Las velas del gran salón iluminaban con un resplandor dorado las mesas adornadas con frutas, panes y copas de vino. La corte de Aldebryn celebraba la inminente unión entre la princesa Isabella y el duque Gabriel de Valois. Pero Isabella no tenía nada que celebrar.
Desde su asiento junto al rey, sostenía la copa con firmeza, observando cómo la nobleza reía y brindaba como si su destino fuera motivo de júbilo. Solo una persona parecía tan incómoda como ella: su prometido.
Gabriel estaba rodeado de caballeros y nobles que intentaban adularlo, pero su expresión permanecía impasible, como si prefiriera estar en un campo de batalla antes que en ese salón. Isabella encontró un extraño consuelo en eso.
—Parece que vuestro futuro esposo no es hombre de fiestas, alteza.
La voz melosa la hizo tensarse. Lady Vivienne, hija del duque de Armond, se inclinó levemente junto a su asiento. Vestía un elegante vestido rojo y una sonrisa afilada como una daga.
—¿Os incomoda su compañía, lady Vivienne? —preguntó Isabella con fingida cortesía.
—Oh, en absoluto —respondió Vivienne, girando su copa entre los dedos—. Solo que es curioso ver a un hombre tan fiero encerrado en el deber del matrimonio.
Isabella entendió el juego. Vivienne no hablaba al azar. Se decía que la dama había intentado atraer la atención de Gabriel antes de su compromiso real.
—El deber es algo que los hombres de honor cumplen sin quejarse —respondió Isabella con una sonrisa impecable—. Y Gabriel es un hombre de honor, ¿no os parece?
Vivienne inclinó la cabeza con una sonrisa rígida.
—Por supuesto. Pero los hombres de guerra suelen preferir otras… conquistas.
Antes de que Isabella pudiera responder, Gabriel apareció a su lado.
—Alteza —dijo con su tono tranquilo, sin mirar a Vivienne—, ¿aceptaríais este baile?
Isabella notó cómo Vivienne se ponía tensa y sonrió para sí misma. Tomó la mano de Gabriel y se levantó con gracia.
—Por supuesto, mi señor.
Mientras se deslizaban por la pista de baile, Isabella susurró con diversión:
—¿Habéis venido a salvarme?
Gabriel la miró con calma.
—Más bien, a ahorrarme una conversación con lady Vivienne.
Isabella rió suavemente. Quizás, solo quizás, su prometido no era tan terrible como había pensado.