El castillo de Aldebryn estaba en fiesta. La corte celebraba la llegada del heredero con un banquete majestuoso, pero Isabella solo tenía ojos para la pequeña figura en sus brazos.
—Es perfecta —susurró, acariciando la mejilla de su hija.
Gabriel, a su lado, miraba a la bebé con una mezcla de asombro y devoción. Había liderado ejércitos, ganado guerras, enfrentado traiciones… pero nada lo había preparado para esto.
—Se parece a su madre —dijo con una sonrisa suave.
Isabella rió, agotada pero feliz. Nunca imaginó que su matrimonio impuesto terminaría así: con un esposo que la miraba con amor sincero y una hija en sus brazos.
Los criados y nobles pasaban a presentar sus respetos, pero la pareja apenas los notaba. Todo el mundo había cambiado, pero en ese momento, solo existían ellos tres.
—¿Cómo la llamaremos? —preguntó Gabriel, acariciando con ternura los diminutos dedos de su hija.
Isabella lo pensó por un instante, y luego sonrió.
—Elara.
Gabriel repitió el nombre en voz baja y asintió.
—Un nombre fuerte, para una niña que nació del amor y la lucha.
Isabella apoyó la cabeza en su hombro, sintiendo una paz que nunca antes había conocido. Su historia había comenzado con una imposición… pero su final lo habían elegido ellos.
Y este era solo el principio de una nueva era para Aldebryn.
Fin