El castillo de Aldebryn estaba envuelto en silencio cuando Isabella y Gabriel regresaron de los calabozos. No podían esperar más. Si no actuaban esa misma noche, Lord Reynald y Lady Vivienne intentarían eliminarlos primero.
—Debemos llevar esto ante el rey —susurró Isabella mientras avanzaban por los pasillos oscuros—. Con el testimonio de los prisioneros, no podrán negar su traición.
Gabriel asintió, pero su mirada seguía alerta.
—Reynald es astuto. Si sospecha que lo sabemos, intentará huir… o pelear.
Al llegar a los aposentos del rey, los guardias dudaron antes de permitirles entrar, pero la insistencia de Isabella fue suficiente. El monarca los recibió con el ceño fruncido.
—¿Qué ocurre a estas horas?
Isabella tomó aire y soltó la verdad sin rodeos.
—Lord Reynald y Lady Vivienne intentaron asesinar a Gabriel. Los hemos descubierto.
El rey Edric entrecerró los ojos.
—¿Tenéis pruebas?
—Los prisioneros en los calabozos confesaron sus nombres —intervino Gabriel—. Y sus soldados intentaron eliminarnos esta noche.
Un silencio pesado cayó sobre la habitación. La reina, que había estado escuchando desde un sillón cercano, se puso de pie con expresión severa.
—Esto es una afrenta a la corona.
El rey se levantó.
—Si esto es cierto, Reynald y Vivienne pagarán con sus vidas.
Minutos después, los guardias irrumpieron en los aposentos de Lord Reynald. Isabella y Gabriel observaban desde la entrada cuando los soldados arrastraron al noble fuera de su habitación.
—¡Esto es un ultraje! —rugió Reynald, forcejeando—. ¡No tenéis pruebas!
—Las tenemos —replicó Gabriel con frialdad—. Y el rey ya ha dictado su sentencia.
Lady Vivienne intentó escapar, pero Isabella la interceptó.
—Vuestra ambición os ha cegado —le dijo la princesa con voz firme—. Ahora enfrentaréis las consecuencias.
Los traidores fueron escoltados fuera del castillo, rumbo a las mazmorras. Su conspiración había terminado.
Gabriel e Isabella se miraron. Por fin, la amenaza había sido eliminada.
Pero lo que no sabían… era que su historia juntos apenas comenzaba.