastré las palabras, incrédula por la confesión—. La magia es dorada.
—Genevieve —mi nombre en su boca parecía un recordatorio—. Ese es el problema de las brujas modernas, creen que nuestro poder es recto, una regla que jamás se rompe, cuando siempre hemos sido más salvajes de lo que recuerdan.
—No somos guerreras.
—Somos mucho más, somos brujas.
Me coloqué de pie, pasando la mano por mi cabello. El dolor de mis articulaciones estaba presente, con mayor intensidad y ardor que nunca. Cruce mis brazos, observando de nuevo el cuadro.
—Entonces la magia de Salvatore es antigua y cruda. ¿Eso lo hace inmortal?
—Aún no lo decido —admitió con voz suave. Se volvió más cautelosa. —Tal vez te conceda el deseo de decidirlo. ¿Deseas que él sea eterno o mortal?
—No meteré mis manos en su destino —mi voz salió con fuerza. La conocía lo suficiente para darme cuenta de que sus palabras eran una trampa. —Solo tú sabes qué mala decisión tomarás en el futuro.
—Yo no tomo las decisiones, tú las haces. Creas el impacto.
Bufe, agotada por el conjunto de acertijos que no terminaban de ajustarse en mi mente.
—Muéstrame más —apunté el cuadro—. Debo recordar.
—Hay mucha crueldad en los recuerdos. Podrías no querer regresar.
—Ambas sabemos cuánto le gustaba golpearme, no creo que añore quedarme en esos recuerdos.
La pequeña carcajada me tomó por sorpresa, me giré para hacerle una pregunta. Pero mirarla sin máscara me dejó pasmada. Todo lo que conocía parecía diferente, ella era algo más que una bruja. Leandra Avalon se convirtió en una diosa, con mirarla solo lo supe, fue tal vez el instinto que me advertía que corriera. Hace mucho tiempo ya, Leandra Avalon había olvidado ser una bruja.
Cuando pude mover la lengua, era demasiado tarde, ya estaba en el pasado, en mi mente.
La nieve hizo el golpe más preciso, caí junto a una pequeña montaña apilada cerca de un árbol de manzanas. Confundida, comencé a prestarle atención a mi alrededor, pero solo el blanco cubría cada rama.
Una voz me alertó; me reincorporé de un salto, buscando la fuente de dónde provenía.
Mi corazón cayó en mis manos cuando una mujer caminó con sigilo hacia una jovencilla que se negaba a obedecer las pocas responsabilidades que tenía en su lista de labores. Era una estúpida que no supo aprovechar su vida.
Estaba de espaldas, pero podría reconocer ese cabello rizado, aunque la maldición se encargara de destruirme poco a poco. Reconocería cómo sus puños temblaban en sus caderas y la curiosa forma de colocar los pies cada vez que debía corregirme.
Estire la mano, intentando tomar su hombro.
—Mami —el susurro desgarró un sentimiento que jamás me permití sentir con libertad—. Mami.
Mi mano traspasó su hombro, recordándome que solo era un recuerdo, no la tenía enfrente y jamás volvería a mirarla, ni siquiera en el valle de las brujas porque carecía del derecho.
Un silbido llamó su atención, girándose con rapidez. Su rostro siempre me dio la impresión de que fue moldeado con cuidado por alfareros que adoraban su trabajo. Era la mujer más hermosa que conocí, una bruja tan fuerte que nunca dudó en levantar su voz, aunque intentase ser callada.
Era tan parecida a Feredik que quise rodearla con mis brazos. Pero no podía vivir con la decepción. Laurent Avalon, tenía el rostro lleno de pecas y el corazón de estrellas.
La joven a su lado solo giraba los ojos al escuchar a su madre. Quería golpearla, unas semanas después se arrepentiría de su soberbia.
—Vivi. Deja de ser una testaruda.
Los vellos de la nuca se erizaron al escuchar el apodo que me puso mi madre al nacer, aquel que solo recuerdo que mi madre mencionaba, aunque ya era una reina.
—Hablaremos de esto más tarde y tendrás que escucharme.
Una voz masculina llamó la atención de ambas, pero la conocía tan bien que solo sonreí al mirar a Cassius Ridell con una edad temprana y un corte de cabello espantoso. Le saqué la lengua a sus espaldas, creyendo que él jamás se daba cuenta.
Espero que su madre y un joven Cassius se alejaran para girarse y colocarse de cuclillas para llorar. Me senté al lado de mi recuerdo, me sorprendió mirarme tan joven, llena de vida y sin cicatrices. Las gruesas lágrimas se deslizaban por sus mejillas.
—Eres una tonta —susurré cerca de su oído—. Una gran tonta.
Tal vez era una ridícula por ofender a un recuerdo, pero lo necesitaba.
El recuerdo cambió de forma repentina, ya no estaba en un patio lleno de nieve. El gran salón brillaba como nunca, las personas danzaban en sincronía con la pieza que tocaban los músicos. Una fiesta de máscaras se desarrollaba con esplendor.
No hice un gran trabajo al buscarme en los grupos aglomerados, permanecía inmóvil al lado de un hombre con quien compartía rasgos, mal humor y algunas actitudes que no debería tener. Mi padre, pero, al no estar cerca de él, me escabullía a los balcones y tomaba vino a escondidas.