El silencio en los aposentos de Gabriel se volvió tenso tras las palabras de Isabella. "Van tras ti."
Él no pareció sorprendido. En cambio, su expresión se endureció, como si hubiera estado esperando esta revelación.
—¿Quiénes eran? —preguntó con voz firme.
Isabella negó con la cabeza.
—No pude verlos. Pero estaban seguros de que, si tú desapareces, mi padre reconsiderará el matrimonio.
Gabriel entrecerró los ojos, apoyando las manos en la mesa.
—Entonces no solo buscan impedir la boda… Quieren asegurarse de que yo no tenga lugar en esta corte.
Isabella sintió un nudo en el estómago. Había visto muchas veces el desprecio de los nobles hacia Gabriel, pero ahora comprendía que algunos lo odiaban lo suficiente como para quererlo muerto.
—No podemos esperar a que hagan su movimiento —dijo ella con determinación—. Debemos adelantarnos.
Gabriel la miró con atención.
—¿Y qué proponéis, princesa?
—Que les demos lo que quieren… o al menos, que piensen que lo han logrado.
Un destello de interés cruzó los ojos de Gabriel.
—¿Estáis sugiriendo una trampa?
—Exactamente.
Por primera vez desde que se conocieron, Isabella vio que en los labios de Gabriel se dibujaba una sonrisa. No una de cortesía, sino de genuina aprobación.
—Quizás tengáis más madera de estratega de lo que creía, alteza.
—Y vos menos de simple soldado de lo que dicen los nobles —respondió ella con un leve desafío.
Gabriel asintió.
—Bien. Entonces hagamos que los traidores caigan en su propia emboscada.