La corte de Aldebryn era un hervidero de murmullos desde que se anunció el compromiso de la princesa Isabella con el recién nombrado duque Gabriel de Valois. Nobles y damas susurraban tras sus abanicos, observando con curiosidad y malicia cada uno de sus movimientos.
Esa tarde, Isabella no tenía escapatoria. Su madre, la reina Elena, la había obligado a asistir a una reunión en el gran salón, donde se presentaría oficialmente a su futuro esposo ante la nobleza.
Gabriel ya estaba allí, de pie junto al trono del rey, con la misma expresión serena e impenetrable que había mostrado en los jardines. Isabella avanzó con la frente en alto, aunque sentía el peso de cada mirada sobre ella.
—Mi señor Valois —dijo, con la formalidad de quien se dirige a un extraño.
Gabriel inclinó levemente la cabeza.
—Alteza.
El rey Edric sonrió con aprobación.
—Espero que ambos comiencen a conocerse mejor. Un matrimonio fuerte requiere confianza.
Isabella apenas logró contener una risa amarga. ¿Confianza? Cuando todo en este matrimonio era una imposición.
—Si su alteza lo permite —intervino Gabriel, girándose hacia ella—, me gustaría dar un paseo con la princesa.
Un silencio recorrió la sala. Nadie rechazaba una petición tan educada… pero Isabella quería hacerlo. Aun así, el peso de la etiqueta la obligó a asentir.
—Por supuesto.
Caminaron juntos por los pasillos de piedra, seguidos a distancia por un par de guardias. Isabella odiaba la incomodidad del momento, así que rompió el silencio con una pregunta mordaz.
—Decidme, ¿cómo os imagináis este matrimonio, mi señor?
Gabriel no respondió de inmediato. Finalmente, se detuvo y la miró con seriedad.
—Como una alianza. Ni más, ni menos.
Isabella se cruzó de brazos.
—¿Y qué esperáis de mí?
—Que cumplamos nuestro deber ante el reino. Pero más allá de eso… —Su voz bajó un tono—. No te forzaré a nada.
Esa última afirmación la tomó por sorpresa.
—¿Nada?
—Nada —repitió él—. No busco una esposa sumisa ni una mujer que me odie. Si hemos de estar juntos, al menos que haya respeto.
Las palabras de Gabriel la dejaron sin respuesta. No era la declaración de amor que cualquier dama soñaría, pero tampoco la frialdad que ella había esperado.
Era… un pacto no declarado.
Quizás este matrimonio no sería lo que su padre deseaba. Pero tampoco lo que ella temía.