I. Eldoria: Un Respiro Breve.
El pueblo de Eldoria era apenas una mancha de tejados de pizarra hundidos bajo el peso de un invierno eterno. Era la aldea más al sur del Protectorado de Aethelgard, un lugar donde el sol era un mito y la vida se aferraba a la tierra por pura obstinación.
Lyra se movía entre los puestos del mercado con la ligereza de un copo de nieve, una ilusión que desmentía el fuego que sentía latir bajo su piel. No era fuego literal, sino un calor interior, un constante malestar que ella, una sanadora de veintidós años, no lograba curar. La gente de Eldoria la veía como una bendición; sus manos, sorprendentemente cálidas para el clima, podían cerrar heridas y aliviar la fiebre.
—Lyra, muchacha, un poco de tu calor, por favor —imploró el viejo Thomas, un carnicero con las manos moradas por el frío.
Lyra asintió con una sonrisa tensa. Tomó las manos de Thomas. El alivio en el rostro del hombre fue inmediato, pero Lyra sintió la punzada habitual: el calor drenado era reemplazado por un hormigueo, un pulso rítmico que parecía resonar con el corazón de la propia tierra congelada.
II. El Manto del Protectorado
La única nota de discordia en el monótono gris y blanco de Eldoria eran los soldados del Protectorado del Norte, la fuerza militar que aseguraba que la paz de la 'Hiel-Prisión' se mantuviera. Iban vestidos con pesadas armaduras oscuras y mantos de piel de oso polar, símbolos de una autoridad fría e implacable.
Lyra evitaba a toda costa el cuartel. El Protectorado, aunque necesario para contener las bestias de escarcha, era brutal y supersticioso. Si alguna vez descubrían el calor inusual que la recorría—la "Sangre de Fuego" de la Profecía—la etiquetarían como una maga peligrosa o, peor aún, como un heraldo del Rey Liche.
Esa tarde, la tensión era palpable. El Capitán Yorven, un hombre con una cicatriz de escarcha en el rostro, había incautado una remesa de combustible preciado.
—¡El combustible es para la Capital! ¡Eldoria se calentará con la leña que consigan! —gritó Yorven, mientras sus hombres cargaban los barriles.
Lyra apretó los puños. Sentía el hormigueo arder más fuerte. La injusticia la encendía.
III. El Encuentro Prohibido
Cayó la noche, y Lyra fue llamada a la empalizada. Había llegado un herido, un viajero encontrado casi congelado en el Paso de la Ventisca.
El hombre estaba apoyado contra la madera, envuelto en una capa de piel de lobo negro que ocultaba completamente su rostro y figura. Sus protectores eran rudimentarios, de un metal oscuro y sin brillo. Los soldados del Protectorado lo miraban con desconfianza.
—No lleva marcas, Lyra. Y su pulso es... lento. Ten cuidado —le advirtió un guardia.
Lyra se arrodilló junto al extraño. Cuando deslizó la mano bajo su pesada capa para revisar sus heridas, un escalofrío que no era de frío la recorrió. A través de la tela, sintió un cuerpo tenso, poderoso, y la temperatura de su piel era antinaturalmente gélida, como si no tuviera sangre circulando. El "Hielo Eterno".
Al retirar la capa de su rostro, Lyra jadeó. Bajo la capucha, había un hombre joven, de facciones angulares y perfectas. Pero lo que la detuvo fueron sus ojos: de un azul plateado y penetrante, como si estuvieran hechos de cristal líquido. Por un instante, pareció que no la miraba a ella, sino a algo más allá, algo enterrado en las profundidades de la escarcha.
El hombre, Kael, no dijo una palabra, pero sus fríos ojos la estudiaron con una intensidad que hizo que Lyra sintiera el calor en su propio cuerpo subir hasta casi quemarla. El hormigueo interno se convirtió en una palpitación violenta.
En ese momento, en la lejana Capital, el Corazón de Cristal parpadeó con un destello de luz roja que nadie vio, un eco del encuentro de la "Sangre de Fuego" con el "Hielo Eterno". El sello se había agitado. La Profecía estaba en marcha.
Este encuentro entre Lyra y Kael marca el inicio de la aventura y del romance prohibido.