Capítulo 1: El Decreto del Rey

El aroma a incienso y cera derretida impregnaba la sala del trono de Aldebryn. La princesa Isabella permanecía de pie frente a su padre, el rey Edric II, mientras su corazón martillaba con fuerza contra su pecho. Sabía que algo iba mal; lo veía en la dureza de los ojos del monarca y en la expresión tensa de su madre, la reina Elena.

—He tomado una decisión —anunció el rey con su tono inquebrantable—. Te casarás con Lord Gabriel de Valois.

El mundo de Isabella se detuvo.

—¿Perdón? —su voz apenas fue un susurro, pero su incredulidad era evidente.

—El reino necesita estabilidad —continuó Edric—. Gabriel ha ganado la guerra contra el Reino del Norte y ha demostrado ser un líder fuerte. Lo he nombrado duque y tu matrimonio con él sellará su lealtad a la corona.

La princesa sintió que la sangre le ardía en las venas. ¿Casarse con un guerrero? ¿Con un hombre al que apenas conocía?

—¡Esto es absurdo! —exclamó, dando un paso al frente—. No puedo casarme con un hombre al que no amo.

—El amor no tiene cabida en esto —replicó su padre con frialdad—. Es un deber.

La reina Elena suspiró y tomó la mano de su hija, buscando apaciguarla.

—Isabella, entiendo tu angustia, pero el reino necesita esta alianza. Gabriel no es un bárbaro, es un hombre honorable.

Honor. De nada servía si su corazón quedaba encadenado a un destino impuesto.

—No puedo aceptar esto —dijo con determinación—. No lo haré.

El rey la observó con severidad.

—No tienes opción. La boda se celebrará en una semana.

Isabella sintió el peso de la desesperación caer sobre ella. Aferró las faldas de su vestido y salió del salón sin esperar permiso. No vio las miradas preocupadas de los consejeros ni el destello de culpa en los ojos de su madre.

Solo sentía la ira y la impotencia creciendo dentro de ella.

Si el destino quería encadenarla, ella encontraría la forma de romper sus cadenas.